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Autor Tema: Democracia y control social. ¿Por qué defendemos sistemas corruptos?  (Leído 134172 veces)

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CHOSEN

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Re:Democracia y control social. ¿Por qué defendemos sistemas corruptos?
« Respuesta #315 en: Julio 14, 2017, 09:36:20 am »
Cuando tu disfrutas de una cañita en una terraza, desde luego que no has creado ni el vaso, ni la cerveza, ni la silla en la que te sientas.

Sin embargo no pones reparos a disfrutar de esa riqueza que "han creado otros".
 ::)

Mad Men

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Re:Democracia y control social. ¿Por qué defendemos sistemas corruptos?
« Respuesta #316 en: Julio 14, 2017, 09:50:31 am »
Yo no entiendo la manía al capitalismo, la gente prefiere un modelo feudal? O un modelo pseudo-tecnócrata alejados de la realidad como en la antigua U.R.R.S?

Y respecto a catastrofes. Todos los modelos son catastróficos, o no.

La armada invencible peló media España----modelo feudal.

La manía de los rusos por cultivar algodón secó el mar de Aral----modelo comunista.

Así que viendo  que todos los modelos son cuestionables, al menos, queda claro que el capitalismo sabe gestionar algo mejor los recursos y se adapta a la demanda de la población.

wanderer

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Re:Democracia y control social. ¿Por qué defendemos sistemas corruptos?
« Respuesta #317 en: Julio 14, 2017, 11:22:57 am »
Yo no entiendo la manía al capitalismo, la gente prefiere un modelo feudal? O un modelo pseudo-tecnócrata alejados de la realidad como en la antigua U.R.R.S?

Y respecto a catastrofes. Todos los modelos son catastróficos, o no.

La armada invencible peló media España----modelo feudal.

La manía de los rusos por cultivar algodón secó el mar de Aral----modelo comunista.

Así que viendo  que todos los modelos son cuestionables, al menos, queda claro que el capitalismo sabe gestionar algo mejor los recursos y se adapta a la demanda de la población.

Que gestores capitalistas, aplicando el ABC del capitalismo, la pueden cagar, y a lo grande, es más que evidente, y hay todo tipo de ejemplos, lo cual no obsta para que todas y cada una de las alternativas (mercantilismo, comunismo, proteccionismo, economías fascistas estatales, etc) sean capaces de éso y de más, pero que además son mucho más rígidas.

Así que sí, el capitalismo tendrá grandes defectos, pero mejor o peor, tiene capacidad para solventarlos; de las alternativas, sólo cabe esperar comportamientos peores, con mucha mayor rigidez, y además lo que hacen más o menos disimuladamente, es repartir miseria.

Yo soy antianticapitalista, por descontado...
"De lo que que no se puede hablar, es mejor callar" (L. Wittgenstein; Tractatus Logico-Philosophicus).

saturno

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Re:Democracia y control social. ¿Por qué defendemos sistemas corruptos?
« Respuesta #318 en: Julio 14, 2017, 13:50:03 pm »
Cuando tu disfrutas de una cañita en una terraza, desde luego que no has creado ni el vaso, ni la cerveza, ni la silla en la que te sientas.

Sin embargo no pones reparos a disfrutar de esa riqueza que "han creado otros".
 ::)

No me quieres entender. No tengo reparos en disfrutar de la riqueza que "han creado otros".
Los reparos los tengo si para disfrutarla, me la he apropiado, sin el consentimiento ilustrado de la otra parte, es decir, sin dar "nada" a cambio.

En particular, porque ese proceder figura en el código penal como un delito.
(En el CCivil, se explica: -- De cómo se adquiere la propiedad. El convenio conmutativo. etc.)

Digamos que tengo conciencia ilustrada y la certeza (=fe, lógica) que pensar torcido no lleva a ninguna conclusión buena. Quizás no seré el primero en descubrirlo, pero el último tampoco quiero serlo. Además, como es lógica de la razón natural, tampoco hace falta esperar a que acontezca. Se puede anticipar. Elegir el Bien antes que el Mal. Je, je. 8)
« última modificación: Julio 14, 2017, 14:06:47 pm por saturno »
Alegraos, la transición estructural, por divertida, es revolucionaria.

PPCC v/eshttp://ppcc-es.blogspot

NosTrasladamus

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Re:Democracia y control social. ¿Por qué defendemos sistemas corruptos?
« Respuesta #319 en: Julio 14, 2017, 20:14:59 pm »
Cuando tu disfrutas de una cañita en una terraza, desde luego que no has creado ni el vaso, ni la cerveza, ni la silla en la que te sientas.

Sin embargo no pones reparos a disfrutar de esa riqueza que "han creado otros".
 ::)
Va a ser que en la rusia soviética no tomaban cervezas en los bares porque no tenían vasos, cervezas ni sillas...   :rofl: Nasdrovia, tovarich CHOSEN!!!!  :troll: :troll: :troll: (hey, yo sólo me pongo a tu nivel, que conste que has empezado tu -de buen rollo, eh-  ;) )
« última modificación: Julio 14, 2017, 20:43:16 pm por NosTrasladamus »
No es signo de buena salud el estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma

CHOSEN

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Re:Democracia y control social. ¿Por qué defendemos sistemas corruptos?
« Respuesta #320 en: Julio 15, 2017, 13:17:49 pm »
Citar
Los reparos los tengo si para disfrutarla, me la he apropiado, sin el consentimiento ilustrado de la otra parte, es decir, sin dar "nada" a cambio.
El trabajo se paga con dinero.
Y el dinero se intercambia por otros bienes y servicios.

NosTrasladamus

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Re:Democracia y control social. ¿Por qué defendemos sistemas corruptos?
« Respuesta #321 en: Julio 15, 2017, 13:23:31 pm »
https://otrosvendran.wordpress.com/2017/01/04/la-libertad-liberal/
Citar
La libertad liberal

La moderna idea de libertad ha ido cargándose cada vez más con un lastre ideológico que resulta muy difícil de advertir para la mayoría, porque nadie podría estar en contra de que todos seamos muy libres; y no extraña que cada vez más gente se defina como “liberal” o como “amante de la libertad” si con ello asciende moralmente al paraíso de los justos. Sin embargo la cuestión no resulta tan sencilla, porque al concepto de ‘libertad’ se le han ido arrebatando unas cuantas notas semánticas que chocan con el sistema social y económico contemporáneo.

El concepto de ‘libertad’, de entrada, no es nada sencillo de abordar y ha sido exhaustivamente analizado por cientos de filósofos. Hasta donde puedo recordar, uno de los que más profundizó en la cuestión fue Schopenhauer, quien en Sobre la libertad de la voluntad acababa convirtiendo la libertad del individuo en una aporía: yo hago caso a mi voluntad, pero ¿a quién hace caso mi voluntad sino a ella misma? ¿Soy libre si en el fondo obedezco a una apetencia ajena a mí que se escapa a toda racionalización? Por mucho que yo diga “quiero hacer esto porque soy libre”, que quiera hacer eso y no otra cosa ya anula la libertad que tengo. ¿Cómo puedo saber, en definitiva, si lo que deseo lo deseo de verdad con libertad o si en el fondo soy esclavo de impulsos y razones que me controlan desde el fondo de mi propio ser, sin que yo pueda evitarlo?

No pretendo llegar aquí más lejos: quédese esta reflexión para quienes deseen profundizar en la metafísica de la conciencia y consideren cómo Schopenhauer anticipa a Freud.

Dejando aparte, por lo tanto, tan hondas cuestiones, veamos qué matices desprecia deliberadamente la actual idea liberal de la libertad.

    Libertad y necesidad

Como dice Hannah Arendt en La condición humana, “la objetiva y tangible diferencia entre ser libre y ser obligado por la necesidad ha dejado de captarse”. Que la necesidad no se contemple como una merma de la libertad oscurece el hecho evidente de que la posesión de dinero reparte desde la cuna la amplitud de las libertades. No solo porque la meritocracia no sea tal, sino porque incluso aceptando la falaz premisa de que el mundo se rija por el mérito puro, la mera necesidad de pagar una deuda, someterse a una rutina impuesta desde afuera o verse en la obligación de encontrar un trabajo para poder vivir niegan la libertad del individuo, aunque todas estas sumisiones se enmascaren bajo el hecho jurídico objetivo de firmar un contrato con otros individuos o entidades.

Desde que el trabajo se exalta como un bien en sí mismo, la libertad de no trabajar pierde su condición de legítima reclamación. De esta manera, solo quienes han acumulado suficiente cantidad de dinero pueden ejercer esa libertad y eludir el reproche moral más típico para quien no trabaja o trabaja poco: “es un vago”. Por eso en el discurso político, en todos sus niveles (desde los despachos del FMI al bar de la esquina), solo los necesitados son unos vagos. Los millonarios, aunque lo sean por herencia y no hayan desempeñado jamás trabajo alguno ni dado palo al agua, nunca serán unos vagos, porque ellos ya son libres y los necesitados no.

(Un amante coherente de la libertad debería, al contrario, exaltar al vago paria como a un auténtico héroe: pues no solo desea liberarse de la necesidad de trabajar, sino que además lo consigue. En un mundo en que el trabajo fuera absolutamente imprescindible para que la raza humana sobreviviera podría uno entender que a tal sujeto se le considerase un enemigo de la sociedad. Pero en un mundo como el nuestro, en el cual los trabajos resultan cada vez más superfluos y más escasos, no puede entenderse que la necesidad de trabajar se considere casi una virtud).
 
    La libertad positiva y la libertad negativa

La distinción, ya clásica, la estableció Isaiah Berlin.

La libertad positiva es aquella que se ejerce porque uno está en condiciones objetivas de ejercerla. La libertad negativa es aquella que se ejerce porque nadie se opone a que se ejerza.

En el caso anterior, un rico tendría la libertad positiva de no trabajar, porque las condiciones materiales que posee le permiten eludir el trabajo asalariado. En cambio, que haya libertad de expresión y que uno pueda decir lo que quiera sin que nadie le castigue por ello supone un ejemplo de libertad negativa.

La noción actual de libertad ha ido abandonando poco a poco la defensa de la libertad positiva para centrarse en la negativa, pero es obvio que ciertos derechos y ciertas libertades solo pueden ejercerse mediante la confrontación de ambas. Como dice Jorge Moruno, la libertad de conducir se puede contraponer a la libertad de respirar aire puro o a la libertad de no padecer contaminación acústica. No todas las libertades son del mismo sesgo, y asociar la Libertad (con mayúsculas) con solo una de las dos implica una estafa ideológica evidente.

Con todo, la oposición entre libertad negativa y libertad positiva se ha difuminado deliberadamente con el disolvente del relativismo, que sitúa el núcleo del conflicto en el individuo en vez de en las relaciones que estos establecen entre sí o con los demás.

Para ello se vincula la libertad principalmente con el derecho mercantil, como si no existiera ninguna diferencia entre el derecho público y el privado (entre lo que se muestra a la luz de la sociedad y lo que se firma en un cuarto con las puertas cerradas), o como si el derecho en bloque no estuviera ahí más que para garantizar que cada parte cumple con sus obligaciones.

    La libertad como obstáculo para ella misma

Esta confusión y reducción de las dos libertades y del derecho se ha empleado ideológicamente para ensalzar el valor moral de los mercados y del consumo; de tal manera que las regulaciones o las prohibiciones, por el mero hecho de sugerirse en ciertos ámbitos, se consideran un ataque a la libertad más esencial. Pero la libertad de poder consumir se contradice a sí misma si se la mide rigurosamente con su propia escala; y una regulación comercial o financiera, por estricta que sea, no supone necesariamente de por sí la limitación de libertad ninguna.

Pongamos el ejemplo de la concesión de hipotecas y créditos. En un principio, la concesión de créditos es buena, porque aumenta la capacidad adquisitiva de quien pide dinero, y por lo tanto su libertad.

Por ello, si mañana el gobierno enloqueciese y sacara una ley que obligara a que los préstamos bancarios nunca supusieran más del doble del sueldo de quien lo solicita, todos pensaríamos que eso supone obstaculizar la libertad negativa de quienes desean pedir un crédito.

Pero, ¿es realmente más libre un mundo en que las exigencias de concesión de un préstamo no estén nada restringidas? ¿Qué clase de libertad consiste en acumular más cantidad de deuda? ¿Puede decirse de un mundo eternamente endeudado que es realmente más libre que uno que no lo esté?

Un individuo que pide dinero al banco lo hace por la necesidad de conseguir más dinero; lo que a su vez anula su futura libertad económica. Da lo mismo en qué vaya a gastar el préstamo, puesto que es libre de gastarse el dinero en lo que le plazca. Pero sí podríamos decir que objetivamente su libertad se ha reducido, porque ahora parte de sus ganancias tendría que entregárselas al banco cada mes. Se me dirá que entonces debería optar por no pedirle un crédito al banco, pero en ese caso su libertad positiva para consumir se vería también limitada.

La libertad de pedir dinero se ve así limitada por el pago futuro, que le ata a uno con su forzosa necesidad de pagar la deuda (lo cual reduce la libertad adquisitiva de muchos meses), pero la libertad de consumir se ve limitada por no poder pedir un crédito: ¿no nos encontramos en una situación en la cual las dos libertades chocarían entre sí?

¿Y cómo casar la libre petición de créditos con el consumo de drogas, cuyo consumo está permitido pero cuya venta no? ¿No sería mucho más libre un mundo en donde las drogas pudieran venderse libres de regulaciones, mediante contrato vinculante, que uno en donde estén prohibidas?

Algunos liberales me dirán que sí. ¿Pero es acaso libre el drogadicto, el cual a veces tiene que pedir ayuda para dejar un hábito que le destruye pero del cual no puede desprenderse?

¿Y cómo casar eso a su vez con el uso y la venta de las armas, en donde sucede más bien al contrario, pues el que ve restringidas sus libertades es el comprador y no el vendedor?

¿Son acaso más libres en Estados Unidos porque pueden comprar pistolas sin problemas en los centros comerciales? ¿O somos más libres en ciertos países de Europa porque la tasa de fallecidos por armas de fuego resulta infinitamente inferior?

En otros casos, ciertas regulaciones no solo no plantearían estas dudas sino que se considerarían de inmediato como buenas. Muchas de ellas no las notamos porque estamos demasiado acostumbrados, como sucede con las exigencias sanitarias en los alimentos y en los fármacos.

Si vamos más allá, en el célebre caso de la explotación infantil por parte de ciertas multinacionales: ¿sería menos libre un mundo en donde la UE prohibiera de raíz la venta de cualquier prenda sospechosa de haber sido fabricada por mano de obra infantil? Ni los más entusiastas defensores del consumo responsable dirían que eso restringiría la libertad de los compradores. No existe tal cosa como “el derecho a ser libre de comprar productos fabricados por la explotación de los menores”.

¿Y qué sucede en casos de verdadero conflicto entre la condición de cliente y la de ciudadano, como cuando quienes menos necesidades tienen (y por lo tanto más libertad) pueden elegir una mejor sanidad? ¿Diría alguien en su sano juicio que es una sociedad más libre?

Recopilando…

Estas incongruencias manifiestan lo siguiente: primero, que la idea contemporánea de la libertad liberal (que todos tenemos interiorizada en mayor o menor medida, porque es la idea dominante) se sustenta principalmente sobre una libertad negativa de corte individualista y contractual, que constituye en último término un modo de justificación ético de ciertos criterios económicos o sociales más que cuestionables; segundo, que libertad negativa y libertad positiva se oponen ambas a la noción de necesidad, puesto que si hay necesidad no hay libre elección, y sin libre elección no hay libertad de ningún tipo.

Decía Bernard Shaw en su interesantísimo y ameno Manual de socialismo y capitalismo para mujeres inteligentes que la libertad es ocio, y que el ocio es libertad: “si en un momento del día puede usted decir: ‘Voy a hacer lo que quiera durante la hora siguiente’, goza usted de libertad durante esa hora”.

Desvinculaba también así de un plumazo la libertad del derecho y de la moral, y la vinculaba además con el disfrute pleno del tiempo de nuestras vidas. No toda libertad se ejerce a través de un pacto libre con los demás para intercambiar algo o permitirse mutuamente algo: se puede ejercer para con uno mismo.

A esto hay quienes replican escandalizados y con sarcasmo que la única alternativa, para ser en verdad libres, consistirá entonces en repartir la riqueza para volvernos a todos pobres por igual, aunque ociosos. Y cuando uno contradice la idea dominante de libertad con frecuencia le abusan de comunista, de radical o de poner en peligro a la sociedad civil al completo.

Yo no quisiera ir tan lejos ni proponer reparto alguno. Nada opongo a que haya gente más rica que otra, aunque sí me parece bastante feo que haya gente atada de por vida y desde el nacimiento a necesidades lamentables de las que nunca podrá liberarse por mucho que se esfuerce, y basta con eso para que defienda unas comunes condiciones mínimas más justas.

Pero lo que me interesa ahora se puede resumir de manera más sencilla: no importa qué se proponga o se deje de proponer. Importa entender con nitidez que la idea de libertad con que nos martillean a diario la cabeza tantos liberales no es libertad ni es nada, sino un vil antifaz de adoctrinamiento puro.

Y  a las mentiras infames no hay que tenerles ningún respeto por muy dignamente que se camuflen detrás de palabras excelsas y positivas.

------

Post scriptum: he empleado en todos los casos el término ‘liberal’ en vez de ‘neoliberal’ porque los neoliberales nunca, o rarísima vez, se definen como neoliberales; acaso porque hasta a ellos el término les suena a sucio. Sin embargo, lo que aquí se describe se aplica más bien al neoliberalismo actual que al liberalismo clásico.

También he evitado tratar la cuestión de que la libertad personal se extienda, en el imaginario neoliberal, a las personas jurídicas; que ya en el mismo empleo del término “persona” se huele la trampa. Pretender que la libertad de una empresa puede igualarse de algún modo con la de un individuo a la hora de firmar un contrato daría sin duda para otra entrada del blog.
No es signo de buena salud el estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma

breades

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Re:Democracia y control social. ¿Por qué defendemos sistemas corruptos?
« Respuesta #322 en: Julio 15, 2017, 15:50:18 pm »
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“Los jefes tienen un poder casi total sobre los trabajadores, en el trabajo y fuera de él”

En los centros de trabajo de EEUU priman la jerarquía y la dominación sobre la democracia y la libertad. En EEUU, los empleadores ejercen un poder extraordinario sobre sus empleados.

En el centro de trabajo, los trabajadores pueden ser vigilados por su empleador, ser obligados a hacer horas extra e incluso verse privados de las pausas para ir al baño (una restricción que, en un caso reciente, forzaba a los empleados a llevar pañales en el trabajo). En la mayor parte de los Estados Unidos, los empleadores pueden despedir legalmente a sus empleados o empleadas por ser “demasiado atractivos”, por tener afiliaciones políticas equivocadas o por elegir una determinada pareja. Cuando los trabajadores estadounidenses van al trabajo, entran en un mundo marcado por una rígida jerarquía, donde están ausentes la democracia y la libertad.

A pesar de la existencia de esta vasta esfera de dominación, los economistas y teóricos políticos contemporáneos permanecen callados, por lo general, sobre las relaciones sociales de trabajo. Cuando rompen su silencio, suelen ofrecer discursos apologéticos sobre la voluntariedad de los contratos, ocultando la extrema desigualdad existente en realidad.

Elizabeth S. Anderson, profesora de filosofía y estudios de género en la Universidad de Michigan, aspira a cambiar esta tendencia. En su nuevo libro, Private Government: How Employers Rule Our Lives (and Why We Don’t Talk about It), Anderson sostiene que los centros de trabajo son una forma de “gobierno privado” y, muy a menudo, una forma de dictadura.

A pesar de que Anderson no hace suya la reivindicación de una completa democratización de los centros de trabajo ―abogando, en cambio, por un sistema de “codeterminación”, que permitiría a los empleados participar en las decisiones relativas al área de producción―, su investigación es indispensable para entender las raíces históricas, tanto intelectuales como económicas, del centro de trabajo moderno.

El activista socialista Chase Burghgrave se reunió recientemente con Anderson para hablar sobre democracia y tiranía en el trabajo, así como sobre las lecciones que los trabajadores pueden extraer de su nuevo libro.

‘Gobierno privado’ es un concepto interesante, con el que creo mucha gente no estará familiarizada. ¿Qué es exactamente?

La historia de la democracia es la historia de las luchas por hacer del gobierno una cosa pública; es decir, es el intento de hacer del mismo un asunto que incumbe a los gobernados: un gobierno transparente hacia ellos, atento a sus intereses y, sobre todo, con rendición de cuentas ante el pueblo.

El gobierno privado está en manos de dirigentes que no se consideran responsables ante los gobernados y les dicen que las reglas a las que están sujetos no son algo de su interés, que no están autorizados a saber cómo opera su gobierno, que no tienen derecho a que sus intereses sean tenidos en cuenta.

Para el Derecho estadounidense, la constitución estándar del centro de trabajo no es un gobierno público, sino privado. Los gerentes dirigen un gobierno del que permanecen al margen los trabajadores a los que se gobierna.

La mayoría de académicos y figuras públicas que escriben y hablan sobre desigualdad económica se centran en la desigualdad en términos de riqueza e ingresos. Usted, en cambio, aborda el problema de la desigualdad de poder entre empleadores y empleados en el centro de trabajo. ¿Por qué puso el foco en esta forma de desigualdad económica en su libro?

La justicia distributiva es un asunto importante, pero no debe ser la única preocupación para los defensores de la igualdad.

Ser humillado, acosado o maltratado por los gerentes, estar sujeto a condiciones laborales peligrosas, ser penalizado por conductas durante el tiempo de ocio que nada tienen que ver con las responsabilidades del puesto de trabajo, ser presionado para apoyar las causas políticas de la dirección de la empresa… sin dejar de lado la cuestión de los salarios y los llamados “beneficios laborales”, tales asaltos a la dignidad, seguridad y autonomía de los trabajadores deben ser un motivo de preocupación para los igualitaristas.

Si los defensores de la igualdad aspiran a eliminar una jerarquía social opresiva, su campo de visión debe incluir las relaciones de dominación y subordinación bajo las cuales los subordinados pueden estar arbitrariamente sujetos a condiciones humillantes y opresivas, a restricciones arbitrarias de su libertad.

Describe el gobierno de los empleadores como una dictadura, como un poder capaz de manejar minuciosamente las acciones de los empleados en el centro de trabajo, así como de reprenderles por sus actividades fuera del mismo. Muchos conservadores y liberales de derechas probablemente se mostrarían en desacuerdo con esta descripción de los centros de trabajo, y traerían a colación el consentimiento de los empleados en la firma de su contrato de trabajo como una evidencia de que la actuación de los empleadores se mueve en el terreno de la legalidad. ¿Por qué deberíamos ver las relaciones de poder que rigen en los centros de trabajo como una forma de gobierno despótico y no como algo que emana de un acuerdo contractual entre iguales?


En primer lugar, debemos dejar claro que no existe contradicción entre el hecho de comenzar una relación a través de un acuerdo contractual y el que dicho contrato establezca, por su naturaleza, una relación de dominación y subordinación entre las partes.

Durante siglos, los contratos matrimoniales operaron justamente de este modo. El hombre y la mujer firmaban el contrato por mutuo consentimiento, pero el contrato especificaba que el hombre tendría un poder prácticamente total sobre su mujer. Hasta finales del siglo XIX, la mujer perdía a través del matrimonio sus derechos a ser propietaria y a firmar contratos en su nombre, a trabajar fuera de casa sin el permiso de su marido, e incluso a salir de la propia casa sin su autorización. Hasta finales del siglo XX, el marido estaba legalmente autorizado a abusar sexualmente de ella.

El Derecho matrimonial, definido por el Estado, establecía estas condiciones como las propias de un contrato de matrimonio estándar, instituyendo al marido como el dictador sobre su mujer. Era posible que las partes firmaran un acuerdo prematrimonial que alterara estos términos establecidos por defecto, pero tales acuerdos eran raros, porque el marido difícilmente podía tener interés en reducir su poder. Cuando el Estado había repartido a los hombres todas las cartas, ¿por qué iban estos a estar de acuerdo en dar alguna de ellas a sus mujeres?

El caso de la relación empleador-empleado es similar. El Estado ha determinado las condiciones de la relación laboral estándar a través del Derecho laboral. En Estados Unidos, este establece un régimen de “empleo a voluntad”: el empleador puede despedir al empleado por cualquier razón, o por ninguna, con muy pocas excepciones, la mayoría relacionadas con cuestiones de discriminación. Esto otorga a los jefes un poder casi total sobre los trabajadores, no solo en el trabajo, sino también fuera de él.

Puesto que en la balanza entre empleadores y empleados el Estado ha actuado de parte de los primeros, es absurdo suponer que el contrato de trabajo es producto de la negociación entre iguales. La mayoría de los empleados no tiene la oportunidad de negociar en absoluto.

Si bien es técnicamente posible que el trabajador negocie mejores condiciones, en la práctica los empleadores rechazan de plano cualquier negociación sobre el alcance del poder del empleador, excepto en el caso de los empleados situados en la cima de la jerarquía laboral y de aquellos representados por sindicatos. Puesto que a ellos, igual que sucedía con los maridos en el siglo XIX, les han sido repartidas todas las cartas, ¿por qué iban a iniciar una negociación para dar alguna de ellas a sus empleados?

Escribe sobre una época, aproximadamente entre mediados del siglo XVIII y la guerra civil estadounidense, en la que tenía sentido hablar del libre mercado como parte de un proyecto político de izquierdas. Adam Smith, Thomas Paine y Abraham Lincoln pensaron que el mercado podía ser una forma liberadora de organizar la sociedad. ¿Por qué creían eso? ¿Cuáles eran sus motivaciones morales para defender el libre mercado?

Smith, Paine y Lincoln reconocieron que la sujeción a un empleador no era buena para los trabajadores. Vieron con claridad que los trabajadores asalariados no recibían los frutos de su trabajo, que tenían que arrodillarse ante otros, que estaban compelidos a trabajar en condiciones atrofiantes bajo el poder de un jefe opresor… que no eran, en definitiva, realmente libres.

Los primeros teóricos del libre mercado pensaban que acabando con los monopolios sobre la tierra y la manufactura, aboliendo toda forma de servidumbre involuntaria (no solo la esclavitud, sino también la prestación de servicios no remunerados, la servidumbre por deudas o la condición de aprendiz) y, en el caso de EEUU, llevando a cabo un reparto de tierras, los trabajadores asalariados podrían adquirir un capital suficiente para convertirse en empleados por cuenta propia.

Pensaban que los grandes empleadores existían solo porque el Estado les sostenía, trazando las reglas de juego a su favor. Abrir los mercados a la competencia haría que el productor más eficiente —el pequeño propietario que trabaja por cuenta propia— dejara fuera de juego a los perezosos y estúpidos aristócratas, así como a los grandes fabricantes y sus intrigas. ¡Este es un relato de liberación de los trabajadores! Por eso lo apoyaron.

De todas formas, debemos tener en cuenta que esta prometida liberación fue muy parcial. En EEUU se consiguió a costa de los nativos americanos, quienes sufrieron una limpieza étnica a fin de poder repartir las tierras que habitaban entre los trabajadores blancos, en la Ley de asentamientos rurales y otras actuaciones estatales. En todas partes, además, los hombres conservaron un control total sobre el trabajo de sus mujeres, a través del contrato matrimonial.

Escribe que, después de la Revolución Industrial, la ideología del libre mercado asociada al liberalismo ya no es sostenible. ¿Cómo cambió el capitalismo a raíz de la Revolución Industrial? ¿Por qué el mercado ya no puede ser, a partir de entonces, una forma liberadora de organizar la sociedad?

La ideología de Smith-Paine-Lincoln estaba basada en el supuesto de que el incentivo de poder recibir el cien por cien de los frutos del propio trabajo pesaba más que las economías de escala. Por eso el trabajador por cuenta propia sería más eficiente que el gran empleador con muchos trabajadores a su cargo y triunfaría en un mercado verdaderamente libre.

Esta asunción, plausible en el siglo XVIII, fue falseada por las innovaciones tecnológicas que trajo consigo la Revolución Industrial. El sistema fabril, con grandes concentraciones de capital y de mano de obra, fue mucho más eficiente que el pequeño taller de manufacturas y expulsó a los artesanos del negocio. Los ferrocarriles hicieron inservibles los coches de caballos, que eran un medio de transporte que podían tener en propiedad los trabajadores por cuenta propia. Y así sucesivamente, en prácticamente todos los sectores económicos.

En definitiva: esto cambios supusieron que la gran mayoría de los trabajadores debían ser trabajadores asalariados de por vida. De hecho, las tasas de empleo por cuenta propia han disminuido de forma constante desde la Revolución Industrial.

La explotación y el poder arbitrario en los centros de trabajo solían ser una cuestión bien conocida y habitualmente discutida. Se puede leer a Charles Dickens o a Upton Sinclair y hacerse una idea cabal de las horribles condiciones de trabajo en sus respectivas épocas. Marx desarrolló una entera teoría económica para tratar de entender cómo el capitalismo había llegado a ser lo que era. ¿Por qué nos hemos olvidado de que el centro de trabajo es una forma de “gobierno privado”, un lugar en el que rige un poder arbitrario?

En Europa, los principales vehículos para transmitir conocimiento acerca de las vidas de los trabajadores fueron diversos movimientos y partidos socialistas, además del propio movimiento obrero. Los sindicatos y los partidos socialistas europeos mantienen este conocimiento vivo en la actualidad.

Pero el socialismo fue un movimiento comparativamente marginal en EEUU. Los sindicatos están prácticamente destruidos. Los periodistas y los representantes del Estado apenas hablan con los líderes sindicales o con los activistas. Esto ha llevado a una gran pérdida de conocimiento en EEUU.

Mientras tanto, los libertarios de derecha y los políticos asociados con ellos, como los de la House Freedom Caucus, repiten sin conocimiento de causa ideas de Smith, Paine y Lincoln, no dándose cuenta de que los mercados que ellos concibieron liberarían a los trabajadores liberándolos, precisamente, del poder opresivo de los empleadores. Recogen la promesa de Paine y Lincoln de extender el empleo por cuenta propia a cualquier trabajador con iniciativa, pero sin estar dispuestos a que se les proporcione el capital necesario para realizar dicha promesa.

Por el contrario, Paine y Lincoln estaban lo suficientemente arraigados a su tiempo como para reconocer que el trabajo por cuenta propia era imposible para un trabajador común si el Estado no encontraba maneras de distribuir el capital entre los trabajadores.

Ahora, los miembros del Partido Republicano usan la retórica del libre mercado para apoyar la existencia de falsos autónomos, como en los esquemas piramidales de marketing multinivel. Te sorprenderías de cuánta financiación del Partido Republicano proviene de billonarios que han hecho su fortuna en el marketing multinivel, que ofrece a sus participantes la falsa promesa de que pueden ser empleados por cuenta propia.

Lo que empezó siendo una ideología liberadora con fundamento en la realidad empírica ha degenerado en una quimera promocionada por charlatanes, con el objetivo de quedarse con los escasos recursos de sus paisanos.

En el libro no se centra mucho en propuestas políticas específicas, pero señala algunas cosas que en su opinión se podrían llevar a cabo para hacer del centro de trabajo un lugar más igualitario y humano. ¿Qué cree que vale la pena intentar para que trabajar en los EEUU sea algo menos opresivo?

En primer lugar, hay algunas soluciones sencillas que podrían lograrse en el marco del Derecho actual, o con ligeras modificaciones del mismo.

Las principales serían la aplicación rigurosa del Derecho laboral vigente, la abolición del arbitraje obligatorio en caso de incumplimiento de los salarios u horas de trabajo establecidos y la abolición de las prohibiciones que afectan a las acciones colectivas de los trabajadores ante tratamientos injustos por parte de su empleador. La aplicación rigurosa del Derecho laboral debe incluir, especialmente, la protección de la libertad de expresión y de los derechos de asociación de los trabajadores, a fin de que estos puedan protestar sobre sus condiciones laborales y organizar sindicatos en el centro de trabajo, respectivamente.

Además, las cláusulas de no competencia en los contratos laborales deben ser prohibidas. Este tipo de pactos evita que los trabajadores puedan llevarse consigo su capital humano en el momento en que abandonan la empresa o son despedidos. Si los trabajadores no pueden salir a no ser que renuncien al uso de sus capacidades, su ya de por si débil poder de negociación con la empresa queda destruido.

También los trabajadores inmigrantes necesitan tener la libertad de salir. Sin esa libertad, son gravemente explotados. Los becarios, que realizan trabajos generadores de valor económico para sus empleadores, deben tener los mismos salarios y demás derechos que cualquier otro empleado. Los llamados “contratistas independientes” son a menudo empleados de facto, y deben tener los mismos derechos que los empleados. Los trabajadores temporales deben tener el mismo salario, “beneficios laborales”, condiciones y derechos que los trabajadores fijos de la empresa.

En segundo lugar, y de forma más ambiciosa, las reglas de gobierno del centro de trabajo necesitan ser cambiadas para dar a los trabajadores una voz permanente e institucionalizada en el trabajo, pertenezcan o no a un sindicato.

Este es el sistema que se impone a los grandes empleadores en muchos países ricos de Europa. Requiere que los trabajadores sean consultados sobre cómo se organiza el proceso de trabajo. En tales sistemas de “codeterminación”, los trabajadores tienen un peso real a la hora de decidir cómo son gobernados: el proceso de trabajo es determinado conjuntamente por trabajadores y gerentes.

Los sindicatos se dedican a la negociación colectiva de los salarios y los “beneficios laborales”, pero las condiciones en el área de producción se gestionan mediante codeterminación. Esto significa que los trabajadores pueden realmente hacer valer su opinión sobre cómo son gobernados, incluso si no han elegido a un sindicato para representarlos en la negociación colectiva.

Pensando en los activistas y sindicalistas, ¿qué espera que pueda ser tenido en cuenta de su libro? ¿Qué influencia le gustaría que tuviera en sus conversaciones y decisiones?

La principal cosa que me gustaría hacer es cambiar la manera en que hablamos y pensamos sobre el trabajo asalariado; abrir a los trabajadores una vía para articular sus reclamaciones ante las formas arbitrarias y opresivas en que son tratados por sus empleadores, de modo que estas reclamaciones puedan acompasarse con las ideas de los estadounidenses sobre la libertad.

Estamos acostumbrados a una retórica que considera el “gobierno” como una amenaza para nuestras libertades. Dejando claro que el centro de trabajo es una forma de gobierno (que el Estado no es lo único que nos gobierna), podemos dejar claro también cómo el poder que los empleadores tienen sobre los trabajadores amenaza su dignidad y su autonomía. Al nombrar a ese gobierno “privado” —es decir, mantenido al margen de los trabajadores, como algo que no es asunto suyo— podemos hacer más evidente el hecho de que los trabajadores están trabajando bajo dictaduras arbitrarias, en las que no hay rendición de cuentas posible.

El gobierno del centro de trabajo debe convertirse en una cosa pública para los trabajadores: un asunto de su incumbencia, en el que tengan derecho a exigir que sus intereses sean tenidos en cuenta, en el que sus voces sean realmente escuchadas.


http://ctxt.es/es/20170712/Politica/13802/ctxt-trabajo-esclavismo-democracia-elisabeth-anderson.htm

saturno

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Re:Democracia y control social. ¿Por qué defendemos sistemas corruptos?
« Respuesta #323 en: Julio 15, 2017, 18:53:35 pm »
Citar
Los reparos los tengo si para disfrutarla, me la he apropiado, sin el consentimiento ilustrado de la otra parte, es decir, sin dar "nada" a cambio.
El trabajo se paga con dinero.
Y el dinero se intercambia por otros bienes y servicios.

Autocita. Me contestaste sin acabar de aclarar mi respuesta

Citar
No me quieres entender. No tengo reparos en disfrutar de la riqueza que "han creado otros".
Los reparos los tengo si para disfrutarla, me la he apropiado, sin el consentimiento ilustrado de la otra parte, es decir, sin dar "nada" a cambio.

En particular, porque ese proceder figura en el código penal como un delito.
(En el CCivil, se explica: -- De cómo se adquiere la propiedad. El convenio conmutativo. etc.)

Lo de "nada" está mal expresado, en efecto. La idea es que una parte o un tramo de la transacción que es "vacuidad". El Pisito es el mejor ejemplo, su tramo usurero lo es porque no descansa en nada. Es un engaño. Dolo o estafa.

Pero para volver a responder a tu nivel:
El precio del Pisito se paga con el trabajo del membrillo. Pero lo que recibe el membrillo a cambio de su trabajo, ¿es conmutativo?
Idem lo que recibe el casero a cambio de su piso: ¿es conmutativo?
(la pregunta es conmutativa porque la respuesta es la misma si intercambias los dos agentes)

A ver si intentamos poner el problema en su tabula rasa
La dificultad contigo para discutir es que el problema lo planteas desde una solucion predefinida. Por ejemplo, si no es capitalismo, todo es inutil. Pues no: no sabes si la alternativa es inutil o no, aparte que no será capitalismo, o sí, a nadie le importa, o sólo a tí porque asumes que es una premisa autosuficiente.

La tabula rasa consiste en primero observar que el Capitalismo es disfuncional estructuralmente.
Que luego la solucion la llames como quieras, lo que importa es si resuelve la disfuncion que ponemos en la mesa.

¿Intentamos identificar las disfunciones y ver si son estructurales al Capitalismo?

China:: "No importa que parezca un pato, si anda como un pato: ES un pato a efectos prácticos"
Y entonces China introdujo... el Capitalismo (à la China) !!!


 ¿Ok?
;)
« última modificación: Julio 15, 2017, 19:28:40 pm por saturno »
Alegraos, la transición estructural, por divertida, es revolucionaria.

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Re:Democracia y control social. ¿Por qué defendemos sistemas corruptos?
« Respuesta #324 en: Julio 15, 2017, 19:47:48 pm »
El precio del Pisito se paga con el trabajo del membrillo. Pero lo que recibe el membrillo a cambio de su trabajo, ¿es conmutativo?
Es que no tiene porqué serlo.

Eres tu el que parte de la premisa predefinida de que las transacciones tienen que ser conmutativas. Por eso introduces un deus ex-machina que "haga" que esas transacciones sean conmutativas.

No te paras a comprender que no te compete a ti calificar la conmutatividad de N-transacciones a las que eres ajeno.

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¿Intentamos identificar las disfunciones y ver si son estructurales al Capitalismo?
Te aceptaría, tal vez, que el capitalismo es poco óptimo en la asignación de recursos.
Pero es que la libertad personal tambien es poco óptima.
Eso no significa que el comunismo los asigne óptimamente.
Es mas, por supuesto que la esclavitud supone tasas de productividad laboral mucho más óptimas. El problema es que tu quieres aplicar TUS criterios de conmutatividad
Y tras el intento de aplicación, viene la imposición.


Yo EXIJO EL DERECHO de las personas a comprar champán con raspaduras de oro a 3.000€ la botella, sin que ningún comisario político venga a decirle si es caro, o barato.

Me gustaría saber tu opinión al respecto... o si por contra crees que sos 3.000 € (1 botella de champán) estarían mejor destinados a vacunas y hospitales.

El balón está en tu campo.

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Re:Democracia y control social. ¿Por qué defendemos sistemas corruptos?
« Respuesta #325 en: Julio 16, 2017, 13:17:26 pm »
El precio del Pisito se paga con el trabajo del membrillo. Pero lo que recibe el membrillo a cambio de su trabajo, ¿es conmutativo?
Es que no tiene porqué serlo.

Eres tu el que parte de la premisa predefinida de que las transacciones tienen que ser conmutativas. Por eso introduces un deus ex-machina que "haga" que esas transacciones sean conmutativas.

No te paras a comprender que no te compete a ti calificar la conmutatividad de N-transacciones a las que eres ajeno.

Pero tú pasas por alto
-- que lo inmobiliario tiene un valor distinto de su precio.
-- que el valor de lo inmobiliario descansa en fundamentos distintos que un producto fabricado

Y que los fundamentos inmobiliarios son determinables objetivamente: el valor de una vivienda es la capacidad de renta. El valor de un producto/servicio industrial son los insumos + plusvalia.

Si me niegas esa diferencia llegas a esto:

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¿Intentamos identificar las disfunciones y ver si son estructurales al Capitalismo?
Te aceptaría, tal vez, que el capitalismo es poco óptimo en la asignación de recursos.
Pero es que la libertad personal tambien es poco óptima.
Eso no significa que el comunismo los asigne óptimamente.
Es mas, por supuesto que la esclavitud supone tasas de productividad laboral mucho más óptimas. El problema es que tu quieres aplicar TUS criterios de conmutatividad
Y tras el intento de aplicación, viene la imposición.


Yo EXIJO EL DERECHO de las personas a comprar champán con raspaduras de oro a 3.000€ la botella, sin que ningún comisario político venga a decirle si es caro, o barato.

Por mi, ningun problema. Incluso lo defiendo en materia de bienes y servicios
En materia inmobiliaria, el problema es total: desemboca en contradicciones como el Pisito que describimos a diario

Una idea para diferenciar los conceptos:
-- Serían bienes y servicios los exportables. En este aspecto: valor == precio (identidad)
-- Serían inmuebles los no exportables. En este aspecto, el valor va por un lado, y el precio se ajusta al valor. (implicacion)

La "globalizacion" no es mala. Lo malo es que asimilemos los inmuebles a bienes exportables y terminemos por ejemplo empaquetandolos y vendiendolos como productos financieros.


Citar
Me gustaría saber tu opinión al respecto... o si por contra crees que sos 3.000 € (1 botella de champán) estarían mejor destinados a vacunas y hospitales.

El balón está en tu campo.


Los 3000 euros del champan suponen 20% de IVA. Ganancia. Encantado.

Los 300.000 euros de un piso básico (2a mano, IVA=0) suponen algo así como 66% de coste muerto para el pepito y las cuentas del Estado, y toda la sociedad "solidaria".

Encima, en la Era Cero, ni siquiera esos 200.000 excedentes rentan nada para la banca.
Son un coste. Para todos menos uno: el que engañó.

(Admite que mi postura es la canónica de los PPCC. El hereje eres tú, empeñado en asimilar lo inmobiliario a la supuesta libertad de mercado.)


« última modificación: Julio 16, 2017, 13:35:44 pm por saturno »
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