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FICHA || LA RETÓRICA DE LA «LEY DE HIERRO DE LOS SALARIOS» CONTRA LA PETULANCIA «OFERTADEMANDISTA».—Al «
esto es el mercado» se contesta profundizando con «
esto es el ánimo de lucro mercantil».
Mercado, mercadería, mercancía, mercantil, mercería, merchero, mercachifle, mercadillo, comercio, comerciante, etc., comparten raíz etimológica, del latín 'mercari' (comprar), 'merx' (mercancía), 'mercatus' (mercado) y Mercurio (dios del comercio, romanización de Hermes, sicario de Hécate).
Por lo que respecta al ánimo de lucro, el art. 116 del Código de Comercio español, dice que el contrato de compañía es aquel «
por el cual dos o más personas se obligan a poner en fondo común bienes, industria o alguna de estas cosas, para obtener lucro».
Según Adam Smith, «
no es de la benevolencia del carnicero, del cervecero o panadero de la que esperamos nuestra comida diaria, sino del hecho de que persigan su propio interés».
Al «
esto es la ley de la oferta y la demanda» se contesta con «
esto es la ley de hierro de los salarios», o lo que es lo mismo, «
esto es la ley del beneficio».
La ley de la oferta y la demanda no es un hecho, sino la fe en una
mano invisible que equilibraría el mercado, mano invisible que resulta ser el ánimo de lucro mercantil, no la benevolencia del carnicero.
Los beneficios empresariales son residuales. Es lo que queda después de retribuir al Trabajo.
El Capital (mayúscula singular)
son los beneficios empresariales acumulados. Se materializa en activos y pasivos, es decir en la universalidad de bienes, derechos, deudas y obligaciones, todos los elementos que componen un balance contable.
El Capital no es el «descuento de beneficios futuros», como proclama el subjetivismo valorativo, del mismo modo que tu vida no es lo que crees que te falta por vivir. Esto puede llegar a ser tu vida, pero no lo es. Tu vida es lo que has vivido y estás viviendo. Lo único seguro que te espera es la muerte, lo contrario de la vida.
La titularidad (propiedad) del Capital puede ser privada o pública. El sistema capitalista no debiera llamarse así, sino sistema de Capital privado; y el sistema de planificación central, de Capital público.
La ley de hierro de los salarios es el hecho de que, en una economía de Capital privado, la retribución del Trabajo tiende al
nivel de subsistencia y reproducción de la mano de obra.
La retribución del Trabajo forma parte de la Renta.
En
Contabilidad Nacional, la
Producción se transforma en
Renta (mayúscula singular) y la Renta en
Gasto (Consumo o Ahorro). La Renta se descompone en rentas netas (minúscula plural).
Las
rentas netas productivas o de los factores de Producción, llamadas por ello primarias, por ser principales o esenciales en la Producción, conforman dos grandes grupos:
— la Renta del Trabajo Neta (salarios) y
— la Renta Empresarial Neta (beneficios empresariales).
Todas los demás tipos de rentas son
rentas netas aproductivas. Se clasifican en tres grandes grupos:
—
inmobiliarias (alquileres y plusvalías son los dos tipos de rentas que todo propietario inmobiliario obtiene permanentemente, incluso sin mediar arrendamiento o venta, porque siempre hay ingresos y gastos imputables, algunos de los cuales hay que presumir, como por ejemplo cuando se destina el inmueble para uno mismo o varía su valor),
—
financieras (es decir, de activos financieros —no de acciones o participaciones—) y
—
pensiones en sentido amplio (incl. subsidios).
Nótese que, si entendemos por primario primero en orden, las rentas aproductivas serían
cuasi primarias: prácticamente todas son automáticas y periódicas, e incluso algunas se devengan y pagan por adelantado —p. ej., todavía no has producido nada y ya tienes que tener pagado el alquiler—.
La Renta Empresarial Neta es lo que aumenta el neto patrimonial de las empresas después de retribuir al Trabajo, todo neto de rentas aproductivas. El Capital es, precisamente, ese neto patrimonial fruto de la acumulación ejercicio tras ejercicio, materializado en la universalidad de bienes y servicios, deudas y obligaciones que conforman el Balance.
En los 1980, en las economías capitalistas surgió
la ficción de que los trabajadores se sublimaban individualmente en capitalistas por el solo hecho de ser propietarios de su vivienda básica o/y, en mucha menor medida, de un puñado de títulos de deuda o representativos de la participación en el Capital de grandes empresas estatales o paraestatales sometidas a procesos de pseudoprivatización: «Le saco más al piso y a la Bolsa que a mi trabajo».
En el sistema capitalista, de este modo, tomó cuerpo un oxímoron fantasmagórico:
un capitalismo del y para el pueblo ('Volkstum'), modelo cuyas raíces se remontaban, primero, a la Segunda Internacional o Internacional Socialdemócrata —la posibilidad de un capitalismo participativo y de rostro amable, idea con la que se expulsó a los comunistas de la organización—; y, después, a lo que llamamos los fascismos, muy especialmente, a su versión alemana, el Tercer Reich, inspirado por el Partido Nacionalista Obrero Alemán —tras la hiperinflación que asoló a la República de Weimar surgida de la debacle del Imperio Alemán en la Primera Guerra Mundial, imperio donde había brillado Bismarck, padre putativo del Estado del Bienestar—.
El
Capitalismo Popular puede verse como una excrecencia degenerada del
Estado del Bienestar, pero en realidad ambas cosas tienen poco que ver. Lo que a principios del siglo XXI ha entrado en crisis estructural no es este, sino aquel: el ortograma del sistema capitalista ha dicho basta y ha dictado el reencuentro con la razón incorporando grandes dosis de planificación central.
Tal fue el éxito del Capitalismo Popular en su eclosión, en los 1980, que
la clase obrera se desindicalizó. El marxismo fue desplazado por el pensamiento falsoliberal-neoliberal, una parodia individualista de la Síntesis Neoclásica-Keynesiana y su extensión monetarista. Muchos trabajadores se despedían o se jubilaban anticipadamente para invertir sus indemnizaciones en los activitos popularcapitalistas. Cayó el muro de Berlín, se disolvió el Pacto de Varsovia y se desmembró la Unión Soviética. Aparentemente, se trataba de una victoria de la derecha política. Sin embargo, solo era el intento de realización de las fantasías socialdemócrata y socialista de derecha heterodoxa.
A este impulso inicial se le sumó la fuerza multiplicadora de una
espiral de endeudamiento y sobrevaloración de la vivienda básica (Efecto Riqueza), cosas ambas que significaron una frenética actividad económica extraordinaria, no ordinaria, inicialmente bienvenida por el sistema capitalista, a sabiendas de que a la larga no podría permitírsela, por la sencilla razón de que
se financiaba contra el Trabajo y el Capital.
El popularcapitalismo forzó una
peligrosa modulación a la baja de la ley de hierro de los salarios. Los trabajadores firmaban un pacto fáustico: consentían
niveles salariales por debajo del nivel de subsistencia y reproducción, pero obtenían a cambio expectativas que se presentaban disfrazadas con la piel de cordero capitalista. Ello permitió afirmar que las clases sociales habían sido superadas y que ahora, supuestamente, y dependiendo de tu biografía inmobiliaria, no de tu trabajo o emprendimiento, todos ya éramos 'clase media':
ya no había clase obrera, sino obreros con clase.
Pero, en puridad, bajo el popularcapitalismo, la vieja ley de hierro de los salarios, más vigente que nunca, se envileció, pasando a enunciarse «
para vivir hacen falta dos sueldos». Incluso en los estertores del populacapitalismo, por la inflación con la que se administran y por el recrudecimiento reaccionario de la sobrevaloración inmobiliaria, «
para vivir hacen falta tres salarios».
Pero la única fuente de riqueza —sinónimo de Capital— es el Trabajo organizado en Empresa.
Del Trabajo se extraen todas las rentas, tanto las empresariales, como las aproductivas. Una economía en la que no hay Trabajo tiene Renta cero. La distribución de la Renta es un sistema de vasos comunicantes, sí, pero uno de ellos es la fuente de los demás: el Trabajo organizado en Empresa.
Hablar de Economía es hablar de la Renta como cedazo entre la Producción y el Gasto.
Hablar de Economía como oferta y demanda es pensamiento mágico o supersticioso. A lo sumo, puede decirse que oferta y demanda son formas poéticas de hablar de la Producción y el Gasto, con omisión de la Renta.
El 'ofertademandismo' o apela a elementos incorporales e inanimados presentes en el espíritu —la famosa mano invisible—, supuestamente capaces de asignar eficientemente los recursos escasos y decidir la producción óptima de cada bien o servicio, equilibrando la economía. En la práctica, esta cantinela no es más que
charlatanería simplona, siempre quejumbrosa —de boquilla— contra el Estado —liberal—. Las más de las veces ni siquiera hay buena fe en la defensa de una hipotética economía-enjambre de mercados y mercadillos (
Pensamiento Merchero), en los que imperarían manos invisibles entretejidas de avaricia y miedo. Lo hacen solo para
menospreciar la planificación central, por mero politiqueo, porque se presupone que esta es 'de izquierdas'. Pero hoy es irreverente con el propio sistema capitalista, que necesita de la planificación central para sobrevivir; aparte de irrespetuosa con la Contabilidad, Geometría de la Economía, tanto en su versión 'micro' —niega el escandallo de costes—, como en su versión 'macro' —niega la Renta como cedazo entre la Producción y el Gasto—.
La economía realmente existente contradice las afirmaciones mercheras. Desde los 1990 hay evidencia de que
el 'ofertademandismo' acaba obligando a una intervención económica masiva y costosa, por el estrangulamiento financiero originado al acumularse los desaguisados que genera, problema bien conocido en los cuarteles generales del propio sistema capitalista:
— ni asigna bien los recursos
— ni provee de todo lo que hace falta
— ni genera ni distribuye la riqueza eficazmente
— ni ayuda a estabilizar la economía.
Oferta y demanda no son conceptos contables. Son las dos grandes idealizaciones que constituyen el pilar de la superchería merchera. La visión de una oferta y una demanda encontrándose en un punto de equilibrio por el arte del birlibirloque es a la Economía lo que el
reiki a la Medicina —curación por imposición de manos, en este caso, invisibles—.
Por muy interesante que se ponga el merchero de turno, su retórica no puede contra la prosa realmente existente de la ley de hierro de los salarios. Ellos lo saben. De ahí la frustración y violencia actual, en la agonía del modelo popularcapitalista. La supuesta ley de la oferta y la demanda, que siempre ha sido mera mistificación, ha perdido toda capacidad de engatusamiento. Y cunden los ataques 'ad hominem', como si la Historia no tuviera leyes objetivas.
En las economías modernas, los precios nunca se fijan regateando. Todo son contratos de adhesión. Desafíen a los mercheros. Rétenles a que les digan un solo bien o servicio, uno solo, cuyo precio se fije limpiamente por deslizamiento de oferta y demanda. A lo sumo, les citarán casos de acuerdos puntuales entre un ofertante y un demandante, sesgados por la asimetría de información y los condicionamientos psicoeconómicos, muy especialmente, la aversión a las pérdidas. Ni siquiera hay 'ofertademandismo' en las lonjas de subastas inversas de pescado, la mercancía más perecedera que hay: en ellas el anclaje es invencible. Regodéense poniéndoles pegas. Humíllenles intelectualmente. Hay trabajos muy sesudos sobre la inoperancia de lo que pomposamente se llama 'canal neoclásico'.
Una cosa es la economía realmente existente y otra las ideítas que, a modo de religión, se desarrollan después.
Una cosa son los ofertantes y los demandantes y otra, el ofertademandismo, del mismo modo que una cosa es Jesús de Nazaret y otra Cristo.
Jesús de Nazaret es un personaje histórico (vid. Tácito, Plinio el Joven y Flavio Josefo), arameoparlante, 'tekton' (constructor), rabino itinerante heterodoxo, sanador y exorcista, ajusticiado por sedicioso. Y
Cristo es la idea que se le superpone: mesías celestial, profeta judío divinizado. Idea perfilada 'a posteriori' por otro judío, Pablo de Tarso, que abrió la reinterpretación de la Biblia a los paganos. Jesús existió. Cristo es Teología. La resurrección de Jesús es Cristo. La síntesis es
Jesucristo. Para entender la capa superpuesta que es Cristo hay que hacer un acto voluntario de fe, aparte de no estar cerrado al judaísmo.
El enfoque de la Renta no niega que haya ofertantes y demandantes. Los 'ofertademandistas' tampoco niegan la realidad de la Producción, la Renta y el Gasto. La diferencia está en que estos superponen la creencia en una mano invisible organizadora, perfilada por Adam Smith.
El cristianismo es paulino. El capitalismo, smithiano.
La fe ofertademandista es peligrosa. ¿Acaso no es dañino pagar por inmuebles o acciones no solo lo que valen —
tramo real—, sino también 'otra cosa' —segundo
tramo ideal— porque «estamos en proceso de ajuste entre la oferta y la demanda»? No solo es dañino para el que paga el sobreprecio —y para quienes dependen de él—. También lo es para el sistema en su conjunto, que no puede permitírselo, especialmente si se trata de las viviendas básicas de los trabajadores, como quedó sentenciado a mediados de los 2000.
Por cierto, después toda la vida buscando el equilibrio entre oferta y demanda, ¿cuándo vamos a encontrarlo? ¿Cuántos han muerto buscándolo?
Decimos muy precisamente que oferta y demanda no son conceptos contables. Son constructos ideales. Incluso quiere hacérsenos creer que son preexistentes a la economía. No, los conceptos contables son Producción, Renta y Gasto. Lo único preexistente son las
necesidades y los
recursos limitados.
Producción = Renta = Gasto [La triple identidad de la Contabilidad Nacional]
Renta = rentas productivas + rentas aproductivasrentas productivas = Renta Trabajo Neta + Renta Empresarial Netarentas aproductivas = rentas inmobiliarias + rentas financieras + pensionesEntre la Producción y el Gasto se halla el cedazo de la distribución de la Renta.La
Política de Rentas es la parte de la Política Económica cuyo objeto es el sistema de cinco vasos comunicantes de rentas que constituye la distribución de la Renta (Trabajo & Empresa, inmobiliarias, financieras y pensiones). Sin embargo, el popularcapitalismo, cuando habla de 'Política de Rentas' solo se refiere a cuánto han de moderarse los salarios para preservar las rentas inmobiliarias.
El Gasto es Consumo o Ahorro. La Inversión es en lo que se materializa el Ahorro —la forma más sencilla de materializar el Ahorro es en billetes y monedas de curso legal, el activo financiero plenamente líquido sin vencimiento ni rendimiento—.
El Gasto puede ser Privado o Público. Además del Gasto Interno, está el Externo, ya Exportaciones, ya Importaciones. A este conjunto, el pensamiento Merchero lo llama presuntuosamente
Demanda Agregada y fantasea con administrarla, en lugar de actuando directamente sobre sus componentes, solo toqueteando
tipos de gravamen, tipos de interés y tipos de cambio, a los que llama estímulos a la mano invisible. Evidentemente, los
efectos colaterales de tales intervenciones indirectas son inmensos. Además, pregúntense por qué los mismos que siempre están con la monserga de bajar impuestos o darle menos a la impresora de dinero (economistas «ii», impuestitos e impresoritas):
— nunca hablan de bajar ese inmenso impuesto privado ('
private taxation') que es la vivienda básica sobrevalorada; y
— practican el
victimismo exculpatorio contra el Estado.
La cuenta de la
Renta Empresarial Neta es:
Beneficio brutomenos
salariosmenos retención para
rentas inmobiliariasmenos retención para
rentas financierasmenos retención para
pensiones= Renta Empresarial Neta
La cuenta de la
Renta del Trabajo Neta es:
Salario brutomenos retención para
rentas inmobiliariasmenos retención para
rentas financierasmenos retención para
pensiones= Renta del Trabajo Neta
El Beneficio puede expresarse así:
Beneficio = Volumen de ventas X Margen de beneficio por unidad vendidaSintéticamente:
Beneficio = Volumen X MargenMargen = (Precio – Costes) / PrecioMargen = (Precio – Coste salarial – Coste no salarial) / PrecioEl
precio de los bienes y servicios se fija inicialmente por las empresas productoras, salvo que lo intervenga el Estado, que es la organización de la que se dota el sistema para perpetuarse.
Hay veces que el Pensamiento Merchero se topa con que no pueden explicarse las
subidas generalizadas de precios de acuerdo con los únicos cuatro argumentos académicos que hay:
— inflación
monetaria,
— inflación '
de demanda',
— inflación '
de costes' e
— inflación
autoconstruida —p. ej., por causa de una burbuja inmobiliaria—.
Pero, entonces, el mercherismo se enroca y elude reconocer que los precios suben por
decisión arbitraria de quienes tienen el poder para fijarlos e influencia para infundirte odio al dinero, odio que ellos no tienen —ambicionan quedarse con el tuyo—. Así, desaparece la
cohesión social, lo que conjugado con el
control panóptico —ahora tan perfecto gracias a la informática—, convierte a la sociedad en una inmensa cárcel.
En las escuelas de negocios, la fijación de precios es una materia de estudio muy seria. Lo moral es que la fijación libre de precios se realice a través del llamado
Método del Coste Incrementado. Según este, el precio es el resultado de incrementar el coste de producción con un margen razonable de beneficio. Es contrario a la moral que el margen de beneficio tenga dos tramos: el natural y 'otra cosa'.
Como decimos, hay un poder superior al del productor que fija precios: el Estado. El Estado puede imponer los precios que desee por la razón que sea. En este caso se dice que estamos ante
precios políticos.
El '
price skimming' ('desnatado' de los mejores demandantes vía precios) es una técnica de 'Marketing' que consiste en fijar un precio extravagante que solo se lo puede permitir el tipo de consumidor que va a dar al producto la fama que se busca, de modo que el mismo beneficio pueda obtenerse con menos volumen de ventas.
En el popularcapitalismo ochentero,
la vivienda tiene precios políticos y extravagantes, es decir, su precio no es natural, sino 'de catálogo' político, y además es objeto de 'price skimming'.
Para pagar esos precios, los trabajadores se traen del futuro sus rentas salariales, con los consiguientes efectos expansivos instantáneos, aunque desertificando financieramente el futuro. Al mismo tiempo, se desindicalizan creyéndose sublimados en capitalistitas.
Pero desde el primer momento, allá por los 1980, todos sabíamos que había
límites objetivos. La vivienda no es más que un producto de primera necesidad de consumo obligatorio financiado por el Trabajo & Empresa. Y no necesita demostrarse que el Trabajo, propio o ajeno, es la fuente última de toda riqueza, por lo que un capitalismo que sea a la vez verdaderamente popular es imposible.
Finalmente, como los precios inmobiliarios son políticos,
se distribuyen en el escandallo de costes para atrás:
— primero se retribuye la
financiación;
— luego, la
construcción; y
— lo que queda, que es mucho, se atribuye al
suelo.
El valor del suelo depende, pues, del precio político al que puede venderse lo que puede construirse sobre él.
Por eso, cuando pinchan las burbujas inmobiliarias, las carteras de suelo quiebran al nacer la obligación de provisionar en garantía de acreedores.
Por eso, también, el sector ha creado el concepto de
suelo finalista. La vivienda es cara porque su precio es político y no porque es escasa por restricción de la oferta porque el suelo finalista es escaso por la rigidez de la administración pública urbanística. Qué excusa tan enrevesada, ¿no? Qué complicado, el ofertademandismo.
La vivienda es cara porque es el ahorro del pobre y estamos en el popularcapitalismo. Los procedimientos urbanísticos se van haciendo prolijos conforme avanzan las burbujas inmobiliarias para que estas no degeneren ni exploten violentamente. En los países donde el suelo finalista abunda, la vivienda también es cara. El suelo finalista no es caro por razones ofertademandistas sino porque se puede construir inmediatamente sobre él y ya huele a dinero. La verdad es que
el suelo construido no vale intrínsecamente casi nada, como lo prueba que dos pisitos idénticos en edificios colindantes, uno de cuatro alturas y otro de ocho, 'valen' lo mismo. El ofertademandismo tiene solo un papel testimonial en el valor del suelo: si no, el sector no hablaría de suelo finalista, sino de
suelo concurrido, porque la demanda es de vivienda no de suelo finalista.