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¿Quién engañó a los millenials?Formamos parte del mundo, y en el mundo no hay trascendencia ni garantías. Hay, eso sí, cuentoshttps://www.vozpopuli.com/opinion/engano-millenials.htmlLa semana pasada se publicó una entrevista interesante en S Moda, la revista de El País sobre moda, tendencias, feminismo, estilo de vida y muchas otras cosas que vienen a significar lo mismo. La entrevista abría con este titular: Los mileniales se han dado cuenta de que la meritocracia no existe y no importa lo duro que trabajes.La pieza es interesante en sí misma, pero además es actual porque en las últimas semanas ha aumentado la cantidad de investigaciones, artículos y conversaciones en torno a la meritocracia. Es sin duda uno de los conceptos de moda para este otoño, y complementa al otro gran debate del año, ese que mezcla la nostalgia, la precariedad y las guerras generacionales para dibujar un jardín-laberinto del que es muy difícil salir y en el que también es difícil entrar, si uno intenta conducirse con prudencia.En la entrevista habla Anne Helen Petersen, una periodista milenial que al parecer ha tenido mucho éxito con un ensayo sobre los fracasos de su generación. Antes de empezar con las preguntas, la revista destaca esta idea a modo de presentación: “Petersen viene a decirnos que en esta epidemia del cansancio el culpable no eres tú, es el sistema”. Y claro, cómo no va a tener éxito alguien que les dice a los mileniales que las culpas de sus fracasos las tiene otro. La autora sostiene que son la generación que “ha derribado el mito de la meritocracia”. Se han dado cuenta de que no importa cuán duro trabajen, dice, de que a pesar de haber ido a buenos colegios o de haberse esforzado, nada de eso garantiza el éxito. Llama la atención que hayan tardado tanto tiempo en darse cuenta de algo tan obvio y tan viejo. La periodista se hace una pregunta importante: “¿Quién nos dijo que éramos especiales? (...) Si nuestros abuelos y padres nos dijeron que éramos tan especiales y válidos, ¿por qué yo no tengo esta vida tan única y perfecta que debería alcanzar después de haber hecho todo lo que precisamente me pidieron que hiciera?”Y ahí es donde se observa el gran salto generacional. ¿Nuestros padres mintieron? No, hombre. Sencillamente, nuestra generación hizo más caso a las tazas de Señor Maravilloso que a la experiencia de sus padres y abuelos. A muchos nos dijeron que teníamos que esforzarnos y que teníamos que intentar hacer bien las cosas, sí; eso era todo. Lo otro, la promesa de que tendríamos una vida plena y fácil, y sobre todo la promesa de que la tendríamos porque la merecíamos, no vino de nuestros padres sino de nuestra propia ingenuidad, alimentada por los grandes almacenes de los derechos expansivos y de las reflexiones a precio de saldo.Orwell y Camus, el mejor periodista y el mejor moralista del siglo XX, nacieron pobres, crecieron enfermos y murieron a los 46 años. Nadie diría que vivieron poco o mal, nadie diría que tuvieron una vida perfecta. Nuestra generación está cansada de los fracasos personales y de una vida insatisfactoria, pero hay más razones para estar cansado de las lamentaciones semanales de gente que se creyó un cuento que no resistía ni cuatro páginas de cualquier clásico. La vida es difícil, lo normal es ser mediocre y es inútil pensar que merecemos algo mejor. Todo lo demás es un cuento. Y hoy podemos ver cómo será la siguiente edición, ampliada y revisada: no es sólo que si estudias tendrás éxito, sino que además puedes estudiar lo que sea, lo que te guste; puedes estudiar con mucho o poco esfuerzo, lo que importa es la experiencia. La educación es lo que tú quieras, el éxito es un derecho y la realidad es una construcción social. Pero la realidad existe, y en realidad todo es mucho más sencillo y más gris. Formamos parte del mundo, y en el mundo no hay trascendencia ni garantías. Hay, eso sí, cuentos. Unos son socialmente útiles, otros proporcionan consuelo o sentido y otros son engaños que conducen a la frustración.En la primera respuesta de la entrevista, Petersen habla de la presión que tiene que sufrir nuestra generación, expuesta al horror de los likes en las redes sociales: Nuestros padres, abuelos y tatarabuelos pasaron penurias como la guerra, enfermedades, trabajo físico muy intenso y multitudes de factores que les llevan a decirnos: “No tienes ni idea de lo duro que fue esto, tú lo has tenido más fácil”. Aquí nadie niega que la vida lo sea ahora en muchos aspectos, pero también es más complicada. Hay muchos factores de presión sobre los individuos, como consumir noticias a todas horas o tener que representar nuestra vida todo el rato, no solo en el trabajo, sino también en las redes sociales. Al comienzo de cada episodio de Hermanos de Sangre se pueden escuchar los testimonios de varios veteranos de la Segunda Guerra Mundial. Aparecen solos, en primer plano y sobre un fondo negro, y dejan una o dos frases. Una de esas frases, ya en el primer episodio, se queda grabada para el resto de la serie. “Veníamos de un pueblo muy pequeño, y tres chavales que fueron declarados ‘no aptos’ se suicidaron. Porque no podían ir. Eran otros tiempos”. A continuación habla otro veterano. “Hice cosas, no las hice por las medallas, no las hice por los honores, las hice porque… era lo que debía hacerse”.Unos proporcionan sentido, y otros conducen a la frustración. Conviene elegir bien cuáles nos creemos.
Contra la ingenuidad de los millennials (y vindicación de los valores de la generación dorada -.la que luchó en la Guerra civil y la IIGM.-):Citar¿Quién engañó a los millenials?Formamos parte del mundo, y en el mundo no hay trascendencia ni garantías. Hay, eso sí, cuentoshttps://www.vozpopuli.com/opinion/engano-millenials.htmlLa semana pasada se publicó una entrevista interesante en S Moda, la revista de El País sobre moda, tendencias, feminismo, estilo de vida y muchas otras cosas que vienen a significar lo mismo. La entrevista abría con este titular: Los mileniales se han dado cuenta de que la meritocracia no existe y no importa lo duro que trabajes.La pieza es interesante en sí misma, pero además es actual porque en las últimas semanas ha aumentado la cantidad de investigaciones, artículos y conversaciones en torno a la meritocracia. Es sin duda uno de los conceptos de moda para este otoño, y complementa al otro gran debate del año, ese que mezcla la nostalgia, la precariedad y las guerras generacionales para dibujar un jardín-laberinto del que es muy difícil salir y en el que también es difícil entrar, si uno intenta conducirse con prudencia.En la entrevista habla Anne Helen Petersen, una periodista milenial que al parecer ha tenido mucho éxito con un ensayo sobre los fracasos de su generación. Antes de empezar con las preguntas, la revista destaca esta idea a modo de presentación: “Petersen viene a decirnos que en esta epidemia del cansancio el culpable no eres tú, es el sistema”. Y claro, cómo no va a tener éxito alguien que les dice a los mileniales que las culpas de sus fracasos las tiene otro. La autora sostiene que son la generación que “ha derribado el mito de la meritocracia”. Se han dado cuenta de que no importa cuán duro trabajen, dice, de que a pesar de haber ido a buenos colegios o de haberse esforzado, nada de eso garantiza el éxito. Llama la atención que hayan tardado tanto tiempo en darse cuenta de algo tan obvio y tan viejo. La periodista se hace una pregunta importante: “¿Quién nos dijo que éramos especiales? (...) Si nuestros abuelos y padres nos dijeron que éramos tan especiales y válidos, ¿por qué yo no tengo esta vida tan única y perfecta que debería alcanzar después de haber hecho todo lo que precisamente me pidieron que hiciera?”Y ahí es donde se observa el gran salto generacional. ¿Nuestros padres mintieron? No, hombre. Sencillamente, nuestra generación hizo más caso a las tazas de Señor Maravilloso que a la experiencia de sus padres y abuelos. A muchos nos dijeron que teníamos que esforzarnos y que teníamos que intentar hacer bien las cosas, sí; eso era todo. Lo otro, la promesa de que tendríamos una vida plena y fácil, y sobre todo la promesa de que la tendríamos porque la merecíamos, no vino de nuestros padres sino de nuestra propia ingenuidad, alimentada por los grandes almacenes de los derechos expansivos y de las reflexiones a precio de saldo.Orwell y Camus, el mejor periodista y el mejor moralista del siglo XX, nacieron pobres, crecieron enfermos y murieron a los 46 años. Nadie diría que vivieron poco o mal, nadie diría que tuvieron una vida perfecta. Nuestra generación está cansada de los fracasos personales y de una vida insatisfactoria, pero hay más razones para estar cansado de las lamentaciones semanales de gente que se creyó un cuento que no resistía ni cuatro páginas de cualquier clásico. La vida es difícil, lo normal es ser mediocre y es inútil pensar que merecemos algo mejor. Todo lo demás es un cuento. Y hoy podemos ver cómo será la siguiente edición, ampliada y revisada: no es sólo que si estudias tendrás éxito, sino que además puedes estudiar lo que sea, lo que te guste; puedes estudiar con mucho o poco esfuerzo, lo que importa es la experiencia. La educación es lo que tú quieras, el éxito es un derecho y la realidad es una construcción social. Pero la realidad existe, y en realidad todo es mucho más sencillo y más gris. Formamos parte del mundo, y en el mundo no hay trascendencia ni garantías. Hay, eso sí, cuentos. Unos son socialmente útiles, otros proporcionan consuelo o sentido y otros son engaños que conducen a la frustración.En la primera respuesta de la entrevista, Petersen habla de la presión que tiene que sufrir nuestra generación, expuesta al horror de los likes en las redes sociales: Nuestros padres, abuelos y tatarabuelos pasaron penurias como la guerra, enfermedades, trabajo físico muy intenso y multitudes de factores que les llevan a decirnos: “No tienes ni idea de lo duro que fue esto, tú lo has tenido más fácil”. Aquí nadie niega que la vida lo sea ahora en muchos aspectos, pero también es más complicada. Hay muchos factores de presión sobre los individuos, como consumir noticias a todas horas o tener que representar nuestra vida todo el rato, no solo en el trabajo, sino también en las redes sociales. Al comienzo de cada episodio de Hermanos de Sangre se pueden escuchar los testimonios de varios veteranos de la Segunda Guerra Mundial. Aparecen solos, en primer plano y sobre un fondo negro, y dejan una o dos frases. Una de esas frases, ya en el primer episodio, se queda grabada para el resto de la serie. “Veníamos de un pueblo muy pequeño, y tres chavales que fueron declarados ‘no aptos’ se suicidaron. Porque no podían ir. Eran otros tiempos”. A continuación habla otro veterano. “Hice cosas, no las hice por las medallas, no las hice por los honores, las hice porque… era lo que debía hacerse”.Unos proporcionan sentido, y otros conducen a la frustración. Conviene elegir bien cuáles nos creemos.
Cita de: wanderer en Noviembre 01, 2021, 13:05:07 pmContra la ingenuidad de los millennials (y vindicación de los valores de la generación dorada -.la que luchó en la Guerra civil y la IIGM.-):Citar¿Quién engañó a los millenials?Formamos parte del mundo, y en el mundo no hay trascendencia ni garantías. Hay, eso sí, cuentoshttps://www.vozpopuli.com/opinion/engano-millenials.htmlLa semana pasada se publicó una entrevista interesante en S Moda, la revista de El País sobre moda, tendencias, feminismo, estilo de vida y muchas otras cosas que vienen a significar lo mismo. La entrevista abría con este titular: Los mileniales se han dado cuenta de que la meritocracia no existe y no importa lo duro que trabajes.La pieza es interesante en sí misma, pero además es actual porque en las últimas semanas ha aumentado la cantidad de investigaciones, artículos y conversaciones en torno a la meritocracia. Es sin duda uno de los conceptos de moda para este otoño, y complementa al otro gran debate del año, ese que mezcla la nostalgia, la precariedad y las guerras generacionales para dibujar un jardín-laberinto del que es muy difícil salir y en el que también es difícil entrar, si uno intenta conducirse con prudencia.En la entrevista habla Anne Helen Petersen, una periodista milenial que al parecer ha tenido mucho éxito con un ensayo sobre los fracasos de su generación. Antes de empezar con las preguntas, la revista destaca esta idea a modo de presentación: “Petersen viene a decirnos que en esta epidemia del cansancio el culpable no eres tú, es el sistema”. Y claro, cómo no va a tener éxito alguien que les dice a los mileniales que las culpas de sus fracasos las tiene otro. La autora sostiene que son la generación que “ha derribado el mito de la meritocracia”. Se han dado cuenta de que no importa cuán duro trabajen, dice, de que a pesar de haber ido a buenos colegios o de haberse esforzado, nada de eso garantiza el éxito. Llama la atención que hayan tardado tanto tiempo en darse cuenta de algo tan obvio y tan viejo. La periodista se hace una pregunta importante: “¿Quién nos dijo que éramos especiales? (...) Si nuestros abuelos y padres nos dijeron que éramos tan especiales y válidos, ¿por qué yo no tengo esta vida tan única y perfecta que debería alcanzar después de haber hecho todo lo que precisamente me pidieron que hiciera?”Y ahí es donde se observa el gran salto generacional. ¿Nuestros padres mintieron? No, hombre. Sencillamente, nuestra generación hizo más caso a las tazas de Señor Maravilloso que a la experiencia de sus padres y abuelos. A muchos nos dijeron que teníamos que esforzarnos y que teníamos que intentar hacer bien las cosas, sí; eso era todo. Lo otro, la promesa de que tendríamos una vida plena y fácil, y sobre todo la promesa de que la tendríamos porque la merecíamos, no vino de nuestros padres sino de nuestra propia ingenuidad, alimentada por los grandes almacenes de los derechos expansivos y de las reflexiones a precio de saldo.Orwell y Camus, el mejor periodista y el mejor moralista del siglo XX, nacieron pobres, crecieron enfermos y murieron a los 46 años. Nadie diría que vivieron poco o mal, nadie diría que tuvieron una vida perfecta. Nuestra generación está cansada de los fracasos personales y de una vida insatisfactoria, pero hay más razones para estar cansado de las lamentaciones semanales de gente que se creyó un cuento que no resistía ni cuatro páginas de cualquier clásico. La vida es difícil, lo normal es ser mediocre y es inútil pensar que merecemos algo mejor. Todo lo demás es un cuento. Y hoy podemos ver cómo será la siguiente edición, ampliada y revisada: no es sólo que si estudias tendrás éxito, sino que además puedes estudiar lo que sea, lo que te guste; puedes estudiar con mucho o poco esfuerzo, lo que importa es la experiencia. La educación es lo que tú quieras, el éxito es un derecho y la realidad es una construcción social. Pero la realidad existe, y en realidad todo es mucho más sencillo y más gris. Formamos parte del mundo, y en el mundo no hay trascendencia ni garantías. Hay, eso sí, cuentos. Unos son socialmente útiles, otros proporcionan consuelo o sentido y otros son engaños que conducen a la frustración.En la primera respuesta de la entrevista, Petersen habla de la presión que tiene que sufrir nuestra generación, expuesta al horror de los likes en las redes sociales: Nuestros padres, abuelos y tatarabuelos pasaron penurias como la guerra, enfermedades, trabajo físico muy intenso y multitudes de factores que les llevan a decirnos: “No tienes ni idea de lo duro que fue esto, tú lo has tenido más fácil”. Aquí nadie niega que la vida lo sea ahora en muchos aspectos, pero también es más complicada. Hay muchos factores de presión sobre los individuos, como consumir noticias a todas horas o tener que representar nuestra vida todo el rato, no solo en el trabajo, sino también en las redes sociales. Al comienzo de cada episodio de Hermanos de Sangre se pueden escuchar los testimonios de varios veteranos de la Segunda Guerra Mundial. Aparecen solos, en primer plano y sobre un fondo negro, y dejan una o dos frases. Una de esas frases, ya en el primer episodio, se queda grabada para el resto de la serie. “Veníamos de un pueblo muy pequeño, y tres chavales que fueron declarados ‘no aptos’ se suicidaron. Porque no podían ir. Eran otros tiempos”. A continuación habla otro veterano. “Hice cosas, no las hice por las medallas, no las hice por los honores, las hice porque… era lo que debía hacerse”.Unos proporcionan sentido, y otros conducen a la frustración. Conviene elegir bien cuáles nos creemos.Gracias por el artículo wanderer. Muy bien traído.A mí el mito se me derribó el año pasado cuando empezamos con las medidas covid tan brutales "para proteger a los abuelos". La supuesta generación más dura de la historia encerrando a los más jovenes porque tienen miedo de que alguien les contagie. La primera vez en la historia que vamos contra natura, priorizando la vida de los ancianos sobre la de los niños (obligándoles a llevar una mascarilla por una enfermedad que virtualmente no les afecta).Lo de los pisitos ya es (casi) lo de menos. La generación que lo ha tenido todo y se cree con derecho a todo por el simple hecho de haber nacido antes, y encima se permite mirar por encima del hombro a las generaciones posteriores.Como individuos son geniales, como generación han sido una plaga de langostas.
Contra la ingenuidad de los millennials (y vindicación de los valores de la generación dorada -.la que luchó en la Guerra civil y la IIGM.-):Citar¿Quién engañó a los millenials?Formamos parte del mundo, y en el mundo no hay trascendencia ni garantías. Hay, eso sí, cuentoshttps://www.vozpopuli.com/opinion/engano-millenials.html
¿Quién engañó a los millenials?Formamos parte del mundo, y en el mundo no hay trascendencia ni garantías. Hay, eso sí, cuentoshttps://www.vozpopuli.com/opinion/engano-millenials.html
The 37-Year-Olds Are Afraid of the 23-Year-Olds Who Work for ThemPosted by msmash on Monday November 01, 2021 @11:22AM from the times,-they-are-a-changin' dept.Twenty-somethings rolling their eyes at the habits of their elders is a longstanding trend, but many employers said there's a new boldness in the way Gen Z dictates taste. From a report:CitarAt a retail business based in New York, managers were distressed to encounter young employees who wanted paid time off when coping with anxiety or period cramps. At a supplement company, a Gen Z worker questioned why she would be expected to clock in for a standard eight-hour day when she might get through her to-do list by the afternoon. At a biotech venture, entry-level staff members delegated tasks to the founder. And spanning sectors and start-ups, the youngest members of the work force have demanded what they see as a long overdue shift away from corporate neutrality toward a more open expression of values, whether through executives displaying their pronouns on Slack or putting out statements in support of the protests for Black Lives Matter. "These younger generations are cracking the code and they're like, 'Hey guys turns out we don't have to do it like these old people tell us we have to do it,'" said Colin Guinn, 41, co-founder of the robotics company Hangar Technology. "'We can actually do whatever we want and be just as successful.' And us old people are like, 'What is going on?'"Twenty-somethings rolling their eyes at the habits of their elders is a trend as old as Xerox, Kodak and classic rock, but many employers said there's a new boldness in the way Gen Z dictates taste. And some members of Gen Z, defined as the 72 million people born between 1997 and 2012, or simply as anyone too young to remember Sept. 11, are quick to affirm this characterization. Ziad Ahmed, 22, founder and chief executive of the Gen Z marketing company JUV Consulting, which has lent its expertise to brands like JanSport, recalled speaking at a conference where a Gen Z woman, an entry-level employee, told him she didn't feel that her employer's marketing fully reflected her progressive values. "What is your advice for our company?" the young woman asked. "Make you a vice president," Mr. Ahmed told her. "Rather than an intern." Starting in the mid-aughts, the movement of millennials from college into the workplace prompted a flurry of advice columns about hiring members of the headstrong generation. "These young people tell you what time their yoga class is," warned a "60 Minutes" segment in 2007 called "The 'Millennials' Are Coming." Over time, those millennials became managers, and workplaces were reshaped in their image. There were #ThankGodIt'sMonday signs affixed to WeWork walls. There was the once-heralded rise of the SheEO.
At a retail business based in New York, managers were distressed to encounter young employees who wanted paid time off when coping with anxiety or period cramps. At a supplement company, a Gen Z worker questioned why she would be expected to clock in for a standard eight-hour day when she might get through her to-do list by the afternoon. At a biotech venture, entry-level staff members delegated tasks to the founder. And spanning sectors and start-ups, the youngest members of the work force have demanded what they see as a long overdue shift away from corporate neutrality toward a more open expression of values, whether through executives displaying their pronouns on Slack or putting out statements in support of the protests for Black Lives Matter. "These younger generations are cracking the code and they're like, 'Hey guys turns out we don't have to do it like these old people tell us we have to do it,'" said Colin Guinn, 41, co-founder of the robotics company Hangar Technology. "'We can actually do whatever we want and be just as successful.' And us old people are like, 'What is going on?'"Twenty-somethings rolling their eyes at the habits of their elders is a trend as old as Xerox, Kodak and classic rock, but many employers said there's a new boldness in the way Gen Z dictates taste. And some members of Gen Z, defined as the 72 million people born between 1997 and 2012, or simply as anyone too young to remember Sept. 11, are quick to affirm this characterization. Ziad Ahmed, 22, founder and chief executive of the Gen Z marketing company JUV Consulting, which has lent its expertise to brands like JanSport, recalled speaking at a conference where a Gen Z woman, an entry-level employee, told him she didn't feel that her employer's marketing fully reflected her progressive values. "What is your advice for our company?" the young woman asked. "Make you a vice president," Mr. Ahmed told her. "Rather than an intern." Starting in the mid-aughts, the movement of millennials from college into the workplace prompted a flurry of advice columns about hiring members of the headstrong generation. "These young people tell you what time their yoga class is," warned a "60 Minutes" segment in 2007 called "The 'Millennials' Are Coming." Over time, those millennials became managers, and workplaces were reshaped in their image. There were #ThankGodIt'sMonday signs affixed to WeWork walls. There was the once-heralded rise of the SheEO.
Cita de: el malo en Noviembre 01, 2021, 13:18:10 pmCita de: wanderer en Noviembre 01, 2021, 13:05:07 pmContra la ingenuidad de los millennials (y vindicación de los valores de la generación dorada -.la que luchó en la Guerra civil y la IIGM.-):Citar¿Quién engañó a los millenials?Formamos parte del mundo, y en el mundo no hay trascendencia ni garantías. Hay, eso sí, cuentoshttps://www.vozpopuli.com/opinion/engano-millenials.htmlLa semana pasada se publicó una entrevista interesante en S Moda, la revista de El País sobre moda, tendencias, feminismo, estilo de vida y muchas otras cosas que vienen a significar lo mismo. La entrevista abría con este titular: Los mileniales se han dado cuenta de que la meritocracia no existe y no importa lo duro que trabajes.La pieza es interesante en sí misma, pero además es actual porque en las últimas semanas ha aumentado la cantidad de investigaciones, artículos y conversaciones en torno a la meritocracia. Es sin duda uno de los conceptos de moda para este otoño, y complementa al otro gran debate del año, ese que mezcla la nostalgia, la precariedad y las guerras generacionales para dibujar un jardín-laberinto del que es muy difícil salir y en el que también es difícil entrar, si uno intenta conducirse con prudencia.En la entrevista habla Anne Helen Petersen, una periodista milenial que al parecer ha tenido mucho éxito con un ensayo sobre los fracasos de su generación. Antes de empezar con las preguntas, la revista destaca esta idea a modo de presentación: “Petersen viene a decirnos que en esta epidemia del cansancio el culpable no eres tú, es el sistema”. Y claro, cómo no va a tener éxito alguien que les dice a los mileniales que las culpas de sus fracasos las tiene otro. La autora sostiene que son la generación que “ha derribado el mito de la meritocracia”. Se han dado cuenta de que no importa cuán duro trabajen, dice, de que a pesar de haber ido a buenos colegios o de haberse esforzado, nada de eso garantiza el éxito. Llama la atención que hayan tardado tanto tiempo en darse cuenta de algo tan obvio y tan viejo. La periodista se hace una pregunta importante: “¿Quién nos dijo que éramos especiales? (...) Si nuestros abuelos y padres nos dijeron que éramos tan especiales y válidos, ¿por qué yo no tengo esta vida tan única y perfecta que debería alcanzar después de haber hecho todo lo que precisamente me pidieron que hiciera?”Y ahí es donde se observa el gran salto generacional. ¿Nuestros padres mintieron? No, hombre. Sencillamente, nuestra generación hizo más caso a las tazas de Señor Maravilloso que a la experiencia de sus padres y abuelos. A muchos nos dijeron que teníamos que esforzarnos y que teníamos que intentar hacer bien las cosas, sí; eso era todo. Lo otro, la promesa de que tendríamos una vida plena y fácil, y sobre todo la promesa de que la tendríamos porque la merecíamos, no vino de nuestros padres sino de nuestra propia ingenuidad, alimentada por los grandes almacenes de los derechos expansivos y de las reflexiones a precio de saldo.Orwell y Camus, el mejor periodista y el mejor moralista del siglo XX, nacieron pobres, crecieron enfermos y murieron a los 46 años. Nadie diría que vivieron poco o mal, nadie diría que tuvieron una vida perfecta. Nuestra generación está cansada de los fracasos personales y de una vida insatisfactoria, pero hay más razones para estar cansado de las lamentaciones semanales de gente que se creyó un cuento que no resistía ni cuatro páginas de cualquier clásico. La vida es difícil, lo normal es ser mediocre y es inútil pensar que merecemos algo mejor. Todo lo demás es un cuento. Y hoy podemos ver cómo será la siguiente edición, ampliada y revisada: no es sólo que si estudias tendrás éxito, sino que además puedes estudiar lo que sea, lo que te guste; puedes estudiar con mucho o poco esfuerzo, lo que importa es la experiencia. La educación es lo que tú quieras, el éxito es un derecho y la realidad es una construcción social. Pero la realidad existe, y en realidad todo es mucho más sencillo y más gris. Formamos parte del mundo, y en el mundo no hay trascendencia ni garantías. Hay, eso sí, cuentos. Unos son socialmente útiles, otros proporcionan consuelo o sentido y otros son engaños que conducen a la frustración.En la primera respuesta de la entrevista, Petersen habla de la presión que tiene que sufrir nuestra generación, expuesta al horror de los likes en las redes sociales: Nuestros padres, abuelos y tatarabuelos pasaron penurias como la guerra, enfermedades, trabajo físico muy intenso y multitudes de factores que les llevan a decirnos: “No tienes ni idea de lo duro que fue esto, tú lo has tenido más fácil”. Aquí nadie niega que la vida lo sea ahora en muchos aspectos, pero también es más complicada. Hay muchos factores de presión sobre los individuos, como consumir noticias a todas horas o tener que representar nuestra vida todo el rato, no solo en el trabajo, sino también en las redes sociales. Al comienzo de cada episodio de Hermanos de Sangre se pueden escuchar los testimonios de varios veteranos de la Segunda Guerra Mundial. Aparecen solos, en primer plano y sobre un fondo negro, y dejan una o dos frases. Una de esas frases, ya en el primer episodio, se queda grabada para el resto de la serie. “Veníamos de un pueblo muy pequeño, y tres chavales que fueron declarados ‘no aptos’ se suicidaron. Porque no podían ir. Eran otros tiempos”. A continuación habla otro veterano. “Hice cosas, no las hice por las medallas, no las hice por los honores, las hice porque… era lo que debía hacerse”.Unos proporcionan sentido, y otros conducen a la frustración. Conviene elegir bien cuáles nos creemos.Gracias por el artículo wanderer. Muy bien traído.A mí el mito se me derribó el año pasado cuando empezamos con las medidas covid tan brutales "para proteger a los abuelos". La supuesta generación más dura de la historia encerrando a los más jovenes porque tienen miedo de que alguien les contagie. La primera vez en la historia que vamos contra natura, priorizando la vida de los ancianos sobre la de los niños (obligándoles a llevar una mascarilla por una enfermedad que virtualmente no les afecta).Lo de los pisitos ya es (casi) lo de menos. La generación que lo ha tenido todo y se cree con derecho a todo por el simple hecho de haber nacido antes, y encima se permite mirar por encima del hombro a las generaciones posteriores.Como individuos son geniales, como generación han sido una plaga de langostas.Algunos sois tremendos. "priorizando la vida de los ancianos sobre la de los niños".Venga, hombre.
La Universidad y la dictadura del progretariadoEn este nuevo centro académico no se permitirá la entrada a la censura disfrazada de argumentos tan delirantes como me ofendes/me oprimes/eres machista/eres racista y similareshttps://www.vozpopuli.com/opinion/universidad-dictadura-progretariado.htmlLa inauguración reciente de la Universidad de Austin en Texas ha causado gran revuelo en el mundo académico y periodístico a uno y otro lado del charco. ¿El motivo? La declaración de intenciones de sus fundadores: la iniciativa pretende enseñar, promover y generar conocimiento desde la libre expresión y desde la libertad de cátedra. ¿A qué viene esta tautología, esta redundancia boba de puro obvia? ¿No ha sido siempre esta la definición de la institución universitaria?No hablo ahora del cada vez menor nivel de exigencia al alumnado, ni tampoco de la deriva tecnocrática y pragmática que la aqueja y que contribuye también a su deterioro respecto de la que ha sido siempre su motivación principal. Estamos ante un problema mucho más grave, del que espero que los lectores ya sean conocedores: la cultura de la cancelación. Este concepto, junto con el de batalla cultural, se ha popularizado y suena a una moda más, producto del inevitable péndulo que opera en toda convivencia humana: cuanto más se estire hacia una dirección más lejos se reaccionará en la contraria. El fenómeno va mucho más allá de estas inercias. Hablamos de ideologías que están acabando con las instituciones nucleares que sostienen la democracia constitucional: la libertad de enseñanza, la libertad de expresión, la presunción de inocencia y la libertad individual, en general.En España hemos experimentado ampliamente los estragos de la politización y la fagocitación de los campus llevado a cabo por movimientos de un espectro ideológico muy concreto; no hace falta que nos remontemos a épocas oscuras y lugares terribles, como la Universidad en País Vasco y Navarra en los tiempos más duros de ETA (servidora vivió en carne propia la explosión de una bomba en la clase donde tomaba clases de Filosofía, regalito de los amigos que -no lo olvidemos- están ahora en el Parlamento condicionando la firma de presupuestos). Esto fue hace tan solo trece años, pero hoy sigue viva la actitud de censura a través de los ataques, escraches y violencia diarios y más que evidentes, que padecen quienes se alinean con la defensa de la Constitución, especialmente en Cataluña.En Estados Unidos el movimiento viene de mucho antes. Su deriva y los tintes que han tomado las universidades norteamericanas resultarían cómicos si no tuviéramos en cuenta los efectos devastadores que produce y que son los que han propiciado la creación de The University of Austin. En este nuevo centro académico no se permitirá la entrada a la censura disfrazada de argumentos tan delirantes como me ofendes/me oprimes/eres machista/eres racista y similares.Lo importante, como siembre, es remontarse a la raíz del problema. El origen la cultura woke estadounidense y su reflejo en los recintos universitarios se encuentra en el llamado consenso de posguerra. Tanto la II Guerra Mundial como la Guerra Fría generaron un clima de enorme inquietud ante los resultados de ideas fuertes y disparatadas que devinieron en totalitarismos aterradores. La respuesta rápida que se planteó a este problema en el mundo intelectual fueron las terapias del desencanto, la protección y fomento de la libertad individual -especialmente en lo económico- y la promoción de los pequeños mundos morales que quedasen al margen de la política. La moral es privada, el Estado se encarga de proteger los derechos individuales de forma que se produzca bonanza económica y se evite que las creencias personales de cada uno colisionen con las del vecino.La teoría de los mundos 'líquidos'Éste fue el programa inicial, en el que coincidieron tanto liberales como Hayek como personajes más a la izquierda como Popper y su teoría de la Sociedad abierta. Podemos nombrar muchos más autores de peso como Rawls y su afirmación de la necesidad de mantener los valores esenciales fuera de la política, en consonancia con las ideas de autores tan distintos como Friedman, o Camus. El estructuralismo francés y la filosofía posmoderna en general trataron de promover la idea de los llamados mundos débiles o líquidos.Así pues, la izquierda y la derecha alcanzaron un acuerdo tácito al objeto de repartirse el pastel. La mal llamada derecha feliz reclamó que se propiciara y fomentara la libertad de mercado y la prosperidad económica en tanto que la dizque izquierda aparecía más que contenta, casi pletórica por hacerse con el poder cultural e intelectual, que es lo que a largo plazo condiciona toda sociedad y, por extensión, toda economía. Desde hace décadas, han ido desparramando sus ideologías líquidas, la deconstrucción, los nuevos binomios en los que se definen -como antaño- el eje del bien y del mal: hombre-mujer, blancos-resto de razas, heterosexuales-queers, etc Parejas supuestamente antagónicas, mucho más sencillas de vender que la polaridad patrón-obrero que dejó de tener gancho gracias a la bonanza económica que ha vivido Occidente desde la II Guerra Mundial.El problema del relativismo postmoderno es que el ser humano es inevitablemente moral. Las mismas propuestas que acabo de enumerar son morales, pues nos señalan qué elementos y qué factores son más necesarios tanto para la sociedad como para el hombre. Además de morales, somos inteligentes y tenemos anhelo de poder. De poder en general y de poder para ejecutar una política e implantar un modelo de sociedad que consideramos adecuado. Se acabó la era de respetar todas las opiniones, la izquierda posmoderna en nada difiere en esto de las tesis de Marx: antes de llegar al paraíso comunista hay que pasar por la dictadura del proletariado.Así es cómo las ocurrencias del progretariado tales como “la mujer no nace, se hace”, el New Age, el Black Lives Matters o Greta la ecolo-jeta han acabado no sólo dominando el mundo académico, cultural y social, sino el político. Nos quedamos perplejos ante la iniquidad y delirios de dirigentes como Irene Montero. Le hemos dado la mano al disparate, las espaldas a la realidad y se nos han metido en el fondo de la cocina. Como siempre, ponemos tronos a las causas y cadalsos a las consecuencias. Por fortuna, en Austin han dicho basta y han puesto pie en pared. Tomemos nota y hagamos lo propio.
Entrevista a Alejandro Zaera-PoloLa venganza del exdecano español de Princeton: "Destapo la corrupción y la mentira de la universidad"Alejandro Zaera-Polo ha decidido conceder esta entrevista a El Confidencial para explicar cuál es, por dentro, el estado de una universidad norteamericana de élitehttps://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2021-11-12/entrevista-alejandro-zaera-polo-exdecano-princeton_3322662/
Gracias, Maloserá.Traigo una interesantísima entrevista de El Confidencial:CitarEntrevista a Alejandro Zaera-PoloLa venganza del exdecano español de Princeton: "Destapo la corrupción y la mentira de la universidad"Alejandro Zaera-Polo ha decidido conceder esta entrevista a El Confidencial para explicar cuál es, por dentro, el estado de una universidad norteamericana de élitehttps://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2021-11-12/entrevista-alejandro-zaera-polo-exdecano-princeton_3322662/Yo al principio, leía con incredulidad una historia de como lo woke ha llegado a una escuela de arquitectura, cosa que parece más afín a las ingenierías que a la lucha identitaria... ¡pues toma que no!
De la estrella de David al QRJano García | 20/11/2021«Ahora señalan a los no vacunados, pero mañana irán a por los que solamente tengan dos dosis, pasado mañana a por los de tres y, finalmente, a por cualquiera que no cumpla los requisitos de las nuevas Leyes de Núremberg que especifican quién puede obtener el estatus de ‘ciudadano libre’. De la estrella de David al QR. En eso estamos»Occidente acostumbra a mirar con superioridad moral al resto del mundo desde hace décadas. Da igual si se trata de esos locos bajitos y amarillos que son esclavos y obedecen sin rechistar, de los bárbaros afganos que son unos desagradecidos por no haber aceptado la democracia impuesta a través del fúsil y las bombas, o de esos rusos borrachos que no respetan a la oposición. Nosotros somos mejores que ellos, pensamos. Las resoluciones del «deeply concerned», que dicen ahora los horteras, surgen como racimos en la cuna de la burocracia de la Unión Europea (Bruselas). Allí se dan cita los gobernantes de la mayoría de Occidente para inyectarnos dosis de hipermoralismo sobre la libertad, la democracia, el Estado de derecho, la tolerancia y el respeto. Recuerdo cuando sacaban pecho porque los totalitarios chinos tapiaban a los infectados, los encerraban en casa y los espiaban mediante el teléfono móvil. «Esos no son nuestros valores», decían. «Menos mal que nosotros, demócratas de pro y enormemente comprometidos con la libertad, no hemos recurrido a eso». Pero, al final, nuestros burócratas, en un alarde de compromiso sólido con la libertad individual, han apostado por aplicar confinamientos desproporcionados, marcarnos con un QR como al ganado, exigirnos una prueba PCR para poder tomarnos una cerveza en un bar y, más recientemente, encarcelar en sus casas a las personas no vacunadas. Ni siquiera China, régimen miserable y liberticida donde los haya, se ha atrevido a tanto.Los mismos burócratas que nos han llevado a niveles de endeudamiento público récord, cifras de paro elevadas, déficit desbocado, altas tasas impositivas y una crisis energética sin precedentes en las últimas décadas, aseguran que están enormemente angustiados por la salud y el futuro de los ciudadanos. Bajo el paraguas de la salud nacional, los países occidentales apuestan por confinar a los no vacunados para ‘salvarnos’ entre vítores de un rebaño que da por supuesto que si la mayoría de su manada avanza en una dirección es porque es la correcta. La cuestión del pasaporte Covid deja sinsentidos como que una persona infectada (pero vacunada) pueda subir a un avión, acudir a un estadio, a un restaurante o un evento multitudinario, mientras que un no vacunado que está sano no puede hacerlo. El pueblo, anestesiado, no se cuestiona nada y olvida que el debate nace bajo una premisa que es falsa. Las vacunas del Covid-19 (de las que servidor es partidario, siempre y cuando sea de forma voluntaria) otorgan protección a la hora de contraer la enfermedad de forma grave y de fallecer, pero no evitan la infección. De hecho, un vacunado puede infectar a un no vacunado. Ante este baño de realidad que desmonta el débil castillo de naipes en el que se cimientan las despóticas medidas aprobadas, se arguye que los vacunados no infectan tanto como los no vacunados a pesar del informe publicado por la CDC (Centros para el Control y la Prevención de las Enfermedades), que muestra que un vacunado transmite la variante delta a otros individuos con la misma facilidad que aquellos que no lo están (aunque si bien es cierto que son infecciosos durante menos tiempo). Este hecho lo corroboraron Anthony Fauci y ‘The Lancet’, prestigiosa revista médica británica.A lo largo de la historia, la división y discriminación de los seres humanos se realizaba en funcióndel sexo, raza o religión. Sin embargo, con la llegada de la tecnología y el hipercontrol, los Estados occidentales apuestan por dividir a la población entre ciudadanos de primera y de segunda según las dosis que se hayan inoculado. Las imágenes de la policía patrullando las calles y centros comerciales austriacos en busca y captura del no vacunado recuerdan a esas batidas que realizaba las SS en busca del judío que no contaba con el «certificado ario». El Occidente actual se parece mucho más al de principios del siglo XX que al de los años noventa: la dignidad del ser humano ha sido reducida a un código QR; los valores y la moral que forjamos, en los que todo lo radical y violento se antojaba imposible han muerto. La falta de humanismo, de respeto al prójimo y la comprensión con el distinto se han sustituido por un tsunami de irracionalidad y superstición que genera odio entre hermanos y etiqueta a los ciudadanos en buenos o malos según su postura respecto a la vacunación masiva y el pasaporte Covid. Desde todas partes insisten en que debemos someternos a las exigencias del ‘Estado protector’ sin rechistar, entregarnos a la superficial y vacía vida tecnológica, abrazar los cambios más indeseables y encadenar nuestro futuro a una élite despreciable que sólo piensa en su beneficio personal. Somos testigos, sin ser conscientes todavía de ello, de la más terrible derrota de la razón y del triunfo de la barbarie y la inmoralidad. Si aceptamos que nuestra libertad y nuestros derechos fundamentales pueden ser eliminados de la noche a la mañana, todo lo que venga después impuesto por las capillas moralistas que se autoproclaman defensores de la humanidad y del planeta, no tendrá fin.Conviene recordar que todos los regímenes totalitarios nacen creando una dualidad que enfrenta al pueblo. Arios-judíos, burgueses-obreros, blancos-negros, ricos-pobres y, en la actualidad, vacunados-no vacunados. En este perverso juego dialéctico en el que nos hallamos se justifica recortar nuestra libertad y aprobar leyes discriminatorias. La estrategia consiste en señalar a un enemigo que pueda ser considerado como el culpable de todos nuestros males. La élite gubernamental y sus voceros mediáticos saben que en la sociedad de ‘a mí no me afecta, me da igual’, que tanto recuerda al célebre poema del pastor Martin Niemöller, basta con señalar a un grupo minoritario como el enemigo. Confinar a los no vacunados se ha revelado una estrategia errónea porque muchos vacunados se solidarizan con ellos. Por ello, los demócratas occidentales ven necesario que los vacunados también sean confinados y sufran las consecuencias para que su compasión sea sustituida por un odio acérrimo contra el que decidió no vacunarse. Se trata de estrechar al máximo el porcentaje de disidentes con el fin de, posteriormente, aprobar leyes discriminatorias que cuenten con la indiferencia, cuando no el beneplácito, de un pueblo que acude raudo a la llamada de sus pastores. Ahora señalan a los no vacunados, pero mañana irán a por los que solamente tengan dos dosis, pasado mañana a por los de tres y, finalmente, a por cualquiera que no cumpla los requisitos de las nuevas Leyes de Núremberg que especifican quién puede obtener el estatus de ‘ciudadano libre’. De la estrella de David al QR. En eso estamos.
Por qué cada vez hay más hijos que cortan la relación con sus padres para mejorar su salud mentalhttps://www.bbc.com/mundo/vert-fut-59568598
Por lo visto, ahora rechazar a los padres no es el clásico "matar al padre", para llevar en la adultez la vida de uno como uno desee, sino una especie de "empoderamiento" y un acto de crecimiento personal; cabrearse con otros de tu familia, pues un bonus adicional, si uno hace todo esto anteponiendo la ideología al lazo filial:CitarPor qué cada vez hay más hijos que cortan la relación con sus padres para mejorar su salud mentalhttps://www.bbc.com/mundo/vert-fut-59568598Me cuesta expresar con palabras el mucho asco que me dio el artículo. Está referido al ámbito anglosajón, pero aún así...