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Es un hombre de la derecha española, ha estado mucho tiempo en ese partido. Tiene fidelidad al partido y no quiere quedar como un canalla. Pero cree que lo han dejado tirado y que han puesto a todos los poderes fácticos en su contra. Cosa que creo que es un error, el creer que el Gobierno puede controlar a esos poderes fácticos, en este caso la judicatura.
Qué escasa tiene que ser la cultura política de nuestros compatriotas, empezando por los periodistas, si un decano del periodismo de investigación dice de la judicatura que es un "poder fáctico".CitarEs un hombre de la derecha española, ha estado mucho tiempo en ese partido. Tiene fidelidad al partido y no quiere quedar como un canalla. Pero cree que lo han dejado tirado y que han puesto a todos los poderes fácticos en su contra. Cosa que creo que es un error, el creer que el Gobierno puede controlar a esos poderes fácticos, en este caso la judicatura.Sí, soy el Taliván. ¿Qué esperaban?
Sí, soy el Taliván. ¿Qué esperaban?
Se ha comentado de pasada. ¿Qué pienzan los foreros del artículo de Del Pozo? Aquí: http://www.periodistadigital.com/periodismo/prensa/2013/04/05/del-pozo-eduardo-inda-lasexta-luis-barcenas-pp-sobresuledos-lasexta.shtmldicen que su fuente es ni más ni menos que el director del CNI, lo que me ha encendido todas las alarmas.
La imputación de la Infanta, justa o injusta, representa el punto de no retorno en el resquebrajamiento del sistema constitucional del 78, cuyas estructuras básicas han quedado amenazadas por el desplome de la confianza social y la ausencia de verdaderos liderazgos públicos. La economía podrá tal vez reponerse de su larguísima parálisis a mayor o menor plazo, pero la avería sistémica no se va a arreglar por sí sola sin un tratamiento reformista que no admite más demoras. Está en cuestión el papel de los partidos, el modelo de las autonomías, la credibilidad del vínculo representativo, el Estado del bienestar, la honestidad de las instituciones y hasta la reputación de la magistratura moral de la Corona. La cultura política de la Transición ya no es hegemónica y queda pendiente su ensamblaje con la mentalidad de las generaciones crecidas bajo su influencia. El problema interpela a toda la comunidad pública. No ha lugar para los pretextos, ni siquiera el de la perentoria situación socioeconómica. El desafío nacional ya no consiste en reducir el déficit o arrancar la maquinaria productiva; la prioridad es evitar que se venga abajo el marco de convivencia, el gran logro ahora cuarteado de la refundación democrática.
Fuera de su nación todo el mundo es un tópico con patas pero la singularidad española en el mundo la otorga su aureola de tragedia, un dramatismo histórico que no han logrado borrar treinta años de ejemplaridad democrática.
Como defensor de causas perdidas (EHT en su dia) vuelvo ahora a Ignacio Quintano en ABC. Conservador, monárquico, católico etc. Pero leed, por favor."ESPAÑA es un viejo país zarandeado por los estereotipos desde el tiempo de la leyenda negra. El mundo anglosajón, que es el gran creador contemporáneo de reputaciones y famas, suspira por la imaginería folclórica y actualiza a menudo un paradigma iconográfico trivial que empieza en el bandolerismo romántico, sigue por los toros, la gitanería lorquiana, los tricornios y la guerra civil y acaba en los indignados quemando contenedores como nueva versión posmoderna de las rebeliones jornaleras y los anarquistas de la Semana Trágica. Fuera de su nación todo el mundo es un tópico con patas pero la singularidad española en el mundo la otorga su aureola de tragedia, un dramatismo histórico que no han logrado borrar treinta años de ejemplaridad democrática.El prestigio de la llamada marca España es un loable empeño del Gobierno que ha centrado de hecho su estrategia en política exterior; un intenso esfuerzo diplomático y comercial para levantar la vapuleada cotización de la imagen colectiva. Sin embargo, hay en el Gabinete marianista una tendencia algo perezosa a valorar desde la óptica reputacional cualquier problema interno, como si de nuestra agitada vida cotidiana sólo importase su repercusión en la influyente prensa foránea. La corrupción que se nos come por los pies es mala para la marca España, claro, pero aún es peor para la integridad y la confianza del sistema político. El marchamo del perfil deforme, parcial y oblicuo de la realidad española sirve lo mismo para las protestas callejeras que para las huelgas del metro, para el desgarro escénico de los desahucios que para esos mendigos hurgabasuras que tan fotogénicos quedan en la portada de The New York Times. Sólo que todo eso manifiesta los problemas de una sociedad en pleno conflicto y su posible manipulación periodística no es más que una derivada colateral de la inestabilidad de un proyecto en crisis. Limitarlo todo a una preocupación por los daños en el cristal del espejo de la fama constituye un reduccionismo algo estrecho, a veces irritante para los sujetos de una tensión social creciente, amenazadora y grave que se está apoderando del ambiente interno. Doméstico, que dirían los anglófilos.La última de esas respuestas comodín ha sido la del ministro García Margallo a propósito de la imputación de la Infanta. El evidente perjuicio para el prestigio nacional es la más leve de las consecuencias de un asunto que con razón o sin ella pone en jaque a la Corona y culmina la escalada de desprestigio de todas nuestras instituciones. Tenemos una política corrupta, una región en pleno proceso separatista, una justicia sorprendente, una quiebra financiera, una pobreza rampante, una clase dirigente en manifiesto descrédito. Ahora, también, una monarquía acosada y en general un sistema en colapso. Y seis millones de parados. El verdadero problema de la marca España es España."Yo quitaría solo lo de "treinta años de ejemplaridad democrática".