www.transicionestructural.NET es un nuevo foro, que a partir del 25/06/2012 se ha separado de su homónimo .COM. No se compartirán nuevos mensajes o usuarios a partir de dicho día.
0 Usuarios y 3 Visitantes están viendo este tema.
TOKIO – En estos próximos años, se hará evidente que el Banco de Japón (BJ) monetizó varios billones de dólares de deuda pública de su país, lo que según la ortodoxia genera temor a que financiar el déficit fiscal (presente y pasado) con emisión monetaria genere inevitablemente niveles peligrosos de inflación. Pero es probable que todo se reduzca a una ligera suba de la inflación y el crecimiento, y que los mercados financieros ni se den por enterados.La deuda pública japonesa asciende a más del 230% del PIB; e incluso después de deducir las tenencias de diversas entidades estatales (por ejemplo, el fondo de la seguridad social) todavía llega a alrededor del 140%. Esta montaña de deuda es el resultado inevitable de los cuantiosos déficits fiscales que ha mantenido Japón desde 1990. Y es una deuda que nunca se “devolverá” en el sentido normal del término.Cifras provistas por el Fondo Monetario Internacional ilustran el porqué. Para devolver su deuda neta en 2030, incluso al 80% del PIB, Japón debería convertir el déficit primario (antes del pago de intereses de la deuda actual) de 2014, igual al 6% del PIB, en un superávit del 5,6% del PIB en 2020, y mantenerlo el resto de la década.El solo intento condenaría a Japón a deflación y recesión sostenidas. Hasta un ligero paso en esa dirección (por ejemplo, el aumento de impuestos de abril de 2014) asestó un serio golpe a la recuperación económica.En vez de devolver la deuda, el gobierno japonés se la está vendiendo al BJ, cuyas compras por 80 billones de yenes al año ya sobrepasan las nuevas emisiones de deuda pública, de alrededor de 50 billones de yenes. De modo que la deuda total neta que queda tras descontar las tenencias del BJ viene cayendo lentamente. De hecho, de persistir las tendencias actuales, en 2017 la deuda que no esté en poder del BJ ni de otras entidades estatales podría reducirse al 65% del PIB. Y como el BJ es propiedad del Estado y le devuelve los intereses que devengan los títulos públicos en su poder, el único pasivo real para los futuros contribuyentes japoneses es la cifra neta, que como ya hemos dicho viene bajando.El propósito declarado de la enorme operación de flexibilización cuantitativa del BJ es elevar los precios de los activos, reducir los tipos de interés, debilitar el tipo de cambio del yen y así estimular la inversión empresarial y las exportaciones. Es indudable que estos mecanismos de transmisión indirecta tienen algún efecto positivo sobre la inflación y el crecimiento: el crédito privado repuntó después del inicio de la flexibilización. Pero el mayor estímulo económico deriva del mantenimiento de grandes déficits fiscales, que en la práctica se financian con emisión monetaria.Es una realidad que todavía no se admite abiertamente. La doctrina oficial es que en algún momento el BJ revenderá todos los títulos públicos que compró. Pero no es necesario. En la práctica, puede mantener su tenencia actual de deuda pública por tiempo indefinido: basta ir comprando nuevas emisiones a medida que venzan las actuales. Y si el dinero creado (en la forma de reservas de bancos comerciales en el BJ) llegara a plantear un riesgo de inflación y exceso de expansión crediticia, el BJ podría compensarlo aumentando los encajes bancarios.De modo que las autoridades japonesas están haciendo lo que el ex presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos, Ben Bernanke, propuso en 2003: monetizar el déficit fiscal para transferir poder adquisitivo a las empresas y los hogares. En aquel momento el BJ rechazó el consejo de Bernanke e insistió en el principio de financiar el déficit con deuda; ahora, en cambio, está monetizando el déficit pasado y presente todo junto. Si hubiera empezado antes, Japón hubiera tenido menos deflación y un crecimiento ligeramente mayor, y hoy la deuda pública sería menor. Pero mejor tarde que nunca.Las autoridades japonesas podrían explicitar la monetización reemplazando parte de los títulos a interés en poder del BJ por un bono perpetuo a tasa cero. Pero sea que lo hagan o no, la realidad económica se hará cada vez más obvia en los próximos dos o tres años, y el debate político y financiero se centrará cada vez más en la deuda pública consolidada (tras descontar las tenencias del banco central).Conforme el proceso se desarrolle, hay un pequeño riesgo de que los mercados financieros se dejen llevar por el temor ortodoxo a que la monetización implique exceso de inflación, y que de eso resulte un gran aumento de la tasa de los bonos públicos y una enorme depreciación del yen. Pero la reacción más probable del mercado será de indiferencia colectiva y aceptación de que la monetización permanente es el único modo posible y seguro de aliviar un endeudamiento que, si no, sería intratable.El resultado final será la monetización post facto de los grandes déficits públicos que mantuvo Japón desde que terminó el auge crediticio de los ochenta, y que sirvieron de contrapeso al desapalancamiento sostenido de los privados en la última década del siglo pasado y la primera del actual. Hubiera sido mejor hacerlo antes; pero aún sin ser tan radicales, las “décadas perdidas” de Japón no fueron tan desastrosas como se suele suponer.Japón ya era uno de los países más ricos del mundo en 1990, y su ingreso per cápita siguió creciendo, aunque lentamente. La tasa de desempleo actual es del 3,6%, y siempre fue inferior a los niveles europeos. Y la “carga de deuda pública” terminará siendo una ilusión.Es la eurozona, no Japón, la que debería preocuparnos. Pesadas restricciones a los déficits fiscales y la prohibición absoluta de monetizar impuesta por el Banco Central Europeo impidieron dar una respuesta eficaz al sobreendeudamiento después de 2008; esto llevó la tasa de desempleo de la eurozona al 11,2%. Las consecuencias sociales y políticas de décadas perdidas con lento crecimiento y alto desempleo pueden ser mucho peores en Europa, con su diversidad de identidades nacionales y la integración imperfecta de sus minorías étnicas y religiosas, que en un país cultural y étnicamente homogéneo como Japón.Mientras Europa juega con fuego sociopolítico, lo de Japón es nada más un problema de retoque contable. Bien se justifica la indiferencia.
La deuda pública japonesa como "asunto contable"CitarTOKIO – En estos próximos años, se hará evidente que el Banco de Japón (BJ) monetizó varios billones de dólares de deuda pública de su país, lo que según la ortodoxia genera temor a que financiar el déficit fiscal (presente y pasado) con emisión monetaria genere inevitablemente niveles peligrosos de inflación. Pero es probable que todo se reduzca a una ligera suba de la inflación y el crecimiento, y que los mercados financieros ni se den por enterados.La deuda pública japonesa asciende a más del 230% del PIB; e incluso después de deducir las tenencias de diversas entidades estatales (por ejemplo, el fondo de la seguridad social) todavía llega a alrededor del 140%. Esta montaña de deuda es el resultado inevitable de los cuantiosos déficits fiscales que ha mantenido Japón desde 1990. Y es una deuda que nunca se “devolverá” en el sentido normal del término.Cifras provistas por el Fondo Monetario Internacional ilustran el porqué. Para devolver su deuda neta en 2030, incluso al 80% del PIB, Japón debería convertir el déficit primario (antes del pago de intereses de la deuda actual) de 2014, igual al 6% del PIB, en un superávit del 5,6% del PIB en 2020, y mantenerlo el resto de la década.El solo intento condenaría a Japón a deflación y recesión sostenidas. Hasta un ligero paso en esa dirección (por ejemplo, el aumento de impuestos de abril de 2014) asestó un serio golpe a la recuperación económica.En vez de devolver la deuda, el gobierno japonés se la está vendiendo al BJ, cuyas compras por 80 billones de yenes al año ya sobrepasan las nuevas emisiones de deuda pública, de alrededor de 50 billones de yenes. De modo que la deuda total neta que queda tras descontar las tenencias del BJ viene cayendo lentamente. De hecho, de persistir las tendencias actuales, en 2017 la deuda que no esté en poder del BJ ni de otras entidades estatales podría reducirse al 65% del PIB. Y como el BJ es propiedad del Estado y le devuelve los intereses que devengan los títulos públicos en su poder, el único pasivo real para los futuros contribuyentes japoneses es la cifra neta, que como ya hemos dicho viene bajando.El propósito declarado de la enorme operación de flexibilización cuantitativa del BJ es elevar los precios de los activos, reducir los tipos de interés, debilitar el tipo de cambio del yen y así estimular la inversión empresarial y las exportaciones. Es indudable que estos mecanismos de transmisión indirecta tienen algún efecto positivo sobre la inflación y el crecimiento: el crédito privado repuntó después del inicio de la flexibilización. Pero el mayor estímulo económico deriva del mantenimiento de grandes déficits fiscales, que en la práctica se financian con emisión monetaria.Es una realidad que todavía no se admite abiertamente. La doctrina oficial es que en algún momento el BJ revenderá todos los títulos públicos que compró. Pero no es necesario. En la práctica, puede mantener su tenencia actual de deuda pública por tiempo indefinido: basta ir comprando nuevas emisiones a medida que venzan las actuales. Y si el dinero creado (en la forma de reservas de bancos comerciales en el BJ) llegara a plantear un riesgo de inflación y exceso de expansión crediticia, el BJ podría compensarlo aumentando los encajes bancarios.De modo que las autoridades japonesas están haciendo lo que el ex presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos, Ben Bernanke, propuso en 2003: monetizar el déficit fiscal para transferir poder adquisitivo a las empresas y los hogares. En aquel momento el BJ rechazó el consejo de Bernanke e insistió en el principio de financiar el déficit con deuda; ahora, en cambio, está monetizando el déficit pasado y presente todo junto. Si hubiera empezado antes, Japón hubiera tenido menos deflación y un crecimiento ligeramente mayor, y hoy la deuda pública sería menor. Pero mejor tarde que nunca.Las autoridades japonesas podrían explicitar la monetización reemplazando parte de los títulos a interés en poder del BJ por un bono perpetuo a tasa cero. Pero sea que lo hagan o no, la realidad económica se hará cada vez más obvia en los próximos dos o tres años, y el debate político y financiero se centrará cada vez más en la deuda pública consolidada (tras descontar las tenencias del banco central).Conforme el proceso se desarrolle, hay un pequeño riesgo de que los mercados financieros se dejen llevar por el temor ortodoxo a que la monetización implique exceso de inflación, y que de eso resulte un gran aumento de la tasa de los bonos públicos y una enorme depreciación del yen. Pero la reacción más probable del mercado será de indiferencia colectiva y aceptación de que la monetización permanente es el único modo posible y seguro de aliviar un endeudamiento que, si no, sería intratable.El resultado final será la monetización post facto de los grandes déficits públicos que mantuvo Japón desde que terminó el auge crediticio de los ochenta, y que sirvieron de contrapeso al desapalancamiento sostenido de los privados en la última década del siglo pasado y la primera del actual. Hubiera sido mejor hacerlo antes; pero aún sin ser tan radicales, las “décadas perdidas” de Japón no fueron tan desastrosas como se suele suponer.Japón ya era uno de los países más ricos del mundo en 1990, y su ingreso per cápita siguió creciendo, aunque lentamente. La tasa de desempleo actual es del 3,6%, y siempre fue inferior a los niveles europeos. Y la “carga de deuda pública” terminará siendo una ilusión.Es la eurozona, no Japón, la que debería preocuparnos. Pesadas restricciones a los déficits fiscales y la prohibición absoluta de monetizar impuesta por el Banco Central Europeo impidieron dar una respuesta eficaz al sobreendeudamiento después de 2008; esto llevó la tasa de desempleo de la eurozona al 11,2%. Las consecuencias sociales y políticas de décadas perdidas con lento crecimiento y alto desempleo pueden ser mucho peores en Europa, con su diversidad de identidades nacionales y la integración imperfecta de sus minorías étnicas y religiosas, que en un país cultural y étnicamente homogéneo como Japón.Mientras Europa juega con fuego sociopolítico, lo de Japón es nada más un problema de retoque contable. Bien se justifica la indiferencia.
La deuda pública japonesa es un simple problema contable. Puedo arriesgarme a decir, que posiblemente Japón sea el país más solido del mundo. Economía avanzadaControl de la inmigraciónIsla-IndependenciaAlta productividadPatriotismo de verdad, no como el español (véase CARTAS DE IWO JIMA)Sentido del sacrificioDebido a la cultura, no son proclives a pedir dinero al extranjero, ellos trabajan con dinero propio.etc etc etc
El último informe del Banco de Pagos Internacionales (BPI), organismo que pretende la cooperación entre los principales bancos centrales del mundo, hace una revisión histórica de los episodios de caídas de precios en el último siglo y medio en 38 países, para apuntalar una tesis que ya había anticipado en algún discurso su presidente, el español Jaime Caruana: en la mayor parte de los casos, no hay evidencia de que la deflación lleve a un descenso de la actividad económica y el empleo, con lo que el riesgo que se ha esgrimido para justificar la masiva intervención monetaria de la Reserva Federal, o ahora del Banco Central Europeo, no sería tal."Los datos históricos muestran que la Gran Depresión fue más bien una excepción", señaló el jefe de estudios del BPI, Hyun Shin, en un encuentro con la prensa en Basilea previo a la publicación del informe. Evitar algo parecido a lo que trajo la Gran Depresión en EE UU entre 1929 y 1933 -el paro creció del 3% al 25%, el PIB se redujo en un tercio- fue lo que motivó la actuación temprana de la Reserva Federal, entonces presidida por Ben Bernanke, un estudioso de esta etapa, a la que ahora se adjudica buena parte del mérito del mayor crecimiento de la economía de Estados Unidos. Pero el BPI siempre se ha alineado con tesis más ortodoxas, como las del Bundesbank alemán, que sostienen que estas políticas de estímulos monetarios (tipos de interés al 0%, compras masivas de deuda) pueden llegar a ser contraproducentes.El estudio del coordinador de bancos centrales señala que los años con inflación "el crecimiento económico solo fue algo superior" al de los años de deflación. Y que en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, en los que prevalecieron los episodios transitorios de deflación -caídas de precios limitadas en el tiempo, asociadas a abaratamiento de costes de producción, como el petróleo ahora-, "la tasa de crecimiento media ha sido mayor que en los años de inflación", un 3,2% frente al 2,7%.En los episodios de deflación persistente, -que el estudio define como aquellos en los que se produce una caída de precios en la media acumulada de cinco años-, candidatos a ser los más dañinos desde una perspectiva económica, el informe vuelve a situar a los años de posguerra, pero también a los ocurridos entre 1870 y 1913 (el patrón oro) o al periodo de entreguerras, como etapas en las que esa caída de precios persistente convivió con tasas de crecimiento apreciables, lo que les convertiría, según el BPI, en episodios de "deflación buena".El BPI matiza aquí que el otro referente en las decisiones más recientes de los bancos centrales, la deflación japonesa en el paso del siglo XX al XXI, también debería descartarse como un episodio de "deflación mala", ya que si bien es cierto que no se recuperó el nivel de actividad económica del arranque de la década de los noventa, eso habría tenido más que ver con el envejecimiento de la población, como reflejaría que la renta por habitante de la población en edad de trabajar ha crecido a mayor ritmo que la de Estados Unidos durante toda esta etapa."Los episodios de caídas de los precios inmobiliarios, en concreto, se asocian con descensos mucho mayores del crecimiento económico que los episodios de deflación en bienes y servicios", añadió el jefe de estudios del BPI, quien resaltó que el análisis histórico hecho por los técnicos del banco de Basilea tampoco aprecia indicios de que la actividad económica se resienta porque el descenso de los precios eleve la carga real de la deuda. Es decir, que, según el BPI, en la mayoría de episodios analizados de deflación ni los consumidores postergan sus decisiones de compra de forma relevante ante la posibilidad de precios más bajos (lo que desataría una espiral dañina de márgenes empresariales a la baja y despidos), ni reducen su gasto ante un aumento de la deuda con relación a sus salarios (deflación de deuda). La cuestión es que todo eso sí pareció ocurrir en la Gran Depresión, y la duda que permanece en el aire es si las semejanzas de aquella crisis con esta -en ambos casos, vinieron precedidas de una etapa de crédito fácil y burbuja de activos inmobiliarios y financieros, y se tradujeron en quiebras bancarias, recesión y caídas de precios-, no justificarían en todo caso el intervencionismo en los últimos años de los bancos centrales de Estados Unidos, Japón, Reino Unido y la zona euro.Para los expertos del banco de Basilea, "es engañoso sacar conclusiones sobre los costes de una deflación a partir de la Gran Depresión como si fuese un ejemplo arquetípico", e incluso las enormes pérdidas de bienestar que se experimentaron en los años treinta del siglo pasado, tendrían más que ver con el estallido de burbujas de activos y la crisis bancaria, que con la caída de precios. Los expertos del BPI, a los que el Nobel Paul Krugman ha criticado en varias ocasiones, tachándolos de "sadomonetaristas" por su oposición a los estímulos, cree que la principal lección para los bancos centrales debería ser que deben centrarse en prevenir las burbujas inmobiliarias y el exceso de crédito barato, y cuando la crisis estalla, en estabilizar la banca y reestructurar la deuda. Por oposición, el recurso continuado a los estímulos, según la entidad que preside Caruana, puede "enquistar la inestabilidad y un crecimiento económico débil, al tiempo que agota el margen para actuar".
En los años previos a la crisis financiera se generaron beneficios multimillonarios: no solo en el sector inmobiliario, sino a lo largo de toda la economía; y no sólo en España, sino a lo largo del mundo entero. Beneficios que en gran parte acabaron en los bolsillos del 1% más rico de la población (el porcentaje es irrelevante, podríamos decir el 5% o 10%, o simplemente la parte alta de la sociedad). ¿Deberíamos entonces optar por políticas que fomenten la reducción de la desigualdad para salir de la crisis? No sé la respuesta pero, si alguien esperaba que ocurriese, tengo malas noticias: los ricos fueron los grandes beneficiados de la precrisis… y también lo serán de la postcrisis.Más allá de focos ideológicos y pasando por alto las posibles causas de la desigualdad (tecnología, globalización, r>g…) podemos afirmar que la parte alta de la sociedad es la más beneficiada con las medidas económicas llevadas a cabo por los diferentes gobiernos para salir de la crisis en la que estamos inmersos. Y es que, al tratarse de una crisis financiera, gran parte de las medidas desarrolladas tienen como finalidad hacer funcionales a los mercados e intermediarios financieros, de forma que es la parte alta de la sociedad quien primero nota los efectos de la intervención.Algo que, estemos de acuerdo o no, tiene cierto sentido. Sin unos mercados e intermediarios que funcionen correctamente difícilmente podrá llegar el dinero a la economía real y, por tanto, difícilmente podrá beneficiarse nadie si antes no se benefician unos pocos. Este es quizá el enfoque más extendido: un enfoque en donde se produce un beneficio indirecto y colateral, siendo el fin último ayudar a la economía real y al conjunto de la sociedad. Pero ¿y si no fuese así? ¿Y si el enriquecimiento de la clase alta no fuese un efecto colateral, sino el objetivo principal?Suena a discurso trasnochado e incluso ‘conspiranoico’, lo sé. ¿Gobiernos tomando medidas para favorecer deliberadamente a la clase alta? Al fin y al cabo los gobiernos deben de ser elegidos, y en democracia cada persona tiene un voto (aunque pueda ponderar distinto), por lo que necesariamente las políticas llevadas a cabo deben ser beneficiosas para muchos si no quieren que los echen de la silla (aunque finalmente dichas políticas puedan ser perjudiciales).Quizá en nuestro país eso de que se tomen medidas para favorecer a unos pocos nos resulte factible, véanse los numerosos casos de corrupción que nos asolan, ¿pero sería posible a nivel global? ¿Gobiernos a nivel global gobernando para una élite? Y es ahí cuando, o creemos en cierta ‘conspiración’, sea más o menos elaborada, o simplemente descartaremos que suceda tal cosa o lo limitaremos a hechos puntuales. Pues bien, por aportar más puntos de vista al debate, hoy traigo una teoría nada ‘conspiranoica’ que encaja perfectamente con lo descrito. Es posible que los ricos se hayan vuelto tan ricos que salir de la crisis no sea posible sin beneficiarlos directamente, porque ellos son la mayor parte del consumo, de la inversión y de casi todo.La idea proviene de dos artículos de Bond Vigilantes (“If you want to generate economic growth then encourage the rich to spend” 24-02-15 y “Falling consumer and oil prices may not provide the boost to growth many are expecting” 20-03-15), basándose el primero de ellos en un paper del FMI (“The Rich and the Great Recession” 16-12-14). Dicho documento afirma que aproximadamente el 10% más rico de la población fue el responsable de los vaivenes que se produjeron en el consumo durante la Gran Recesión, y no la clase media como hasta el momento se creía.Recordemos que el consumo es lo que genera crecimiento (aunque a largo plazo deberá ser sostenible y, por tanto, acorde a la renta y la productividad). Muchos autores afirman que fue la clase media quien en los últimos años dejó de ahorrar y comenzó a consumir y endeudarse todo lo posible, generando un boom y posterior caída cuando la continuación del modelo resultó inviable. En general dicho comportamiento se achaca de una forma u otra a la falta de autocontrol, derivada de la facilidad para endeudarse creada por el sistema. Vamos, que los financieros tentaron a la clase media y esta cayó, provocando una posterior crisis motivada por el excesivo endeudamiento.Pero según los enlaces propuestos, la teoría de que la falta de ahorro de la clase media provocó la burbuja es falsa. Argumentan que, en el caso estadounidense, teniendo en cuenta que el 10% más rico controla el 85% de la riqueza financiera, es la clase alta quien genera los ciclos económicos. Por ello, ¿cómo deberían estimular los políticos la economía: favoreciendo a quien no tiene capacidad de influir en el ciclo o favoreciendo a quien sí la tiene? Si además de una posible respuesta pensamos en el tradicional cortoplacismo de la política, obtenemos una respuesta nítida: dados los niveles de desigualdad existentes, para que la economía funcione, nada mejor que favorecer a los ricos.¿Recuerdan cuando Bernanke nos hablaba del wealth effect de la QE? Esto es, el teórico aumento del consumo que se produce cuando los activos financieros aumentan de precio. Dicha teoría parece un dislate en un mundo ‘normal’, pero tiene todo el sentido si son los ricos quienes generan los ciclos económicos y quienes poseen la mayor parte de la riqueza financiera. En ese caso, si beneficiamos a la clase alta favoreciendo la subida de los mercados, si es posible que aumentemos su confianza y consumo… y que generemos una recuperación. Cíclica y que no va en absoluto a la raíz del problema, pero recuperación al fin y al cabo… y el que venga detrás que arree.Además, ¿alguien se imagina a algún pobre gobierno local solucionando uno de los problemas más complejos que tiene la sociedad actual? Quizá simplemente, aunque quisiesen, no pudiesen ir a la raíz del problema y su única alternativa sea favorecer a la clase alta para que empuje en el ciclo económico. Y cuando más favorecidos, más poder, y más inevitable seguir favoreciéndolos. Hasta que llega un punto en el que los ricos se hacen demasiado grandes para caer, la rueda ya no puede parar de girar. Y por si alguien lo duda, ese punto ya lo hemos rebasado hace años.La clase media ve como se reduce su renta (fruto de la tecnología, de la globalización… el motivo no está claro, el resultado sí), al mismo tiempo que sus gastos aumentan. ¿Deflación? Para quien quiere comprarse una pantalla plana o un móvil quizá, para quien necesita electricidad, agua, educación, comida, transporte, sanidad… para esas personas no existe caída de precios sino todo lo contrario. No es extraño que una de las conclusiones del estudio del FMI es que existe una sorprendente correlación entre desigualdad y bajo ahorro. A priori podría parecer que a más ricos más ahorro y más recursos para invertir, si bien la realidad es que a más desigualdad más difícil es para casi todo el mundo ahorrar.Nadie está en contra de las diferencias, porque somos diferentes. Y de que funcione la meritocracia (a poder ser real y no basada en ser meritoriamente corrupto). Nadie está en contra de esos empresarios que con su visión y su esfuerzo generan prosperidad para todos. Y tampoco me gustaría que esto se interprete como una crítica a los ‘ricos’, porque eso sería tan estúpido como despreciar a los ‘pobres’ por el hecho de serlo y justificarlo con argumentos clasistas varios. Pero, al final, todos vamos en el mismo barco y a todos nos conviene un mundo mejor, por lo que cerrar los ojos ante la debilidad de la clase media, dando el problema por imposible, no nos llevará a una solución. Quizá sí a un problema mayor.
Suiza aplica un 0,75% de tipo negativo sobre los depósitos bancarios.Se observa un neto incremento de la compra de oro.En V/FRhttp://www.economiematin.fr/news-taux-negatifs-banque-suisse-epargannts-or-sannatNo es FOFOA, pero es igual de eficaz:Los Suizos compran oro para evitar tener que pagar tipos negativos sobre sus depositos en billetes. En lugar de pagar 0,75% de tipos negativos, mantener oro no cuesta "nada".(aunque no habla del precio de la custodia del oro)