[Ya se estaba echando en falta el
panelito de la mala baba correspondiente a la segunda quincena de enero:
Todo, bulos y manipulaciones. Lo de «que viene el chabolismo» es por conocimiento del que lo dice, cuya 'himbersión' emblemática es en zulos infectos madrileños.
Por evidencia personal directa sé que al menos uno de los 6 sabe perfectamente qué es el Capital (Recursos Propios) y, sin embargo, usa torticeramente el concepto para
defender los intereses mezquinos de su empresa sobreexpuesta a la corrección valorativa que viene de EE. UU. y RU —el anglo de sus amores—.
Sé de una de estas empresas que, por cómo son y están sus activos y pasivos, tiene cerradísimas las puertas del crédito ordinario desde el 1.º de enero de este año (el desarrollo de Basilea III, que llamamos Basilea IV). Ellos sabían que iba a pasar, por lo que la media docena de socios principales intentaron a la desesperada una ronda de refinanciación que ha acabado como el rosario de la aurora, con todos cabreados y uno tachado de hazmerreír, que estaría preparando un querella.
Sepan que hay 'expertos' que ya se niegan a participar en las paneladas, más por miedo interno que externo, porque todo lo que diga podría ser empleado en su contra. Las cañas están tornándose lanzas.
El panelito de enero es de corral de la tragicomedia. La guinda, que no hay fiscalidad para 18 mil milloncillos de euros, ¡ja, ja, ja!... con los fondos-sin-contrapartida de ayuda europea vírgenes ahí, a la espera de un atracón de grúas en cuanto flaquee el espejismo español —momento al que un servidor se anticiparía convocando nuevas elecciones generales antes de que se descubra que lo que ha pasado con la frutera es que la han estafado para quitársela de en medio y que el riesgo de apoyo de la derecha catalanista a la españolista es cero patatero, 'hablado en la intimidad'—.
Desde luego, es imposible que hoy nadie con un dedo de frente se crea las paparruchadas que repiten como
cacatúas los ganchos —para primos ya inexistentes—. Antes al contrario, absolutamente todo el mundo sabe hoy que el nivel de precios inmobiliarios alcanzado es insostenible. Absolutamente todo el mundo, sí, como reconoció implícitamente el rey en su discurso de Navidad. Y esta es la razón de la parálisis de promoción y construcción privada: el pánico.
Nadie se cree nada porque salta a la vista que el sector no se cree lo que cacarea cansinamente.
Nadie puede creerse nada cuando la retórica ha llegado al 'faltaofertismo', estando grabado en el inconsciente colectivo popularcapitalista que, si falta oferta, es que estamos ante una magnífica oportunidad para emprender y construir, cosa que no hace nadie porque se le echarían encima los 'himbersores' de la escasez. Ni promueven ni construyen ni nada porque sería letal para la 'himbersión'.
Solo hay calzoncillos y pantalones sucios. Se adornan con el «Sááánchez, Sáánchez, Sááánchez» para hacerse fuertes entre el facherío —búnker inmobiliario— y conectar con el reptil que lleváis dentro algunos: «
Dudo, Marujita, porque son antirrojos y, ya se sabe, en época de rojos hambre y piojos». Aparte de ello, la ideología CEO es antirroja por esencia, no por el victimismo exculpatorio, sino por el lametraserismo respecto de la propiedad —luego resulta que la propiedad desprecia a los babosos y solo escoge a mandos en función de su hijoputitabilidad entre pares—.
Desde principios de los 2010 supimos que
la banca de depósitos quedaría niquelada en 2018. Jugábamos con ventaja relativa. El BCE había publicado una suerte de agenda de saneamiento financiero que ponía el objetivo común en un esprint final que se iniciaría a mediados de década y consumiría no menos de tres años. Resultó ser la
Operación Desagüe 2016-2018. Recuerden con qué orgullo la retórica bancoespañista se llenó de la locución 'fondos oportunistas', bendiciéndolos; incluso pudimos ver en varios informes la palabra
buitre santificada. Todos sabíamos que estos fondos funcionaban con préstamos españoles. Por eso, en el diseño de las operaciones de desagüe concretas se cuidaba de que la financiación fuera sindicada, je, je. ¡Y bien que se publicitaba la sindicación!
Todos supimos desde el primer día que solo se trataba de sacar la basura inmobiliaria de los perímetros de consolidación contable de los pocos bancos de depósitos que habían quedado vivos. Con lo que no se contaba es con que la gente ordinaria se iba a creer tan fácilmente que, en efecto, estaba habiendo una 'nueva era dorada'. Los particulares colaboraban inocentemente quedándose con maulas a tocateja, es decir, empleando sus depósitos bancarios o activos financieros más líquidos. ¡Miel sobre hojuelas para el regulador!: desagüe no solo contable de activos ficticios y, además, mejora de la estabilidad por el lado de los pasivos.
De los polvos de los
particulares buitrecillos de 2016-2018 y pospandemia vienen los actuales lodos. La Operación Desagüe 'c'est fini' y ahora toca poner los precios inmobiliarios en su sitio (reestructuración inmobiliaria).
El populacho no está por la labor de la corrección valorativa que ordena el ortograma capitalista. Esto altera el caudal electoral introduciendo una contradicción insalvable en la derecha política española: lo que es bueno en las elecciones regionales es letal en las nacionales. Así,
Madrid y Cataluña se han convertido en dos armas de destrucción masiva electoral por motivos distintos pero complementarios. La derecha nacional debiera promover una 'Große Koalition' —como hacía Ciudadanos—, pero se ve obligada a confrontar, para regocijo de la coalición de izquierdas, la cual explota con razón el «
la jefa y el prófugo», para consumo respectivamente, de no madrileños y fachas reveníos.
Así, es imposible el consenso inmobiliario (pacto de Estado y plan de choque) que pudiera poner fin pacífico al residuo resentido popularcapitalista. Y al Capital solo queda liarse a hostias, porque no quiere ver ya más ni en pintura la asqueante sobrevaloración de las mierdas de las viviendas-ahorro obrero.
Volviendo a la segunda mitad de los 2010, desafortunadamente, la pandemia de cóvid veló el proceso en el cambio de década. Pero lo catalizó. El sector es consciente de lo peligrosa que es la
exuberancia hiperirracional vista en los últimos tiempos —el 'commercial' se encarga de recordárselo todos los días al 'residential'—; y sabe, además, que el delirio no presagia nada más que el hostión y el
desamparo, porque la
suelta del nuevo modelo va a darse sí o sí, incluso en el paraíso anarcoide que actualmente es EE. UU. —ojalá perseveren en el anarquismo y veamos en vida cómo el chino se come al anglo—.
Este tiempo de desvarío sangriento —los muy cerdos han recurrido al 'warfare & lawfare'— ha servido para que ellos, los timadores y sus ganchos, a nivel personal, se pongan a salvo. Pero han abandonado a su suerte a sus empresas.
Si leen entre líneas sus lloriqueos cínicos y sus deposiciones hipócritas, como las vertidas en paneles de falsos expertos —los golfos no son expertos en nada ni en la golfería misma—, salta a la vista su tranquilidad personal. Es evidente que ellos individualmente tienen ladrillo cero y su dinero está en activos financieros públicos —ahora ya solo denominados en euros—. También es evidente que están preparando, para cuando salte la liebre, la exigencia de responsabilidad del Estado en el rescate —con tu dinero, contribuyente— de sus
sociedades vaciadas. Digo vaciadas en el sentido de que en sus sociedades abiertas al público solo quedan maulas. Los inmuebles buenos están sacados a buen recaudo. Y en los consejos de administración del mundillo empresarial productivo solo se escuchan dos frases que automáticamente cortan los debates propuestos por los consejeros de la secta del Ladrillo:
• «¿meter ahora dinero en el Ladrillo, tú estás loco o qué?»; y
• «comprar caro es de gilipollas».
Los ganchos repiten una y otra vez su pesada retórica del timo del activo ficticio inmobiliario para seguir cobrando sus supersalarios —no tan grandes como se cree— a sabiendas de que se están quemando. Es más, ansían que llegue el día en el que ya no tengan que salir a la palestra a engañar a nadie y temen acabar a tomatazo limpio —entre ellos se timan a lo bestia—. Tienen el ojo puesto en su retirada, exactamente como pasó con los sinvergüenzas de mediados de los 2000, de cuyos nombres no quiero acordarme. No obstante, me viene a la mente aquel desgraciado cuyo apellido terminaba en yayo, yayo de los caraduras de hoy. Algún superviviente cardo cuyo apellido rima con cardo, en plural, sabía perfectamente que los yayos eran unos asquerosos —lo hablamos con él—. Pero el cerdícola lo que estaba haciendo era solo aprenderse el papel para interpretarlo él después; y hoy lo ejecuta vergonzantemente en tablaos y saraos, con mala leche, lo que es una bendición para nosotros porque su sola presencia desacredita el panelito baboso de turno —suelen sacarle flanqueado por tragavirotes bicurvistas cruzados de brazos poniéndose interesantes—.
Qué poquito os queda para que os deje de respetar el último de los mismísimos vuestros, ¡
zarigüeyas!]