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[...] Saludos.
Japón está peor que Grecia y eso es una mala señal de lo que nos vieneCarlos López · 2025.05.20Las monedas de 1 yen en Japón son tan ligeras que flotan en el agua si las dejas con cuidado. Están hechas de aluminio puro y pesan solo un gramo, pero lo más llamativo no es eso… sino que cuestan más de un yen fabricarlas. Es decir, el propio Estado pierde dinero cada vez que acuña una.¿Por qué las siguen haciendo?Pues, por una mezcla de costumbre, utilidad y cabezonería. Aunque casi nadie las quiere —son como los céntimos de euro—, muchos japoneses aún pagan en efectivo, y dar el cambio exacto es casi un ritual. En las tiendas, si la cuenta es 998 yenes y pagas con un billete, te darán dos moneditas de vuelta con toda la ceremonia.De alguna manera, esta moneda representa como funciona la economía en Japón, a base de tradición, cabezonería y un estado que gasta mucho.La semana pasada el primer ministro japonés, Shigeru Ishiba, comparó la salud fiscal de su país con la de Grecia en su peor momento financiero. Que el líder de la tercera mayor economía del mundo afirme públicamente esto —Grecia fue sinónimo de crisis de deuda soberana durante la última década y casi termina con el euro— no es una frase lanzada a la ligera. Es una advertencia directa a quienes, desde dentro de su propio gobierno, le reclaman recortes de impuestos financiados con más deuda pública.Japón arrastra desde hace décadas un problema estructural: una montaña de deuda pública que ya supera el 260% del PIB, según el FMI, muy por encima del nivel que llegó a provocar el colapso financiero en Atenas. Pero a diferencia de Grecia, Japón ha evitado una crisis gracias a un entorno de tipos ultra bajos, una política monetaria expansiva sin precedentes y una base de inversores domésticos que absorbe la mayoría de su deuda.Eso, sin embargo, está empezando a cambiar.El Banco de Japón (BoJ), que durante años mantuvo los tipos de interés en negativo y actuó como comprador masivo de bonos gubernamentales, ha virado su rumbo. Desde que comenzó 2024, ha subido el tipo a corto plazo al 0,5% y ha comenzado a reducir la compra de bonos soberanos. Es el primer paso para desmontar un experimento monetario que ha durado más de dos décadas.Este giro tiene consecuencias. A medida que el banco central se retira, los rendimientos de los bonos están repuntando. Actualmente el bono japonés a 10 años se paga al 1,48%, y el de 30 años roza el 2,87%. Cifras aún bajas en términos globales, pero elevadas en el contexto japonés. Si el coste de emitir nueva deuda sigue al alza, el servicio de la deuda (ya abultado) se volverá aún más oneroso.Por eso Ishiba no quiere abrir la caja del gasto. Aunque las cuentas fiscales ingresan más gracias a la recuperación pospandemia, los costes de bienestar social siguen creciendo debido al envejecimiento acelerado de la población. Recortar impuestos ahora, como piden algunos sectores políticos, implicaría cubrir ese agujero con nueva deuda, justo cuando esta empieza a encarecerse.El dilema de Ishiba es político y económico. En julio se enfrenta a elecciones clave en la cámara alta, y congelar la presión fiscal no es una postura popular. Pero aumentar el gasto sin respaldo estructural pondría en duda la solvencia del país a largo plazo. La paradoja japonesa se acentúa: es una nación rica, con una moneda fuerte y una posición de acreedor neto en el exterior, pero financieramente atrapada en su propio laberinto demográfico y fiscal.De alguna manera Japón es laboratorio adelantado de lo que podría ocurrir en Europa ante el envejecimiento poblacional y esta es una señal clara: los bajos tipos no duran siempre, y la deuda acumulada pasa factura cuando el ciclo monetario cambia.
[Aquí el BdE, en su Informe Anual 2024, está diciendo elípticamente que es mentira que falte oferta y que lo que hay es retención, acaparamiento y racionamiento, tanto por residentes como por no residentes:— «La disponibilidad actual de viviendas no destinadas al uso residencial en el conjunto de España supondría una cuantía equivalente al 39 % del número de hogares. No obstante, se observa una elevada heterogeneidad de esta disponibilidad de vivienda a escala provincial. Por ejemplo, el potencial de vivienda para aumentar los hogares residentes se reduciría de manera significativa en provincias con elevada presión demográfica, como Barcelona (13,2 %) o Madrid (14,3 %). En estas provincias, la capacidad máxima del parque de vivienda actual permitiría absorber unos 310.000 hogares en Barcelona y unos 390.000 en Madrid si se movilizaran todas las segundas residencias, las viviendas con usos alternativos (turístico y temporada) y, en menor medida, las viviendas desocupadas. La escasez de vivienda residencial también se observa en las provincias vascas y en Las Palmas y contrasta con el exceso de capacidad de viviendas en relación con el número de hogares que se aprecia en las provincias de la España interior. Por otro lado, las ratios de potencialidad de vivienda residencial son también elevadas en provincias de la costa mediterránea y las islas, si bien en esas áreas tienen un peso relevante las segundas viviendas de residentes y de no residentes y el alquiler turístico. Cuando se tienen en cuenta las viviendas turísticas y las que poseen los no residentes, la capacidad de vivienda residencial se reduce más de un 50 % en Illes Balears y en Canarias, un 40 % en Málaga y un 35 % en Alicante. En el conjunto de España, estas viviendas supondrían el 11,5 % de la capacidad potencial de vivienda residencial».]