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Trump baja impuestos... mala nueva para el mundoDonald Trump ya tiene su flamante ley fiscal. Una declaración de guerra social, en el plano interno, y mundial a socios y enemigos, en el externo. Combina enormes rebajas de impuestos para el 1% más rico con recortes draconianos de gasto en programas sociales: de servicios médicos y de ayuda alimentaria. Y se burla del mundo, al que le exige que dedique más dinero a las armas y suba impuestos o rebane también partidas esenciales de sus estados del bienestar para financiarlas, mientras él se dedica a construir el paraíso en la tierra para los más acaudalados de su país.Una de las paradojas más difíciles de asimilar del funcionamiento de la hegemonía económica de EE.UU. es su capacidad de transformar constantemente sus siempre crecientes déficits públicos en estímulos para su crecimiento económico. Para el resto, llevar más de medio siglo con un déficit público descontrolado habría supuesto la ruina.Con EE.UU. sucede justo lo contrario. Su poder brilla cuanto más dinero debe al mundo. Pensemos en Ronald Reagan y su victoria sobre la Unión Soviética, o en los Bush, padre e hijo. También con Barack Obama, el primer mandato de Trump y el de Joe Biden. Bill Clinton fue la excepción que confirma la regla. Desde la presidencia de Richard Nixon (1969-1974), hasta la actual de Trump, la mejor consigna resumen de la política monetaria de EE.UU. es American first.Muchos analistas llevan décadas prediciendo el hundimiento de la hegemonía de Washington porque esos déficits y la consiguiente deuda que generan, además de ser una prueba indiscutible de su debilidad, serían insostenibles. Emmanuel Todd, ensayista francés, fue el más afilado predicador de esa idea, nada más comenzar el siglo XXI, cuando a EE.UU. aún le quedaban por delante casi dos décadas de gloriosa supremacía.La nueva ley fiscal fabricada por Trump y sus insaciables colegas plutócratas disparará de nuevo el déficit y la deuda pública de EE.UU. Con ella, seguirá siendo el rey de la demanda mundial y el consumo crecientes en un planeta en el que decrece por doquier, de Europa a Latinoamérica o la misma China. Es el impuesto imperial: tú te quedas con mis dólares, a mí no me cuesta nada imprimirlos y tú tienes que aceptarlos por un valor muy superior y gracias a ellos yo vivo por encima de mis posibilidades, cierto; pero te concedo el privilegio de acceder a mi mercado, el más grande y rico del mundo.Cierto es que la manera en la que Trump ha articulado su política económica -mezclando la expansión económica vía déficit y la guerra comercial con sus principales proveedores- está generando reacciones aparentemente contradictorias. Más coste de la deuda y descenso del dólar, con pérdidas en las bolsas.Posiblemente, la fiscalidad para los adinerados que se prepara a aplicar habría sido acogida con relativa tranquilidad, como ha venido ocurriendo con los planes presupuestarios anteriores de sus predecesores en la Casa Blanca, si no hubiese amenazado con esa guerra comercial. Es contradictorio diseñar un programa económico de expansión económica, que contempla un déficit enorme y por lo tanto la venta masiva de dólares al mundo si no se permite a esos potenciales compradores acceder al mercado de esa divisa, EE.UU. Se quedan con los dólares porque venden sus productos y compran valores, empresas y edificios a los estadounidenses.Pese a todo, nada indica que los inversores estén dudando de la solvencia de la imprenta de la Reserva Federal, por mucho que ésta opere a pleno rendimiento. Según los últimos datos, los bonos del Tesoro de EE.UU. en manos de extranjeros han crecido un 12% en términos anuales. El mundo sigue confiando en el billete verde pese a las turbulencias made in Trump. Y eso porque pese a que en ocasiones parecería que la economía de EE.UU. no produce ya bienes si no solo billetes, el poder del dólar deriva de otras palancas de poder. Como la hegemonía militar y de las ventas al mundo de la industria de ella derivada; el control de los suministros de energía (siempre el petróleo; ahora, gracias a la guerra de Ucrania, el gas); Wall Street, el corazón de las finanzas mundiales, las arterias de la inversión que llegan al último rincón del planeta a través de sus bancos y gigantescos fondos de capital; las firmas tecnológicas, que recogen cifras vertiginosas de beneficios en todo el globo. El dólar lo resume de manera concentrada: el exorbitante privilegio que definió en la década de los sesenta Valéry Giscard d’Estaing, ministro francés de Finanzas de Francia.¿Cuáles serán las consecuencias para el resto del mundo, para España, de la ley fiscal de Trump? En primer lugar, como ya se está debatiendo ahora, el incremento del gasto militar para compensar el déficit comercial. Tecnología punta y ventas de la industria militar son los dos grandes puntales de EE.UU.Pese a todos los maquillajes, Europa está siguiendo la línea trazada por Trump, que ya antes de tomar posesión adelantó a los socios de la OTAN que tendrían que gastar el 5% en Defensa (ver La Vanguardia del 12 de enero pasado). Objetivo asumido ya oficialmente en este lado del Atlántico. Eso va a reducir el gasto en otras partidas, pues no se trata de un mero ajuste presupuestario. Trump exporta guerra social. Su política elevará las voces en el viejo continente a favor de aplicar aquí también las recetas impositivas del trumpismo, bajadas radicales de impuestos, lo que agravará aún más el problema de la financiación de las cuentas públicas.También, más inestabilidad financiera, posiblemente inflación y subidas de tipos de interés... y al final, tras una incubación acelerada, una nueva crisis financiera, ese regalo que siempre dejan los déficits americanos en cada uno de sus ciclos expansivos.Citar