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Autor Tema: PPCC: Pisitófilos Creditófagos. Primavera 2025  (Leído 346437 veces)

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asustadísimos

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Re:PPCC: Pisitófilos Creditófagos. Primavera 2025
« Respuesta #2655 en: Ayer a las 20:30:04 »
[«La mejor noticia que puede darse a la Empresa es que la vivienda vuelve a costar lo que vale y, por ello, el trabajador pasa de creerse rico a serlo».

Reescrito por DeepSeek:
«El mejor anuncio para la Empresa es que el precio de la vivienda se ajusta nuevamente a su valor real, permitiendo que el trabajador no solo se perciba como alguien adinerado, sino que lo sea en términos concretos».

Reescrito por un servidor:
«La Empresa quiere que el trabajador deje de creerse capitalistita del Ladrillo y que el salario vuelva a ser suficiente».

Reescrito por DeepSeek:
«La Empresa quiere que el trabajador trascienda la autopercepción de ser un microcapitalista inmobiliario y que el salario recupere, de una vez, su papel como base económica solvente». Es la IA la que pone la cursiva. La negrita, no.

¿Con qué se quedan?

Lo de 'microcapitalista inmobiliario' en cursiva me ha encantado. Y lo de la solvencia salarial, también.]
« última modificación: Ayer a las 22:36:44 por asustadísimos »

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Re:PPCC: Pisitófilos Creditófagos. Primavera 2025
« Respuesta #2656 en: Ayer a las 20:32:18 »
[La Empresa no quiere trabajadores microcapitalistas inmobiliarios sino asalariados solventes.]

sudden and sharp

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Re:PPCC: Pisitófilos Creditófagos. Primavera 2025
« Respuesta #2657 en: Ayer a las 20:46:36 »
[La mejor noticia que puede darse a la Empresa es que la vivienda vuelve a costar lo que vale y, por ello, el trabajador pasa de creerse rico a serlo.

Reescrito por DeepSeek:
El mejor anuncio para la Empresa es que el precio de la vivienda se ajusta nuevamente a su valor real, permitiendo que el trabajador no solo se perciba como alguien adinerado, sino que lo sea en términos concretos.

Reescrito por un servidor:
La Empresa quiere que el trabajador deje de creerse capitalistita del Ladrillo y que el salario vuelva a ser suficiente.

Reescrito por DeepSeek:
La Empresa quiere que el trabajador trascienda la autopercepción de ser un microcapitalista inmobiliario y que el salario recupere, de una vez, su papel como base económica solvente. Es la IA la que pone la cursiva. La negrita, no.

¿Con qué se quedan?

Lo de 'microcapitalista inmobiliario' en cursiva me ha encantado. Y lo de la solvencia salarial, también.]



El que sabe... sabe. Y DeepS* tiene "fuentes" casi ilimitadas.



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*) No se enfadará... Hay confianza. 

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Re:PPCC: Pisitófilos Creditófagos. Primavera 2025
« Respuesta #2658 en: Ayer a las 21:42:56 »
Me andaba rondando y no me salía.

Trump es un puto influencer. Nada más.
Que este tipo sea presidente del imperio lo dice todo de como está el sistema.

Supongo que GME es la resistencia.
O es el prototipo?


Vaya día inteso he tenido. Aún estoy bajando adrenalina. No por la cantidad, sino por la velocidad del asunto.
Abre la boca y sube el pan.

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¿Dónde van a morir los aranceles?
Los aranceles de Trump solo son una tirada en la partida por mantener la atención. Él no hace otra cosa que jugar mejor que el resto con las cartas de la comunicación en el siglo XXI. Cuando de tanto quitarlos y ponerlos los aranceles acaben tan manoseados que nadie les preste ya ninguna atención -como ha ocurrido con México y Canadá- se olvidará de ellos y se moverá hacia otro territorio

María Álvarez · 2025.04.09

El presidente de EE.UU., Donald Trump. EFE/EPA/YURI GRIPAS / POOL

En estos días, el mundo está dividido entre quienes piensan que Donald Trump es un chiflado insensato que nos lleva de cabeza a la primera guerra económica mundial convencido de que los aranceles son una buena idea y quienes piensan que el presidente de EE.UU. solo es un gran negociador que amenaza con el armageddon arancelario nada más que para conseguir, desde una posición de fuerza, mejores acuerdos comerciales para su país.

Pero podríamos considerar una tercera idea al hilo, no solo de los acontecimientos, sino de las cosas que dice el propio Trump, que a menudo es un libro abierto sobre sí mismo. Pocas horas antes de pausar la mayoría de los aranceles que impuso la semana pasada, decía Trump que los países le estaban “besando el culo” por llegar a un acuerdo que superara la situación.

Hay que agradecerle el comentario por lo que desvela de su verdadero modus operandi. Revela la única motivación que ha demostrado nunca el presidente del gobierno de EEUU y una que no dista mucho de la que podemos observar en algunas personas a nuestro alrededor: él lo que quiere es sentir que todo el mundo le besa todo el rato el culo. Que el mundo entero está pendiente de sus actos y dispuesto a modificar su vida para adaptarse a sus decisiones. Que es, literalmente, el amo del mundo.

¿Cómo es posible que todo un presidente de EEUU se mueva con semejante combustible? Ocurre que la dinámica de las pantallas, de las redes y de la actualidad en reproducción constante ofrecen una ventaja competitiva muy importante a los perfiles que se alimentan de la atención y la admiración de los demás. Esas personas, que la psicología llama narcisistas, necesitan llamar la atención porque su autoestima es como los reptiles: no puede producir su propio calor y necesita estar todo el rato al sol que le dan los que le rodean.

Estas personas, que están permanentemente conectadas porque obtienen una recompensa en la reacción de las redes sociales a sus acciones, no tienen ningún problema en que se hable mal de ellos, mientras se hable. Tampoco sufren con los efectos colaterales de la atención desmesurada, como puede ser no estar nunca solo o no poder ir tranquilamente por la calle sin que te reconozcan. Y trabajan mucho más en su imagen que el resto de los mortales, además de tener un concepto mucho más claro de cómo se refleja esa imagen en los demás.

Todas estas son habilidades que se vuelven virtudes en una era en la que obtener la atención constante de la población es la manera de llegar con ventaja a la urna. Así es como nos hemos encontrado con que algunos de los personajes más inseguros, menos confiables y más vacíos de nuestra sociedad están llegando cada vez más alto en muchas esferas.

La deriva errática de Trump en estas últimas semanas responde exactamente a esto. Su única intención es llamar y mantener la atención del mayor número de gente, el mayor tiempo posible. Por eso ya se ha convertido en un modus operandi lo de anunciar unos aranceles y luego pausarlos, y luego reducirlos, y luego retirarlos, y luego volverlos a imponer. Es lo que hizo primero con China, luego con México y Canadá y ahora con el resto del mundo. Por eso anunció que iba a construir un resort en Gaza –vídeo incluido–, por eso ha dicho que se va a anexionar Groenlandia, por eso sus edificios aparentan estar cubiertos de oro, por eso envía a gente inocente a las cárceles de Bukele -foto incluida-, por eso los cálculos para imponer los aranceles los hicieron con una IA y por eso blande una tabla con un montón de datos en la rueda de prensa.

 Si ha pausado ahora los aranceles, no es porque no quiera ponerlos, sino porque esto le va a regalar otra semana con todo el foco mediático del planeta sobre su cara.

Todo lo que hace, todas y cada una de sus acciones, no conducen a ninguna visión política ni de transformación del país. Solo conducen a alimentar su propia necesidad de atención permanente. Su objetivo no es imponer aranceles, ni dejar de imponerlos. Solo que hoy se hable de él y, mañana, ya veremos.

Ahora bien, si el primer - y único- impulso de quienes creemos que el gobierno de los países debe ser una fuerza para el bien es llevarnos las manos a la frente y desmayarnos como una jovencita decimonónica ante esta realidad, mal vamos.

Haríamos mucho mejor en comprender lo siguiente: Los aranceles de Trump solo son una tirada en la partida por mantener el protagonismo. Él no hace otra cosa que jugar mejor que el resto con las cartas de la comunicación en el siglo XXI. Cuando de tanto quitarlos y ponerlos los aranceles acaben tan manoseados que nadie les preste ya ninguna atención -como ha ocurrido con México y Canadá- se olvidará de ellos y se moverá hacia otro territorio.

Y entonces pueden ocurrir dos cosas: o nos tiramos toda la legislatura buscando la bolita cada vez que reorganice los vasitos en la mesa, o le pillamos el truco e ignoramos todas sus bravuconadas. Prestamos atención a otra agenda y pasamos decididamente de sus movimientos.

Claro que es muy difícil, porque cuando se juntan narcisismo y poder, pueden causar mucho daño a mucha gente. Y cuando piensas que alguien -quizás tú mismo- está en peligro por las acciones de una persona, exige mucha disciplina no ponerle el foco y pensar en ello.

Pero hay que hacerlo de todas maneras, estratégicamente, porque igual que estos personajes viven de que les demos nuestra atención, cuando se la quitamos, cuando entendemos que solo son un espectáculo y que se alimentan de todos nuestros miedos, mueren.
Saludos.

Cadavre Exquis

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Re:PPCC: Pisitófilos Creditófagos. Primavera 2025
« Respuesta #2659 en: Ayer a las 22:21:08 »

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Donald Trump y las guerras del casito
El tablero sobre el que construimos el debate público ha cambiado, pero aun no hemos terminado de comprenderlo.

María Álvarez · 2025.04.06

Come gather 'round people
Wherever you roam
And admit that the waters
Around you have grown
And accept it that soon
You'll be drenched to the bone
If your time to you is worth savin'
And you better start swimmin'
Or you'll sink like a stone
For the times they are a-changin'


Bob Dylan, The Times, They Are A-Changing.


En estos días se cumple un año desde que Pedro Sánchez, el presidente del gobierno de España, sorprendiera al país anunciando que se tomaba 5 días para reflexionar sobre su continuidad en el puesto. Su mujer acababa de ser acusada de un delito en un proceso que él consideraba que era una cacería que había llegado demasiado lejos y él, decía, necesitaba tomarse el tiempo para pensar si “merecía la pena” mantenerse en el cargo a pesar de los ataques furibundos que estaba sufriendo.


Escribí entonces un hilo en Twitter que se viralizó a toda velocidad y acabó teniendo millones de visitas, además de ser recogido en múltiples programas de radio, televisión y prensa escrita (aquí se puede leer también en Bluesky y, en vídeo, en Tiktok). Recomiendo su lectura porque creo que sigue estando de actualidad pero, sobre todo, quiero aprovechar este aniversario para profundizar en esa reflexión y conectarla con todo lo que está ocurriendo en Estados Unidos. Y es que creo que el mismo fenómeno que explicaba la maniobra de Sánchez es la mejor explicación para el comportamiento de Donald Trump.

Creo que el tablero de juego sobre el que construimos el debate, la información y los consensos públicos ha cambiado pero no hemos terminado de comprenderlo. Todo radica en la forma que tenemos de entender el tiempo:

*****

Dicen los físicos que el tiempo no existe, al menos no como una constante universal. No tiene ni un principio, ni un fin, ni unos confines delimitados. Tampoco se puede medir, salvo desde la perspectiva de una sola persona. Y e que el tiempo no es una propiedad del universo, sino la forma particular en la que los humanos percibimos la realidad. Por esa razón, cambia con el tiempo y las culturas, y por eso han existido, a lo largo de la historia, distintas formas de entenderlo.

En las sociedades agrarias el tiempo no era líneal, sino círcular: estaba determinado por el ritmo de las cosechas. La realidad no iba a ningún sitio, sino que se giraba y giraba sobre sí misma. Esa concepción cíclica se mantiene viva en nuestros días en las culturas que conservan la creencia en la reencarnación.

Los antiguos griegos tampoco tenían un concepto como el nuestro de futuro. ¿Para qué, si el mundo apenas cambiaba a lo largo de los siglos? Para ellos, el tiempo no avanzaba y, si había algo hacia lo que proyectarse, algo que estuviera delante, ese algo era el pasado, que era el lugar donde estaban las cosas importantes —como los dioses.

La noción de que el tiempo es lineal y de que las personas avanzamos en la vida hacia el futuro no se universalizó hasta la extensión de las religiones abrahamicas (el cristianismo, el judaismo y el islamismo). Pero, incluso entonces, el futuro no estaba en la vida terrenal, sino que ésta era un tránsito hacía el auténtico destino: la vida eterna tras la muerte.

Entre los siglos XVIII y XX se extendió otra creencia, que es con la que hemos llegado hasta nuestros días. Cabalgando sobre la idea de que el progreso técnico y científico iban a mejorar indefinidamente la vida de las personas, nació la visión de un futuro mítico, idílico, lleno de tecnología y de maravillas de la técnica que nos iban a cambiar la vida. Fue la época en la que las exposiciones universales contaban lo que estaba por venir y que lo que estaba por venir era mucho mejor que el presente. Como consecuencia, las personas empezaron a proyectarse hacia ese futuro, incluso a cambio de su presente.


Y es que tenía todo el sentido. Si el futuro iba a ser brillante, pero el presente no lo era todavía, la mejor decisión era guardar todos los recursos para poder disfrutar al máximo para cuando llegara ese momento.

Los cimienots de la sociedad actual derivan de esta creencia. El ahorro, por ejemplo, es una forma de priorizar el futuro sobre el presente: sacrificamos nuestro consumo actual para poder realizar una adquisición más adelante. Las dietas funcionan del mismo modo, privilegiando nuestro bienestar futuro sobre el placer inmediato. El esfuerzo -que es la piedra angular sobre la que todavía reposa todo nuestro sistema moral- es exactamente esto, la idea de que vale la pena pasar dificultades hoy a cambio de una recompensa mañana. Incluso el crédito, la inversión y la deuda responden a la misma lógica, son el mismo fenómeno del ahorro y el esfuerzo, llevados al plano económico.

Pero, ¿y si volviera a desaparecer la idea del futuro? ¿Cómo sería la realidad si el tiempo si dejara de ser lineal y orientado hacia delante?

Lo que subyace a gran parte de la confusión que tenemos en nuestros días es que estamos abandonando la forma en que entendiamos la realidad en el siglo XX y está emergiendo una nueva.

En primer lugar, porque se está desmoronando esa creencia que había guiado al mundo en los siglos XIX y XX de que el futuro iba a ser un lugar maravilloso. Hemos llegado a 2025, el año que se suponía que sería ya “el futuro”, y esa utopia de coches voladores, robots que te limpian la casa y colonias en Marte ni está, ni se la espera. Al contrario, la gente ha dejado de creer que el futuro será un lugar mejor que el presente y ya no quiere pensar en él. Se acabaron las películas futuristas y los imaginarios de una sociedad avanzada. Como dice Peter Thiel, "Queríamos coches voladores, pero en su lugar obtuvimos 140 caracteres".

Esta, y no otra, es la razón por la que la gente más joven ahorra menos de lo que ahorraban sus padres. Lejos de tener una forma de vida caprichosa, los jóvenes están haciendo una elección muy racional: piensan que su futuro va a ser más oscuro que su presente y prefieren materializar sus inversiones hoy. Y esta tendencia no ha hecho más que agudizarse desde que la pandemia nos hizo creer que nuestra realidad era mucho más frágil de lo que pensábamos.

De manera que hemos pasado de un mundo orientado al futuro a un mundo que no sabe dónde mirar para encontrar una imagen esperanzadora. Y mientras estábamos distraidos intentando adivinar hacia donde mirar, ocurrió otra cosa:

Internet lleva tanto tiempo en nuestras vidas que ha modificado la manera en la que entendemos la realidad. Antes de la red, uno podía mirar al mundo como un lugar más o menos estático, como si fuera una fotografía donde todas las cosas están en el mismo sitio. Así, teníamos una imagen inmutable del pasado, otra imagen de un futuro prometedor, pero también estático, y un presente que se movía tan despacio que se podía entender casi como una realidad estacionaria.

Pero si superponemos una fotografía a otra y a otra y a otra más, y las pasamos muy rápido, que es lo que hacen las redes sociales, producimos la impresión de movimiento.


Así, hemos pasado de un mundo estático a uno en acción permanente. De la vida como un mapa de lugares conocidos a la vida como un caudal de eventos que se suceden a toda velocidad sin que tengamos la posibilidad de comprenderlos del todo.

Y el problema es que no sabemos -todavía- nadar en ese caudal. Por eso tanta gente siente que pierde el control hasta de su propia atención y de su capacidad de concentración. Superados por un montón de estímulos que no pueden comprender a tanta velocidad, muchas personas sienten que han perdido el control, que han perdido la capacidad de intervenir en su propia vida: que se los lleva por delante esa corriente.

La reacción más humana a esa sensación de pérdida de control es intentar recuperarlo. Es una reacción innata a lo desconocido, como cuando escuchamos un gran ruido o identificamos a una persona desconocida en un garaje. Inmediatmaente nuestros sentidos se ponen en alerta para volver a comprender lo que está pasando. Por eso seguimos, una y otra vez, volviendo a las redes, a la conexión con otros, a prestar una atención desaforada a todo lo que está pasando en busca de respuestas que nos permitan recuperar el suelo bajo nuestros pies. Por eso, si nos desconectamos, tenemos la sensación de que cada vez entendemos menos -y en gran medida, es que es verdad.

Las guerras mundiales del casito

En ese estado de alerta permanente en el que vivimos todos los seres humanos en el tercer milenio, las herramientas que nos habíamos dado para entender el mundo -la política, la filosofía y los medios de comunicación- se han quedado obsoletas.

Como productos que son del siglo XX, siguen en ese empeño tan venerable como inutil de preguntarse cómo debería ser el mundo dentro de 100 años. La política parlamentaria, con sus debates, sus códigos novecentistas, sus leyes que tardan años en materializarse y quinquenios en producir resultados, con sus grandes planes para hacer del mundo un lugar mejor, pero no hoy, quedan relegados a un ultimísimo plano ante la necesidad de entender lo que está pasando exactamente esta misma semana y que puede hacer saltar el mundo por los aires antes del inicio de la próxima.

Los medios de comunicación, que siguen dedicando un tiempo fuera de toda lógica a hacer de cámara de eco de todos esos debates, tampoco ayudan.

Y en un mundo sin liderazgos, cada persona busca un mástil al que atarse que le de algo de seguridad en mitad de esta tormenta: que le explique qué está pasando y que le diga qué hacer para sentirse seguro.

Y el camino más corto para sentirse seguro es sentirse importante.

Surgen entonces algunas personas que saben jugar a este juego. Comprenden, como Pedro Sánchez, que la clave del mundo contemporáneo no está en liderar a la gente hacia un futuro distante, sino en explicarles constantemente la realidad de hoy. “Poner el marco”, que dirían los politólogos, pero no con un gran plan, sino todos los días.

Por eso tiene sentido la metáfora de que la política ha dejado de ser una partida de ajedrez y se ha convertido en un partido de baloncesto. Hemos pasado de un mundo reglado, donde los políticos podían controlar las normas y los “turnos”, a un mundo complejo, donde hay muchos jugadores e infinitas jugadas posibles.

Y lo importante en ese tablero es tener la posesión del balón y poner tus propias condiciones. Y no con una gran estrategia pensada hacia el futuro, sino con un golpe de mano y luego otro, y luego otro, y luego otro más.

Ysus ese “balón” es la atención. Porque en un momento en el que todavía no sabemos entender y filtrar bien todo el contenido que recibismos a diario, el marco no lo pone el mejor analista, sino quien mejor sabe recabar la atención de la gente.

Donald Trump es un campeón mundial de la atención. Lleva jugando a este juego toda su vida. De joven acaparaba las portadas de la prensa rosa con sus flamantes novias y sus inversiones millonarias bañadas en oro. En el mundo anglosajón, se volvió algo así como un Wyoming superlativo cuando, durante 14 temporadas, tuvo un concurso en la televisión en abierto que se llamaba “El aprendiz”, pero se podía haber llamado “Trumpolandia”: se grababa en la torre Trump en Nueva York, él era el protagonista y el premio del concurso era trabajar… para él.

Décadas puliendo los gestos, los anuncios, los proyectos megalómanos, las astracanadas… y las miles de formas de provocar para llamar la atención.

En estos días todos los analistas intentan descifrar cuáles son las verdaderas intenciones de Trump con los aranceles. ¿Va en serio? ¿O solo está queriendo negociar duro? Como cuénta Ángel Villarino esta semana con tanta gracia, nos estamos haciendo todos Trumpologos y cada uno tiene su particular escuela para comprender lo que está pasando.

Esta es mi particular escuela de la trumpología:

Trump no tiene interés en los aranceles ni en ninguna otra cosa. Ni quiere acabar con la guerra en Ucrania, ni lo contrario, ni le interesa Putin, ni le deja de interesar, ni quiere anexionarse Groenlandia, ni no anexionarse nada. Lo que está haciendo desde el primer minuto es lo mismo que lleva haciendo toda su vida: lanzar una andanada detrás de otra a la opinión pública para llamar la atención y retenerla. Para que solo se hable de él, para tener la permanente posesión del balón a cualquier precio

Por eso un día anuncia unos aranceles y, al siguiente, los retira sin negociar nada a cambio. Por eso lanza vídeos disparatados sobre hacer un resort en Gaza y deporta ciudadanos venezolanos a las cárceles de Bukele, solo para conseguir una impactante imagen. Por eso está despidiendo empleados federales. Por eso propuso nombrar un fiscal especial para investigar a Joe Biden, realizar la mayor operación de deportación masiva en la historia de EE.UU., reubicar a personas sin hogar en campos de concentración, eliminar el Departamento de Educación, imponer aranceles del 60% a todas las importaciones chinas, prohibir la entrada -o expulsar- a inmigrantes por su ideología, ejecutar juicios militares a narcotraficantes, dar “immunidad total” a la policía, utilizar el ejército en operaciones de seguridad interna, perdonar a los insurrectos del 6 de enero, construir campos masivos de detención para migrantes, usar drones para combatir el crimen urbano y cambiar la constitución para concurrir a un tercer mandato.

Varias de estas ideas no han sido formalmente retiradas, pero su viabilidad legal y práctica es ampliamente cuestionada. Da lo mismo. El único objetivo de Trump es “to win the day”, ganar el día, conseguir ser el protagonista de la jornada: mantener la posesión del balón.

No existe en su cabeza un plan. No hay un futuro en la mente de Trump. Piensa de una manera completamente distinta a la de los estrategas políticos tradicionales. Por eso impone aranceles sin proyectar absolutamente nada para desarrollar la industria nacional. Hasta la forma retorcidamente estúpida de presentar los aranceles ha sido una forma de tenernos averiguando cómo los calculó, si uso una IA para hacer los cálculos, si ha metido a islas deshabitadas en el listado de países con aranceles… todo para que se siga hablando de él.

Estoy convencida de que en los próximos días renegociará los aranceles, como ya hizo (dos veces) con Canadá y con México. No como una estrategia para conseguir mejores condiciones comerciales, sino para ganar otro día en las portadas.

En la mente de Trump, su enemigo ni siquiera son los demócratas porque ninguno siquiera compite: su rival es la final de la Super Bowl y el último disco de Ed Sheeran.

Cuando termine con la guerra arancelaria, se inventará otra cosa. Y luego otra, y luego otra. Llegará un momento en que todo el mundo le cogerá la medida y se aburrirá. Es posible que entonces se ponga nervioso y eleve la apuesta. Me preocupa seriamente que en esta espiral, termine provocando un conflicto armado, la última fuente infinita de atención.

Mientras tanto, hay alguna cosa que podríamos aprender de lo que estamos viviendo. Si el mundo del siglo XX estaba obsesinado con el futuro, el del XXI lo está con el presente. Y liderar el mundo no consiste hoy en hacer proyectos a 20 años, sino en acompañar a la gente para que se sientan protagonistas y en control de sus propias vidas hoy.
Saludos.

P.D. El hilo al que se refiere María Álvarez en su primer tweet y en su blog post.


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Re:PPCC: Pisitófilos Creditófagos. Primavera 2025
« Respuesta #2661 en: Ayer a las 23:59:29 »
A ver, a ver.

Un poquito de tranquilidad, por favor.

Estoy leyendo por el foro, o eso me ha parecido, que "es que nadie va a tumbar el pisito y así es imposible, porque hay muchos intereses y bla bla bla."

NO. Esto no va así. Uno no elige no tener cáncer porque le viene mal para sus intereses.

Nadie decide nada acerca del hactibito. El popularcapitalismo no ha sido una decisión consensuada y consciente, y su muerte (que es segura) tampoco lo va a ser.

Algo (no sé qué) ocurrirá. Algo, en algún sitio, que hará que se empiece a tambalear todo, empezando por los mercados financieros (bolsa, bonos) que hará que salte la chispa. Alguna empresa gorda, o banco de inversión o aseguradora o fondo de pensiones o similar tendrá problemas, que pasarán a ser los problemas de otro y luego de otro, y otro y otro... y ya tenéis la infección. Y con todo el mundo inteligente con las orejas tiesas, que se pondrán rápidamente del lado bajista. Y la bola de nieve no habrá quien la pare. Y sí, la inmensa mayoría de los inversores estarán en el lado equivocado.

Una vez que los mercados financieros estén prácticamente destruidos (por decirlo de alguna forma, ya que los destruidos realmente serán los estosiempresubistas, cuyo dinero habrá cambiado de su bolsillo al de las manos inteligentes), vendrá la destrucción, ya no tácita, sino palpable, a Juanito el caserito. Seguro que pensará que qué tendrá que ver con él y con su inversión en ladrillo, (que se puede tocar, ojo al dato), con los call y los put de no sé quién, y con los swap de menganito, y la quiebra de los otros que no vendían nada; siendo el ladrillo algo que se ve y se toca.

El mayor miedo que tengo es que el payasete naranja puede reaccionar muy mal en un momento dado. Ojalá no sea así, pero no tengo nada claro que no saquen el garrote y la líen gorda en algún lado, con tal de que el marrón se lo coma otro. Los veo capaces de cualquier cosa.

El Imperio Romano experimentó un período de decadencia que duró aproximadamente tres siglos, desde el siglo III d.C. hasta el año 476 d.C. Durante este tiempo, el imperio enfrentó una serie de desafíos y cambios que minaron gradualmente su estabilidad y poder. Factores como la presión militar de las tribus bárbaras, la inestabilidad política, la corrupción, la inflación económica y la fragmentación interna contribuyeron al debilitamiento del imperio. La decadencia culminó con la caída del Imperio Romano de Occidente en el año 476 d.C., cuando el último emperador romano fue depuesto por el caudillo bárbaro Odoacro.

Nada, lo pongo solo por amenizar la charla, hoy tengo mi veta tocahuevos on fire.
Las escalas temporales en las que todo ocurre hoy día las (telecomunicaciones y el transporte se han inventado ya) hacen imposible una decadencia de siglos. Dale 50 años como muchísimo, probablemente menos de la mitad. Y siendo conservador. Probablemente sea una fracción menor aún.

De hecho, Occidente ya está en ello y estamos en el principio del fin (los últimos 40 años han ido siendo ese proceso, cada vez más claro).

asustadísimos

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Re:PPCC: Pisitófilos Creditófagos. Primavera 2025
« Respuesta #2662 en: Hoy a las 01:31:59 »
[Esta semana las dificultades que ha tenido EE. UU. para colocar sus bonos han sido históricas. Que no se nos pase. Evento sistémico de primera magnitud. La reacción, estúpida: tensión arancelaria con la UE.]

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