[(Dedicado a 'tomasjos'.)
El popularcapitalismo ha devastado al capitalismo, vía:
• activos ficticios
• sobrendeudamiento
Los capitalistas ya no quieren aportar o acumular capital en sus empresas. Ya no quieren dividendos en beneficios contables. Quieren:
• alquileres (alquilan inmuebles a su empresa)
• intereses (prestan dinero a su empresa)
• supersalarios/superhonorarios (toda la familia supercontratada por su empresa)
• plusvalías de fuente externa (lo que sea, con tal de que se lo pague su empresa).
Y la empresa, 3.000,- euritos de Capital.
Se llama subcapitalización.
(Un abrazo. Y al cura alcohólico, que le den.)]
Esto encaja perfectamente con lo que me soltó un amante de la "livertah" con el que tuve un debate el otro día en la típica cena de matrimonios que nos conocemos por los niños.
El hombre, que trabaja en una entidad bancaria, ante mi planteamiento de que la reinversión de beneficios en i+d o bienes de equipo aumentaría los beneficios de las empresas una vez quitado el lastre inmobiliario sobre empleados y empresas me contradijo defendiendo que las empresas no estaban para hacer inversión en i+d, que solo podían gastar en lo que ya funcionaba, porque no tenían dinero para otra cosa. Ni que decir tiene que cuando hable de que para eso estaba el Estado se puso a despotricar contra él - si bien luego tuvo que contradecirse cuando admitió que la inversión del gobierno vasco en industrias punteras para cambiar el tejido productivo tras la reconversión fue razonablemente exitosa-.
Obviamente si el empresariado español ha decidido volverse rentista con sus propias empresas en vez de seguir la cadena generacion-reinversion-generacion - que sería lo propio de un empresario, querer optimizar la producción y el producto en un mercado competitivo para aumentar su tasa de ganancia - tenemos un problema mucho más serio que el rentismo de la clase media y media alta, y es que las elites empresariales no son tales - en términos orteguianos, ustedes me entienden -.
Obviamente este hombre tiene una visión limitada a su entorno - Santander -, pero si a nivel de empresas potentes a nivel regional - y eso es lo que daba a entender - estamos así, está claro que la solución a esto tiene que venir por un evento exterior no controlable que obligue al cambio estructural por la fuerza.
En este sentido hoy en VozPopuli especulaban sobre un ataque al turismo español por parte de la administración Trump para forzar el cobro de ese 5 por ciento del PIB en defensa - vamos, el impuesto revolucionario que nos pretende cobrar el matón de patio de colegio por defendernos de que nos robe el bocata algún matón de su pandilla previamente aleccionado, como podría ser Marruecos-. El efecto de algo así podría ser mucho mayor que la entidad de la medida que tomasen los americanos, en un momento en el que las costuras están al límite.
Pequeña fábula con moraleja.
Como sabrán, vivo en Cataluña desde hace más de 20 años.
Cuando a partir de 2016-2017 el independentismo catalán se hizo culturalmente "hegemónico" en Cataluña, comprendí que una de las razones por las que se había hecho posible llegar a ese punto político era por la desaparición de la pequeña y mediana burguesía otrora productivista. ¿Cómo era posible que no hubiera un estamento capitalista que pusiera coto a semejante desmadre, que iba directamente contra la línea de flotación de cualquier sociedad con cultura productivista -que era una de las señas diferenciales más valoradas en la autopercepción histórica del propio catalanismo moderno?
Sencillamente porque el grueso de esa pequeña y mediana burguesía se había ido convirtiendo en rentista, y en esta transformación los intereses del capital real ya no estaban presentes. El independentismo catalán fue un ensayo -acotado localmente pero contundente como ejemplo- que muestra del profundo desnortamiento político que supuso la evolución sin contrapesos durante casi dos décadas, de un gobierno popular-capitalista cuyo modelo de referencia inconfeso era Andorra, un pequeño estado pseudofeudal que vive de las rentas de lavado de dinero y en menor medida del turismo y del artefacto inmobiliario.
(Es por eso que parecían inmunes a la argumentación de que quedarían fuera de la UE, cuestión que sería inadmisible para un proyecto capitalista de verdad).
En términos políticos, el modelo era (es) un cacicato de estas burguesías rentistas con una mínima pátina democrática (la justa como para exhibir cara al público) y un rebaño de cooptados locales, básicamente entroncados en el funcionariado local y sus redes clientelares, perceptores en menor medida de la derrama de los beneficios del rentismo ahora convertido en "modelo de país".
El trabajo real -que al final alguien tiene que hacer las cosas- iba a ser depositado sobre el lomo de los "foráneos": inmigrantes internos y externos -es decir, extranjeros

- con sus derechos reducidos a lo mínimo soportable, mano de obra dócil y calladita en sus fantasías caciquiles (fantasía vista como viable a partir de la extrema docilidad y obediencia mostrada por su propio rebaño clientelar) que en su miopía autoinducida creyeron posible reproducir sobre otras gentes de historial de vida y movilidad absolutamente incompatible con tales pretensiones.
Pero al final, muy al final -en la última semana de la astracanada- el capital real apareció y dió tres golpes sobre la mesa: más de 1.500 empresas -entre ellas, las mayores de la región- movieron sus sedes sociales a otras autonomías como primer y último aviso.
La gracia, laboriosamente cultivada durante años, se desmoronó en cuestión de horas.
Sirva este pequeño relato como recordatorio de que todo lo que parece sólido puede desvanecerse en el aire, como recordó Marshall Berman hace más de 40 años cuando el popcap apenas comenzaba, y el mundo nos parecía tan impredecible como ahora, pero con la falsa percepción de que lo conocíamos mejor. Pecados de juventud.