Los administradores de TransicionEstructural no se responsabilizan de las opiniones vertidas por los usuarios del foro. Cada usuario asume la responsabilidad de los comentarios publicados.
0 Usuarios y 3 Visitantes están viendo este tema.
Por qué cada vez menos gente se siente clase trabajadoraSolo un 10,3% de la población se considera clase trabajadora en España, mientras un 58,6% se autopercibe como clase media. ¿Por qué cada vez menos gente siente que pertenece a un grupo social desfavorecido?El estereotipo de la clase obrera es este: los trabajadores saliendo de la fábrica en una película de los hermanos Lumière, los turnos en la cadena de montaje, los currantes de mono azul con la frente empapada en sudor y las manos manchadas de grasa, las vidas familiares y austeras en barrios de extrarradio, la solidaridad sindical, los mineros cortando carreteras. Parece un retrato sacado de un tiempo pretérito. En cierta forma, lo es.El Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) determinó en 2019, basándose en los datos de ocupación de la ciudadanía, que el estatus socioeconómico (no es exactamente lo mismo que la clase social) del 41% de la población era el de obreros, cualificados o no cualificados. Entre los primeros se encuentran, por ejemplo, los carpinteros, los maquinistas, los cocineros o los trabajadores de artes gráficas; entre los segundos, los jornaleros, los peones de la construcción, los reponedores de supermercado o los teleoperadores. Tal vez la épica haya desaparecido, pero los obreros siguen ahí. Y son muchos.Sin embargo, cuando se pregunta a la gente, se hace evidente el cambio mental. Solo un 10,3% de los encuestados se consideran de clase obrera o trabajadora (la encuesta agrupa los dos términos), mientras que un 58,6% se autoperciben como de clase media (alta, media o baja), según el Barómetro del CIS de febrero de 2024. Existe una fuerte divergencia entre los resultados empíricos y la percepción de los hechos. La ciudadanía prefiere no verse como de clase trabajadora, aunque trabaje. Debido a los fuertes cambios económicos y sociales operados en las últimas décadas, la conciencia de clase va menguando, y van surgiendo nuevos perfiles, como el precariado o las infraclases, más apropiados para la coyuntura actual.“Necesitamos entender qué quieren decir las personas cuando no se definen como clase trabajadora. Si eso es visto como vergonzoso o propio de un grupo que no tiene voz política, entonces cada vez menos gente se identificará así”, opina la historiadora británica Selina Todd, autora de El pueblo, auge y declive de la clase obrera (Akal). Es curioso: el presidente Pedro Sánchez apeló en 2022 a la “clase media trabajadora”, causando cierto revuelo terminológico. Hubo quien señaló que su objetivo era hacerle ver a la clase media que también trabaja, una jugada interesante desde un partido cuyo nombre contiene la palabra obrero. Por otro lado, el término proletariado ya solo es utilizado por un 0,1% de los encuestados, como un resto arqueológico de un pasado remoto.En los países occidentales, tras la deslocalización y la desindustrialización, se ha pasado a una economía posfordista: predominan los trabajos líquidos en el sector de la información, la tecnología o los servicios. Trabajos que no duran toda la vida y no otorgan sentido ni identidad. En la fábrica, el roce hacía el cariño (y el sindicato), pero la terciarización, atomización y automatización del trabajo (y el teletrabajo) no colaboran a que la población se autoperciba como de clase trabajadora. Todos somos de clase media. Currantes son los otros.¿Quién es de clase trabajadora?“Yo me preguntaría: ¿tengo que madrugar el lunes para trabajar? ¿Puedo vivir sin trabajar? Si necesito trabajar, si no vivo de rentas y otros beneficios empresariales, es que soy de clase trabajadora”, dice José Saturnino Martínez García, autor de Estructura social y desigualdad en España (Catarata). Los que trabajan en una oficina, en la tecnología, en la cultura, en las llamadas profesiones liberales no suelen considerarse clase trabajadora, mucho menos obrera. Sin embargo, el 77% de los españoles opinan que la explotación laboral es habitual y un 40% está descontento con el salario, según un estudio realizado por la agencia 40dB para este periódico. Curiosamente el 82% está conforme con su trabajo, lo que podría encajar con esa conversión en clase media aspiracional: la tarea nos satisface, aunque las condiciones no sean buenas. Es cuestión de esforzarse, y así triunfar.En la segunda mitad del siglo XX el ascensor social funcionó con brío: las familias invirtieron en vivienda, se alcanzó la seguridad vital y cierta comodidad, los hijos de los obreros pudieron ir a la universidad… dejando de ser obreros. “Después de la II Guerra Mundial, algunos países introdujeron la socialdemocracia, un sólido Estado de bienestar y un empleo casi pleno para ganarse el apoyo de la clase trabajadora. Esto se debió a la presión de los sindicatos y también de personas que habían ascendido en el movimiento obrero para ingresar en la política nacional”, dice Todd. Paradójicamente, en el corazón de las luchas obreras estaba el germen de su declive. Algunas corrientes sociológicas hablan, no sin controversia, de un “aburguesamiento”: los trabajadores mejoraron notablemente su nivel de vida, pero también quisieron alejarse de sus orígenes.“Se creó así cierta distinción: ahora está bien visto venir de la clase obrera, pero no tanto serlo, y estar en tránsito para llegar a la clase alta”, abunda Martínez. No es extraño escuchar a los que alcanzan el éxito presumir de humildes orígenes, aquella infancia grisácea correteando por el barrio de ladrillo visto. Pero se abandonan el imaginario, la conciencia y la tradición reivindicativa, que queda como alimento para nostálgicos con el puño en alto. Y se abre un hueco difícil de llenar en la identidad y base social de la izquierda (un hueco donde trata de medrar la ultraderecha). Una tradición tan significada puede suponer otro motivo por el que ciertos trabajadores no se identifiquen con ese historial de huelgas y sindicatos, sobre todo en tiempos en los que el centro político se ha escorado a la derecha, se sigue agitando el fantasma del comunismo y se promueve el más feroz individualismo. La mayoría prefiere identificarse como clase media aspiracional, inmersa en los algodones de la cultura del ocio y el consumo. Con el debilitamiento de la clase obrera y la difuminación de la clase media, hay quien alerta de una creciente dualización de la sociedad entre los más ricos y las infraclases, como hace el sociólogo José Félix Tezanos, y presidente el CIS, en La sociedad dividida (Malpaso).Lo mencionado, sin embargo, no quiere decir que el mundo del trabajo haya ido a mejor: “Si la clase obrera se aburguesó, la clase media se está proletarizando”, señala Martínez, “y se hacen muchos esfuerzos por hacer pasar la lucha de clases como una lucha generacional, culpando al sistema de pensiones, sin criticar las contradicciones del capitalismo”. Después de la caída de la hegemonía socialdemócrata de posguerra, con la llegada del orden neoliberal, se da la vuelta a la tortilla: las condiciones laborales empeoran, se busca mano de obra en países con menor regulación laboral y medioambiental y, en fin, la parte de la tarta destinada a los que trabajan cada vez es menor. La clase obrera pierde poder político: la afiliación sindical es baja y la abstención electoral suele ser mayor en los barrios de trabajadores. Aumenta la desigualdad.Del proletariado al precariadoCon la disolución del proletariado como clase, llegan nuevas tipologías laborales como el precariado. dice el econom“Se define por el trabajo inestable e inseguro, la falta de narrativa ocupacional o sentido de dirección, la presión constante para hacer una gran cantidad de tareas por las que no es remunerado”,ista Guy Standing, autor de libros como Precariado. Una carta de derechos (Capitán Swing). En las austeras y apretadas filas del precariado se encuentra buena parte de la fauna laboral de nuestra época: riders, kellys, sanitarios, periodistas, vigilantes, camareros, informáticos, trabajadoras domésticas, trabajadores culturales, etcétera.Tal vez su emergencia se refleje en que actualmente más personas se definan como de clase baja o pobre (18% entre ambas, según el CIS) que como clase trabajadora (11%). Es decir, si uno es reponedor, rider o tiene un puesto precario, es probable que diga antes que es pobre a que es trabajador. Este colectivo tiene una particularidad llamativa, que también le diferencia del viejo proletariado: es la primera clase en la historia que está sobreformada; es decir, su nivel medio de estudios es superior al necesario en los trabajos que puede obtener. Y, muy notoriamente, el precariado no tiene control sobre su tiempo, según señala Standing en su último libro, The Politics of Time (La política del tiempo, sin edición en español). Y la vida está hecha de tiempo.El 48% de los asalariados en España tienen trabajos precarios, un 75% en el caso de los más jóvenes, según datos de Comisiones Obreras. Standing distingue ahí tres grupos: los atávicos, aquellos que han caído de familias y comunidades obreras y perciben a sus espaldas un pasado perdido (suelen ser caladero de la extrema derecha populista); los nostálgicos, que han perdido el presente y no se sienten arraigados a ningún lugar (por eso, sienten desafección y no votan), son migrantes y minorías, y los progresistas, que poseen el mayor nivel educativo y lo que han perdido es el futuro: no ven opciones políticas que les ofrezcan un provenir halagüeño. “Creo que los atávicos han llegado a un pico y ahora están menguando, pero sus líderes seguirán ganando elecciones hasta que la izquierda ofrezca políticas progresistas”, dice el economista, pensando en Geert Wilders en Países Bajos, Giorgia Meloni en Italia y, por supuesto, Donald Trump en Estados Unidos.La tecnología tiene una influencia decisiva. En los años noventa coge fuerza el acelerón tecnológico y el trabajo comienza a hacerse cognitivo: se habla entonces del cognitariado. La digitalización rampante provoca deslocalización y precarización, por un lado, e implicación del conocimiento y la innovación, por otro. “La transformación de las últimas décadas es ambigua”, dice por correo electrónico el pensador Franco Bifo Berardi (su último libro es Medio siglo contra el trabajo, publicado por Traficantes de Sueños), “los trabajadores tienen una potencia de transformación importante, pero al mismo tiempo se ha perdido la subjetividad social [la también llamada conciencia de clase] debido al efecto tecnológico”. La precariedad trae una competencia entre los trabajadores que rompe la solidaridad. La deslocalización trae la soledad, la falta de una relación afectiva con el territorio. Y, así, la clase obrera (que para Bifo todavía existe) pierde capacidad de acción política. “El cognitariado, que en décadas pasadas yo creía capaz de actuar en un proceso de recomposición, se ha revelado hasta hoy incapaz de tener autonomía”, dice el italiano. Esa falta de capacidad hace que la protesta ante la injusticia se vehicule muchas veces a través de opciones nacionalistas y de ultraderecha.Paralelamente, el término cuidatoriado ha sido impulsado por la socióloga María Ángeles Durán: designa a ese colectivo de mujeres que, con su trabajo doméstico y de cuidados, no remunerado, ha mantenido la sociedad a flote e incluso, según la teórica Silvia Federici, permitió la acumulación de capital. También el antropólogo David Graeber señaló que la clase trabajadora es ahora la clase cuidadora (caring class).“La clase trabajadora nunca estuvo solo conformada por trabajadores de fábricas; el grupo más grande de trabajadores en Europa hasta la II Guerra Mundial era el de las sirvientas domésticas, la mayoría mujeres, muchas migrantes”, dice Todd. Uno de los grandes problemas a la hora de comprender a la clase obrera, y fuente de debilidad de los sindicatos, ha sido obviar esta composición. Un 54% de las mujeres y un 67% de los migrantes tienen trabajos precarios actualmente, según Comisiones Obreras.El malestar sigue ahíAunque la conciencia de clase está de capa caída, se siguen dando muestras de descontento: las protestas de los agricultores, los chalecos amarillos y otros movimientos que trabajan por el cambio social. A veces las protestas son capitalizadas por la ultraderecha. El malestar está ahí, no se ha disuelto en el aire, y requiere soluciones. “Tanto el mundo como el activismo están cambiando. Necesitamos más medios e investigación sobre iniciativas de base como cooperativas de vivienda, decisiones ambientales y campañas comunitarias para comprender en toda su amplitud lo que la gente quiere y cómo busca conseguirlo”, dice Todd. Son necesarios políticos que presenten alternativas a lo que la historiadora define como “suicidarse para poner pan en la mesa, trabajar todas las horas con la esperanza de que los hijos reciban una educación o morir en la pobreza”.La clase obrera fue en un tiempo el llamado sujeto de emancipación, es decir, el colectivo que iba a cambiar el mundo (para mejor). Durante la segunda mitad del siglo XX, y hasta hoy, esa certeza ha ido mutando, y lo laboral ha perdido protagonismo en el debate social en favor de lo identitario, lo cultural o lo medioambiental, lo que ha generado un notorio cisma en la izquierda. En los últimos tiempos, sin embargo, se han registrado destellos de protagonismo de lo laboral, por ejemplo, en el fenómeno de la Gran Dimisión, en Estados Unidos, y en un renacimiento de las luchas sindicales en sectores tradicionales, como la industria del motor, o inopinados, como las grandes empresas Starbucks o Amazon, de fuerte tradición antisindical. O en la industria de Hollywood. “Lo cierto es que la situación de los trabajadores ha empeorado”, concluye el sociólogo Martínez, “pero la lucha contra esa precariedad está en el corazón de la lucha obrera”.
The Danger of Premature ECB Rate Cuts, AXEL A. WEBER*By embarking on a new cycle of interest-rate cuts now, the European Central Bank appears to be relying too heavily on flawed forecasts and ignoring economic and geopolitical realities. Faced with the risk of either cutting interest rates prematurely or maintaining an overly restrictive monetary policy, the ECB has not chosen wisely.FRANKFURT – With inflation in the eurozone dropping from a peak of 10.6% in October 2022 to 2.6% in May 2024, the European Central Bank is optimistic that inflationary pressures will continue to ease. Its March projections show inflation averaging 2.3% in 2024, before falling to 2% in 2025 and 1.9% in 2026. Thus, the ECB is expected to cut its key policy rate, the deposit facility rate, from 4% to around 3.75% on June 6.Markets foresee this as the first of many cuts that will substantially lower the ECB’s policy rates over the next two years. The signaling effect and the timing of the move are indeed significant, because this marks only the fifth time since the ECB’s inception (26 years ago) that it has initiated a new rate-cut cycle. But while a forward-looking monetary policy is commendable, it faces inherent limitations, particularly given the uncertainty of economic forecasts.After all, predicting inflation beyond a one-year horizon is notoriously difficult, and this uncertainty has only increased in recent years. The ECB’s own failure to address the recent surge of inflation in a timely and effective manner was partly owing to inaccurate forecasts. Model-based forecasts, by design, tend to revert to historical averages in the medium term, and history also suggests that long-term inflation projections often converge to the central bank’s targets. Thus, the ECB’s forecasts showing declining inflation are partly a result of historical bias.Moreover, the lingering effects of pandemic-related measures (such as inflated central-bank balance sheets and higher fiscal deficits), coupled with economic sanctions on Russia, are also challenging to model and predict. Equally, additional geopolitical risks – including the Middle East conflict and escalating tensions between the United States and China – further complicate the inflation outlook, with most inflation risks tilting to the upside.Structural changes also point toward higher inflation. Obvious sources of inflationary pressure include tight labor markets (driven by aging populations); extensive investments in the energy transition, energy security, and defense; deglobalization; and the eventual costs of rebuilding Ukraine.Currently, the annual inflation rate in the eurozone remains above 2%, and recent trends are worrisome. Looking at consumer price levels (instead of growth rates) shows that, after a slight decline in late 2023, consumer prices have accelerated in 2024, rising at an annualized pace of 3.1% so far this year (measured by the seasonally adjusted Harmonized Index of Consumer Prices).With consumer inflation above 2% and accelerating, historically low unemployment, and rapid wage growth (negotiated wages increased by 4.7% year on year in the first quarter), initiating a rate-cut cycle now could lead to another serious policy misstep. The ECB already erred previously, in 2021-22, when it based its monetary policy on faulty forecasts, and it now seems poised to repeat the mistake. Relying on undependable forecasts and ignoring current economic realities is not a forward-looking policy; it is a hope-based one.Forecast uncertainty presents significant challenges for all central banks, since successful policymaking requires reasonably accurate foresight. As the reliability of forecasting wanes, effective risk-management becomes crucial. Under conditions characterized by a high degree of uncertainty, monetary policy must avoid significant errors, above all.The ECB could make either of two potential mistakes: an overly restrictive policy or a premature easing. An overly restrictive policy could cause a recession and deflation, potentially threatening the stability of financial markets or real-estate prices. While undesirable, this scenario does not pose an existential threat to the eurozone. The ECB has ample leeway, tools, and experience to combat deflation if necessary.Conversely, premature easing could reignite inflation, forcing the ECB to reverse its initial cuts and to hike rates to higher levels than today. This scenario really could threaten the eurozone’s stability, as highly indebted member states might face unsustainable debt dynamics, with bond markets questioning their ability to repay. Central banks would then come under more pressure from governments, leading to fiscal dominance. If they are reluctant to do what is necessary, inflation could become persistent.Persistent inflation, generated by an overly expansionary policy, is clearly the more perilous scenario. Yet this is precisely the risk that the ECB will be taking by launching a new rate-cutting cycle now. A premature shift to easing could undermine its credibility and heighten future inflation risks. By overlooking the asymmetry of risks, the ECB is exhibiting poor risk management. Central banks should not allow market pressures to dictate their policies. Premature easing is a dangerous gamble.
Saludos ciberfamiliaSabemos que de la reunión de pastores ?Algún infiltrado del foro que nos pueda avanzar algo con la discreción que requiere la ocasión ?https://www.google.com/amp/s/www.eldiario.es/economia/hermetismo-absoluto-cumbre-bilderberg-acoge-madrid-participacion-albares-cuerpo_1_11408226.amp.html
¿Merecen la pena? Esa es la gran pregunta y no hay mucha gente que la haya probado. Bo Corley un conocido chef e influencier sí que lo ha hecho y sostiene que, aunque está muy buena, no vale 400 dólares. Según su criterio, la piña genera un efecto wow: el color del producto es muy llamativo y el sabor está muy conseguido. Pero es solo una piña.
Time to tighten financial seatbelts?Interest rate hikes as a guideIn the run-up to the Great Financial Crisis I repeatedly warned that high real central bank rates of interest were like ‘a dagger aimed at a bubble of debt’. As I wrote on the Open Democracy site in 2003 in a piece titled The Coming First World Debt Crisis:CitarWhen interest rates begin to rise again, when debt costs soar both for corporates and households, when defaults and bankruptcies increase more rapidly than now, then the tipping point will be reached.The point about the impact of higher interest rates is well illustrated by the above FT chart published after the GFC.The Federal Reserve and the Bank of England began hiking rates in 2004. Alan (‘the Maestro’) Greenspan and the Federal Open Market Committee hiked aggressively each quarter. They did so until the dagger burst the bubble of debt in August 2007.I was reminded of their decisions by a chart posted by the Bank of England this last week. The Bank, led by an overtly political governor, Andrew Bailey, began hiking in February, 2022 and since then Monetary Policy Committee members have hiked higher and faster than the Federal Reserve between 2004-2007.Now we know that levels of public and private debt as a share of global income (GDP) were high in 2007 when the Great Financial Crisis broke. Back then, public debt was 61% of global GDP; private debt was 134 % of GDP; and the total of both public and private debt was 193% of GDP.We also know that debt is global. High UK rates impact debtors from afar. Many US and Australian-based so-called ‘Private Equity’ firms have, since the GFC, dumped large amounts of debt on UK companies, including Thames Water, ASDA, Morrisons, the AA and Liverpool football club.It took just four years for the dagger of high real rates of interest to burst the 2007 debt bubble.Since then, and going into the pandemic, volumes of both public and private debt have expanded according to the IMF.Today, global private and public debt is near 250% of global income.The Bank of England began the latest round of interest rate hikes in December, 2021. Subsequent hikes have been more rapid and more brutal than the Fed’s hikes over three years to 2007.December, 2024 will mark three years since the Bank of England began raising rates.Who knows what will happen then?Given recent history, it might be wise to tighten your financial seatbelts.
When interest rates begin to rise again, when debt costs soar both for corporates and households, when defaults and bankruptcies increase more rapidly than now, then the tipping point will be reached.
No PanaceaHappy Monday morning!Housing affordability, or lack thereof, is all the rage these days. Politicians from every colour of the political rainbow are rallying around restoring some semblance of price stability, or so they say.They’ve been working hard lately, through mass rezoning, tax breaks on new rental construction, and even housing catalogues. In fact, billions of dollars are being thrown at the problem.How will we know if any of it worked? For most people they’d tell you housing affordability will have been achieved when prices are lower.However, in a recent podcast interview with The Globe & Mail, Trudeau said the quiet part out loud.For affordability to improve, do home prices have to come down?“No. I think housing prices and houses will always be valuable in this country,” but “anyone who hopes for housing prices to remain on the kind of trajectory they’ve been on over the past decade or two should maybe think about what kind of society or world they want to live in.”On the other hand, “housing needs to retain its value,” because “it’s a huge part of people’s potential for retirement and future and nest egg.”In other words, everyone wants affordable housing but nobody wants their house to become affordable.Trudeau just reiterated what we already knew. Housing is politically backstopped, and we must not jeopardize the 30 year bull market. After all, the tax free primary residence has become the defacto retirement plan for most boomers.Inflating home prices have also been a boon for government coffers. The tax revenues derived from housing via capital gains taxes, property transfer taxes, development fees and property taxes are what underpin the entire system.Trudeau’s freudian slip was an admission of what we already knew, maintaining home prices is a matter of national security.So how else do we achieve housing affordability? We are told we can build our way out, yet housing starts are crashing as we speak, despite billions being thrown at municipalities to unlock zoning.Over in the orange corner, Jagmeet says we should build affordable housing on all federally owned land. However, an analysis from the Globe & Mail this week highlights the grim reality.Using the government’s federal registry of properties, The Globe identified federally-owned land that is at least half an acre in size, sitting vacant or occupied by a building not more than two storeys, and located in municipalities with at least 10,000 people.After a months-long analysis, The Globe found 613 pieces of lazy land in cities and towns across the country – a collection of federal real estate large enough to create about 288,000 new housing units.In other words, if we took all the under utilized federally owned land and redeveloped it for affordable housing we would create 288,000 new housing units which is the equivalent to just over a years worth of completions in any given year.So now what?If we could get incomes to rise faster than house prices, over a long enough period of time, housing could slowly get more affordable. But that is no quick fix, and everyone is looking for quick fixes.The fact that real GDP per capita has now been declining for seven consecutive quarters isn’t helping that idea either. According to RBC we are now marred in what appears to be a lost decade.People don’t like to hear this but there really is no panacea for housing in this country. This is just the uncomfortable truth.Housing affordability will ultimately be achieved through some form of an exogenous shock outside of the governments control, creating a temporary over supply of housing and lower prices. Kind of like what we’re experiencing now with an inflationary shock that ripped interest rates higher and will probably keep them there for the foreseeable future, regardless of what the BoC does this week.