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CitarGlovo acaba con su modelo de falsos autónomos. Solo han hecho falta 205 millones de euros en multas y que su fundador vaya a juicio La empresa ha comunicado que "cambiará por completo" su modelo de negocio El comunicado viene un día antes de la citación a juicio de su fundador, Oscar Pierrehttps://www.genbeta.com/actualidad/glovo-acaba-su-modelo-falsos-autonomos-solo-han-hecho-falta-205-millones-euros-multas-que-su-fundador-vaya-a-juicio
Glovo acaba con su modelo de falsos autónomos. Solo han hecho falta 205 millones de euros en multas y que su fundador vaya a juicio La empresa ha comunicado que "cambiará por completo" su modelo de negocio El comunicado viene un día antes de la citación a juicio de su fundador, Oscar Pierrehttps://www.genbeta.com/actualidad/glovo-acaba-su-modelo-falsos-autonomos-solo-han-hecho-falta-205-millones-euros-multas-que-su-fundador-vaya-a-juicio
El presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, ha definido como "enormemente satisfactorio" el modelo de financiación autonómica acordado el pasado fin de semana en el Congreso Federal del PSOE por dos cuestiones que considera fundamentales: apuntala, en su opinion, el concepto de igualdad, y descarta "con claridad" el principio de "ordinalidad" que hubiera favorecido a la financiación de Cataluña.
El líder del Partido Popular de Castilla-La Mancha, Paco Núñez, ha asegurado, por el contrario, que Page "ha hecho el ridículo" en el Congreso Federal del PSOE al "asumir en su ponencia sobre financiación autonómica la bilateralidad que defiende Pedro Sánchez", una opinión totalmente contraria a la del PSOE regional."Page y los socialistas de Castilla-La Mancha han hecho el ridículo con ese documento de financiación, vendiendo como un logro que habían conseguido incluir la multilateralidad en la negociación del nuevo sistema de financiación", ha asegurado desde Valladolid, a donde ha asistido a la XXVII Intermunicipal del Partido Popular.
El cónclave ugetista acogió a numerosos representantes institucionales, políticos y empresariales. Entre ellos, el presidente del Gobierno, la vicepresidenta segunda o el líder de la patronal española. En estos encuentros, los invitados, cuando intervienen, suelen enarbolar un discurso en positivo, con parabienes para los anfitriones y dejando a un lado los conflictos en curso.Un pacto no escrito que Yolanda Díaz decidió romper con una dura intervención en la que interpeló directamente a la patronal y al PP —Alberto Núñez Feijóo también se encontraba en el congreso— a razón de la reducción de la jornada laboral.
la verdad es que la producción rusa depende de la Europea. Toda la maquinaría de precisión que precisan los adelantos rusos depende de industrias, pequeñas en su tamaño, pero altamente especializadas que fabrican la maquina herramienta que permite a quién tiene el presupuesto hacer cosas. Y esas industrias están en Chequia, Alemania, el norte de Italia, Japón, Korea, etc...https://x.com/kamilkazani/status/1859734572612845684
Cita de: sargento.algodon en Diciembre 02, 2024, 17:54:36 pmla verdad es que la producción rusa depende de la Europea. Toda la maquinaría de precisión que precisan los adelantos rusos depende de industrias, pequeñas en su tamaño, pero altamente especializadas que fabrican la maquina herramienta que permite a quién tiene el presupuesto hacer cosas. Y esas industrias están en Chequia, Alemania, el norte de Italia, Japón, Korea, etc...https://x.com/kamilkazani/status/1859734572612845684No.Rusia es junto a China el único país "no occidental" (Rusia es occidente) capaz de hacer litografía ultravioleta EUV.Con ella hacen sus propios microbolómetros para montar en sus propios satélites y controlar sus propias naves Soyuz. Flaco favor nos hacemos si nos autoengañamos diciendo que necesitan torneros checos y chips de lavadoras, cosa que pensaba ya había caído por su propio peso a pesar de las mentiras infantiles de la Comisión.Otra cosa es que exporten, cosa que evidentemente no hacen y por eso parece que no lo tienen, pero como se ha dicho, en una economia planificada no existe el concepto de precio tal cual lo conocemos los perdedores de la SGM.
Prólogo para In Defense of HousingJaime Palomera ZaidelPocas épocas han conocido una crisis de la vivienda como la actual. Apenas han pasado unos años desde el estallido hipotecario que hundió a millones de hogares, y una nueva ola de especulación inmobiliaria se cierne sobre el planeta. Solo hace falta echar un vistazo al Estado español para entender la profundidad del problema: 700.000 desahucios después, supimos que el gobierno no solo había rescatado a la banca, sino que también había legislado a su medida para cocinar la siguiente burbuja. En 2012, cuando ya era obvio que había mucha más gente viviendo de alquiler, el ejecutivo de Rajoy empezó a convertirlo en un negocio financiero de primera magnitud. En nombre de un mayor “dinamismo” del mercado, desprotegió a los hogares, facilitó los desahucios y dio privilegios fiscales a los fondos de inversión más poderosos.Resultado: hoy los alquileres se comen más sueldo que nunca. Los escasos ingresos se esfuman y las expulsiones se disparan casi al mismo ritmo que los beneficios inmobiliarios. Salta a la vista que la “recuperación económica” de la que nos hablan ha consistido, simple y llanamente, en la recuperación de unos pocos a costa de muchos. De hecho, la vivienda se ha convertido en el mejor indicador de la tendencia creciente de las élites a vivir de rentas: la apropiación de dinero sin que medie ningún tipo de innovación o producción. Sin crear valor alguno. El capitalismo ha mutado hasta el punto de que el hogar resulta tan crucial para la extracción de riqueza como la esfera laboral. Lo que no te quitan en la empresa o en la fábrica, te lo arrebatan en el intento de proveerte de lo más fundamental para la vida, como techo, agua o luz.Por otro lado, si algo demuestra esta crisis de la vivienda es el fracaso de los diagnósticos y políticas neoliberales de los últimos 40 años. Un desastre sin paliativos que debería sonrojar a quienes aún insisten en que la única manera de garantizar el acceso a la vivienda consiste en dejarla “en manos del mercado”. Según esta receta inspirada en la escuela neoclásica, dejar que la oferta aumente sin límite debería hacer que el precio de la vivienda baje. Sucede que los sistemas de vivienda no funcionan como un mercado de competencia perfecta, en el que oferta y demanda se equilibran entre ellas, fijando el precio y sin que influyan otras variables. Esa ficción teórica solo aparece en los libros de texto de las facultades de economía, sin pruebas de que haya sucedido alguna vez en el mundo real. Quienes la repiten como loros son incapaces de explicar por qué los precios de compra se dispararon como nunca entre 1997 y 2007, cuando se construía el doble de viviendas que hogares se creaban. O por qué el precio del alquiler se desplomó entre 2008 y 2013 cuando la demanda crecía mucho más rápido que la oferta. Nada representa mejor el fracaso del pensamiento económico dominante que los paisajes devastados en la que ha sido su cuna: Estados Unidos. El sistema de vivienda americano está roto. Si hace diez años fue el epicentro de la gran catástrofe hipotecaria, hoy los hogares ya destinan más dinero a pagar rentas inmobiliarias que nunca en la historia del país. Mientras tanto, el número de desahucios y de personas sin hogar sigue por las nubes. Tal vez por eso no sorprende que algunas de las críticas más interesantes estén llegando de la mano de autores americanos, como David Madden y Peter Marcuse. El principal mérito de este libro consiste precisamente en desmontar los mitos que el pensamiento próximo al poder económico y político ha logrado popularizar en las últimas décadas. Se trata de un viaje imprescindible a las verdaderas raíces de la crisis, que demuestra que la vivienda es, antes que nada, un campo de batalla político. Lo que sucede con nuestros hogares no lo deciden fuerzas de mercado ajenas a nuestra voluntad, como si de un fenómeno meteorológico se tratase. En última instancia, que podamos acceder a una vivienda digna, estable y asequible no depende de lo que digan las noticias de los portales inmobiliarios, de si “bajan o suban los precios”. Dependerá del sistema de vivienda que decidamos construir colectivamente, al igual que en su día hicimos con la sanidad y la educación. A continuación, exploro algunas de las ideas que Madden y Marcuse abordan a lo largo del libro, situándolas cuando resulte posible en el contexto del Estado español. Vivienda, Estado y capitalismo globalQuienes fían todos sus argumentos a la fábula de la oferta y la demanda que se equilibran entre ellas suelen olvidar que ambas variables están profundamente moldeadas por el Estado. La administración pública regula todos y cada uno de los aspectos cruciales que afectan a la vivienda: los usos del suelo, los regímenes de propiedad privada, la construcción, los contratos de alquiler, el sistema hipotecario, la política de desahucios y realojos, la distribución de los recursos mediante la fiscalidad, y la articulación entre la vivienda y el sistema financiero. En definitiva, el Estado no es un agente externo, que “interviene” desde fuera, sino parte constitutiva del mercado. Construye las reglas del juego, de principio a fin. Como escribió Bourdieu hace años, probablemente no hay mercado que esté más construido por lo público que el de la vivienda, y en el que el mito de una competencia perfecta, autorregulada, se haga más patente. En realidad, la falacia de la “no intervención gubernamental” ha consistido en una trampa retórica para encubrir la reconstrucción de los mercados en pro de una mayor acumulación de beneficio privado. Desde los años 80 asistimos a una intensa transformación de la vivienda, que Madden y Marcuse llaman híper-mercantilización. En muchos países, los parques de vivienda pública han sido parcialmente privatizados y han terminado en manos de élites cercanas al poder político. En no pocas ciudades, los sistemas de regulación de los precios de alquiler han sido gradualmente erosionados, dando carta blanca a la industria inmobiliaria para comprar viviendas reguladas, expulsar a los inquilinos y triplicar su precio. En medio mundo, los gobiernos han transformado los sistemas hipotecarios para promover el acceso a la propiedad a través de niveles de endeudamiento sin precedentes. Pero el aspecto de mayor impacto cualitativo en esta mercantilización ha sido la transformación de la vivienda en un activo líquido para el sistema financiero. Esto ha comportado una desconexión sin precedentes del aspecto económico de la vivienda (como producto inmobiliario que genera beneficios) respecto del social (como techo ubicado en un barrio y una ciudad, susceptible de convertirse en hogar). La punta de lanza de este cambio son los fondos de inversión privada, que están alterando por completo los sistemas de vivienda de las grandes ciudades. Al comprar la vivienda a precios totalmente desconectados de los salarios locales, a menudo en operaciones altamente especulativas, alejan el mercado inmobiliario de las necesidades vecinales. El paradigma de este tipo de inversión son las SOCIMIs, sociedades de inversión que adquieren miles de viviendas no para la gente que vive en ellas, sino para que inversores a distancia puedan lucrarse, invirtiendo en ellas a corto plazo y extrayendo rentabilidades que provienen del bolsillo de hogares inquilinos. Este asalto de las finanzas a los sistemas de vivienda opera como punta de lanza en las actuales burbujas del alquiler, caracterizadas por un aumento de precio desproporcionado respecto a los salarios de la gente. Al controlar enormes paquetes de vivienda, gigantes como Blackstone (que posee unos 88.700 millones en activos inmobiliarios en el mundo) tienen la capacidad de empujar el mercado al alza, rompiendo el techo existente, marcando nuevos precios de referencia y motivando un efecto arrastre entre propietarios más pequeños.Resulta fundamental comprender que la ingeniería jurídica tras esta transformación al servicio de las necesidades de las finanzas privadas ha sido diseñada, de nuevo, por los gobiernos. En el Estado español, las socimis pueden operar desde 2009, cuando el gobierno del PSOE estableció el marco legal para su existencia. Sin embargo, fueron las reformas del ejecutivo de Rajoy las que dieron luz verde al boom de este tipo de instrumento financiero. En 2012, creó un régimen fiscal especial, según el cual las sociedades de inversión dejaban de pagar impuesto de sociedades y se beneficiaban de otros regalos fiscales. Y en 2013 cambió la ley de arrendamientos y redujo los contratos de alquiler a 3 años, haciéndolos coincidir con el período mínimo obligatorio durante el cual una sociedad debe tener una vivienda arrendada. En otras palabras, generó pérdidas al erario y precarizó las condiciones de vida de los inquilinos con tal de supeditarlo todo a los intereses de negocio de los accionistas. Hoy son ya 60 las socimis que cotizan en bolsa. El crecimiento de estos fondos oportunistas, recibidos con alfombra roja, expresa un cambio importante: para el capitalismo y el Estado, la vivienda constituye hoy una fuente de acumulación financiera de primer orden. En ese mismo sentido, ya no tiene sentido tratarla como un mero espacio de consumo, secundaria en relación a la explotación que sucede en la esfera laboral. La vivienda constituye un espacio de producción y reproducción social centrales para el sistema económico. Vivienda y gobierno socialDadas las circunstancias, ¿se puede hablar de una “política de vivienda” cuando nos referimos al papel de los gobiernos? Para Madden y Marcuse no es posible, porque constituye un velo ideológico. Presupone que hay un Estado intrínsecamente benevolente que aspira a solucionar la crisis de la vivienda. Pero la experiencia histórica revela que los gobiernos no han trabajado para garantizar el acceso universal a una vivienda digna, sino para mantener el orden económico y político.Es decir, más allá de su papel para garantizar que sea una fuente de beneficio privado, los Estados tienden a utilizar la vivienda para preservar la estabilidad política del sistema. El statu quo. En general, la mayoría de las medidas orientadas a desmercantilizar la vivienda, como la construcción de vivienda pública o la regulación del precio del alquiler, han tenido que ver antes con la preservación de las élites (frente a la amenaza de posibles rebeliones) que con consideraciones de tipo filantrópico. En ese sentido, el proyecto de gobierno social por excelencia es el de la vivienda en propiedad. Que las élites políticas de casi todo el mundo se empeñen desde hace décadas en privilegiar económica y políticamente la vivienda en propiedad, de priorizarla como única forma de acceso, no responde a criterios técnicos. Tampoco que simultáneamente se hayan dedicado a estigmatizar el alquiler, convirtiéndolo en una forma de tenencia volátil e insegura. Y aún menos que hayan fabricado mitos nacionales, como el de que la propiedad es la base moral de la familia, o de la seguridad ontológica. Es una decisión política, consistente en alinear los intereses de las élites con las clases medias, y orientada a proteger el sistema de políticas más justas o redistributivas. Planteamiento básico: una clase trabajadora con una pequeña participación en el sistema, propietaria de una minúscula parte del pastel, será mucho menos proclive a rebelarse y asaltar la parte grande del pastel. Al fin y al cabo, el proyecto de la vivienda en propiedad es tan viejo como las ciudades contemporáneas, que emergen con la industrialización. Ya en la segunda mitad del siglo XIX la burguesía reformista lo plantea como forma de domesticar a las “clases peligrosas”: el nuevo proletariado urbano que, ante la falta de alternativa, se veía obligado a vivir en barrios de chabolas. Sin embargo, tuvieron que pasar casi 100 años hasta que algunos Estados consiguieron extender la vivienda en propiedad (mediante todo tipo de subsidios públicos) a amplias capas de la población obrera. El Franquismo, en ese terreno, es pionero. Hay pocos proyectos de propietarización tan exitosos como el iniciado a final de los años 50, y prolongado por los gobiernos del PSOE y del PP hasta la crisis de 2008. En definitiva, la extensión de la vivienda en propiedad tiene un objetivo político más allá de garantizar enormes tasas de beneficio para los sectores inmobiliario y financiero. Un trabajador que tiene que devolver un préstamo hipotecario tenderá a ser menos propenso a las huelgas. Además, el acceso a la propiedad permite individualizar los problemas de distribución de la vivienda y los recursos, que son básicamente colectivos. También tiene efectos perversos, como que los pequeños propietarios tenderán a compartir con las élites el interés de que se mantengan los precios altos para que su patrimonio no pierda valor. O que apoyen políticas regresivas, como la eliminación del impuesto de sucesiones que proponen los partidos próximos a la minoría de ricos a las que realmente beneficiaría.Alienación residencialNo obstante, la crisis hipotecaria que estalló en 2008 puso de manifiesto que la vivienda en propiedad está lejos de ser una solución. Garantiza beneficios para las élites y mayor estabilidad para determinadas clases medias, pero a costa de enormes dosis de deuda, inseguridad y opresión política para millones. Por mucho humo que nos vendan, los datos revelan que los países con mayores tasas propiedad tienden a tener sistemas de vivienda más inhumanos y destructivos. Sin embargo, aquellos con sistemas de alquiler regulado y altas tasas de vivienda pública tienden a garantizar el derecho a la vivienda. Además, fomentan barrios y ciudades más habitables.El fracaso del modelo basado en la vivienda en propiedad y la híper-mercantilización ha disparado la alienación residencial. Con este concepto, Madden y Marcuse se refieren a todo aquello que sucede cuando un bien esencial para el desarrollo de nuestras vidas (la construcción de un hogar, de un sentido del lugar en el mundo y la base emocional que nos permite sentirnos bien en nuestro entorno) es sujeto a explotación y control por terceros actores. Que la vivienda se haya convertido en fuente de especulación tiene un impacto enorme en muchas esferas de la vida más allá del techo. Para una parte cada vez más grande de la población, la vivienda es una fuente de inseguridad con múltiples rostros: vivir bajo la amenaza de desahucio y con el miedo a tener que mudar a los hijos de escuela a medio curso; tener que aceptar empleos que en otras circunstancias no aceptaríamos; mantener relaciones íntimas con personas a las que ya no se ama o en entornos abusivos; tener que realizar desplazamientos muy largos a centros de trabajo lejanos; sufrir angustia con graves repercusiones para la salud (en España los suicidios, a menudo vinculados al desempleo o al desahucio, se han disparado en la última década y ya son la primera causa de muerte no natural). La lista es larga. Por otra parte, la realidad de las personas sin hogar se ha convertido ya en una epidemia que afecta a familias enteras. El problema del sinhogarismo es consustancial al actual sistema de vivienda, no algo excepcional que se produce en sus márgenes. Lo mismo sucede con el crecimiento inusitado de los rearriendos, de las familias en pensiones temporales, las ocupaciones y otras formas de acceso informal y precario a la vivienda. Vivienda y poder colectivoAhora bien, la alienación y la opresión residencial no son fenómenos irremediables. Simplemente nos recuerdan que el mercado no es el resultado de la interacción matemática entre oferta y demanda, sino un campo de poder: de correlación de fuerzas entre propietarios e inquilinos, entre industria inmobiliaria y barrios. Y que en la actualidad hay una profunda desigualdad entre quienes ven la vivienda principalmente como un hogar y quienes la tratan como una fuente de beneficios económicos. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Tal y como indican Madden y Marcuse, un análisis del sistema de vivienda resultará siempre insuficiente a menos que explore cuál ha sido el poder colectivo de los vecinos en cada fase histórica. A grandes rasgos, el libro plantea dos grandes ciclos del movimiento por la vivienda. Una fase a la ofensiva (desde finales del siglo XIX hasta los años 70) y una fase a la defensiva (desde los años 70 hasta hoy). Ciertamente, la etapa de hegemonía neoliberal y de ofensiva del capital inmobiliario y financiero no se explica si no es por un tipo de movilización que denuncia los síntomas y efectos de la mercantilización (la elitización, la vivienda de lujo, la exclusión residencial) pero es incapaz de proponer cambios en el sistema. En el caso del Estado español, la vivienda es seguramente la única cruz del movimiento obrero y urbano que cristalizó durante los años de la Transición. Como es sabido, las asociaciones vecinales promovieron la construcción de la ciudad desde abajo, con los planes urbanísticos populares como máximo exponente de democracia radical y de redistribución. También exigieron al Estado que hiciera pisos aptos para el bolsillo de la gente común. Sin embargo, el período está marcado por la ausencia de propuestas y de alternativas para cambiar un sistema de vivienda que ya entonces entronizaba la propiedad y la hipoteca como única fórmula socialmente aceptable. Tal vez eso explique la absoluta falta de crítica al modelo de la vivienda en propiedad desde los 60, la falta de organización inquilina o la falta de exigencia de regulación de los alquileres. En ese sentido, lo más interesante del repaso histórico que hacen Madden y Marcuse es la fase comprendida entre finales de siglo XIX y los años 70 en la ciudad de Nueva York. Un ciclo largo donde diversas olas de organizaciones inquilinas y vecinales trataron de cambiar el sistema de vivienda a través de la acción social y política. Los logros de esa época son tales que ni siquiera 40 años de ataque neoliberal han sido capaces de desmantelarlos totalmente. Actualmente, aún hay un 50% de viviendas en alquiler de Nueva York cuyos precios están regulados. No es casualidad: el control de los precios del alquiler en nombre de la justicia y el bien común es la demanda más consistente del movimiento por la vivienda en el siglo XX.En mucho sentidos, el repertorio de aquellos movimientos es relativamente similar a los actuales: desde acciones anti-desahucio y campañas de desprestigio contra propietarios abusivos, hasta litigios estratégicos y huelgas de alquileres por bloques. Luchas que fueron parcialmente exitosas porque iban más allá de la lucha por unos alquileres más asequibles y estables, y estaban vinculadas a la búsqueda de la vivienda como espacio de autonomía y emancipación, y a otras formas de liberación (laboral, étnica, racial, sexual). Sin duda alguna, el movimiento por la vivienda ha sido más poderoso cuando se ha aliado con otros, como Black Power, el movimiento por los derechos civiles, o sindicatos laborales. Salvando mucho las distancias, parecería que en los últimos años hemos entrado en una fase con ingredientes que recuerdan a los de las organizaciones más virtuosas descritas por Madden y Marcuse. En los últimos 10 años, la acción social y política en defensa de la vivienda en el Estado español se ha destacado por llevar la iniciativa, a pesar del ataque sostenido de las finanzas y del Estado: desde innumerables acciones para paralizar desahucios hasta ocupaciones de bloques, pasando por negociaciones colectivas, con tal de garantizar de facto el acceso a la vivienda. Las campañas e iniciativas para producir cambios estructurales en el sistema de vivienda han sido constantes: transformación el sistema hipotecario, fin de los desahucios sin realojo, regulación de los precios del alquiler, eliminación de los privilegios fiscales, movilización de la vivienda vacía, y un largo etcétera. Al igual que sucedió en las épocas de mayor éxito del movimiento americano, en el Estado español las movilizaciones son mucho más virtuosas cuando forjan alianzas con otros actores. Por poner un ejemplo: la lucha de la PAH nunca hubiera tenido la misma repercusión sin los lazos que tejió con la miríada de movimientos que crecieron al calor del 15M. Aún así, queda mucho por hacer. Tras años de movilización y una crisis inmobiliaria que estuvo a punto de hundir el capitalismo global, el Estado sigue operando como un engranaje más de la industria inmobiliaria y financiera. En lugar de rescatar a las familias, salvó a la banca y puso las bases para la siguiente fase de especulación, que ahora se concentra en el terreno del alquiler y vuelve a asomarse, de nuevo, por el pantano de las hipotecas. Mientras, el problema de la vivienda ya no afecta solo a los más vulnerables sino a una creciente mayoría social. Asfixiada por unos alquileres abusivos, sin la posibilidad de acceder a una vivienda pública o a una hipoteca, a mucha gente no le queda otra alternativa que buscar apoyo mutuo y organizarse. Nos hallamos en una encrucijada histórica, que no admite medias tintas: defender la vivienda de quienes solo quieren lucrarse de ella se ha convertido en un deber colectivo. Dependen de ello nuestro futuro y el de las generaciones venideras.
Eso no quita que Krämer se 'moje' y recomiende coger ingredientes de la receta Milei ni más ni menos que para Alemania: "Su mensaje también es relevante para nosotros. A diferencia de Argentina, Alemania es rica y está integrada en la división internacional del trabajo. Pero también aquí el gobierno interfiere cada vez más en la vida económica y contribuye a que el PIB alemán esté estancado desde 2019. También deberíamos volver a un orden económico liberal para que la economía alemana vuelva a crecer como es debido".