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Analía Plaza: “Los ‘boomers’ han vivido mejor que sus padres y están viviendo mejor que sus hijos”La periodista publica ‘La vida cañón’, un ensayo que disecciona a la generación nacida en los 60 y cómo influye en el turismo, la vivienda o la situación de los milenialesMiguel Ángel Medina · 2025.09.17Analía Plaza, el pasado lunes frente al Florida Park, en el Retiro de Madrid.Álvaro GarcíaLos boomers, esa generación nacida durante el baby boom de finales de los 50 y los 60, tienen varios mitos compartidos: se esforzaron mucho para comprarse un piso, dieron sus hijos la mejor educación, algunos dicen que corrieron delante de los grises. En cambio, les cuesta más reconocer que en su época era más sencillo comprar una casa y que se beneficiaron de trabajos para toda la vida que ahora son casi unicornios. Así lo ve la periodista Analía Plaza (Madrid, 36 años), que publica La vida cañón (Temas de hoy), un ensayo que disecciona a la parte del colectivo que ha superado los 55 años [nacidos de 1957 a 1970] y cómo influye en el turismo, las pensiones, la vivienda o la situación de los mileniales.Pregunta. ¿Cómo son los boomers?Respuesta. Nacieron en la época del baby boom, normalmente vienen de familias numerosas, empezaron a trabajar muy jovencitos. Es una generación que considera que ha trabajado mucho, y es cierto, y la primera que creció con el primer Estado del bienestar español, y que accedió a la universidad. Se pudieron comprar viviendas en propiedad porque las condiciones lo permitían y eso les hizo empezar a tener hijos; fueron a por la parejita. Te dirán que se han sacrificado mucho para criar a sus hijos. Y ahora que muchos se han jubilado están viviendo la vida cañón, porque se han consolidado como el grupo por edad con mayor riqueza del país, y quieren disfrutar. Y tienen sus mitos: nos hemos sacrificado, hemos luchado mucho, y las siguientes generaciones os ahogáis en un vaso de agua.P. ¿Su vida ha sido más fácil o más difícil que la nuestra?R. Depende. En términos materiales sí que ha sido más fácil, y eso se ve muy bien en los datos de riqueza actuales. El Banco de España sacó en 2024 la Encuesta Financiera de las Familias que muestra cómo ha evolucionado la riqueza por grupos de edad desde 2002. Un boomer nacido en 1962-64, a sus 40 años tenía de media un patrimonio cercano a los 225.000 euros, mientras que alguien nacido en 1980-82 tiene algo más de 50.000, y los de 1992-94 [que no han llegado a esa edad], cercano a cero euros. Materialmente, su vida ha sido más fácil, aunque muchos empezaron a trabajar a los 14 años, y eso es peor. Ahora los permisos de paternidad y maternidad están equiparados, y eso es mejor. Y a la universidad solo fueron algunos, nosotros hemos ido mucho más.P. La gran diferencia es el acceso a la vivienda. ¿Por qué lo tuvieron tan fácil?R. Hasta 1995 los precios eran más o menos razonables. El esfuerzo que da el Banco de España hasta 1993 era de 3,8 años de salario bruto para comprar un piso, y ahora está en prácticamente el doble, 7,5 años. Los tipos de interés eran más altos, pero los precios eran mucho más bajos. También había más vivienda protegida a la que se podía acceder, que luego se desprotegió y ha habido mucha gente que ha hecho pasta con ellas. Y luego en la burbuja había mucho más acceso al crédito. Desde 2008 no dan más del 80% y con los altísimos alquileres es difícil ahorrar para una entrada.P. La mayoría creen que se esforzaron mucho y los demás lo hacemos muy poco. ¿Por qué?R. Cuando la universidad se hizo accesible a todas las clases, creó la idea de meritocracia, que si tú estudias puedes llegar donde quieras. Pero cuando los hijos salen en 2008 al mercado laboral, se ha roto todo. Y pese a que han estudiado, no tienen un buen trabajo. Yo creo que eso les peta la cabeza, porque no son muy conscientes de que el mundo ha cambiado mucho.P. ¿Los boomers son la primera generación de España que viven mejor que sus hijos?R. A nivel material, sí. Han vivido mejor que sus padres y están viviendo mejor que sus hijos. Sus padres vivieron en posguerra.P. Y qué decir de aquellos trabajos para toda la vida.R. Hay una trayectoria habitual de gente que empezó a los 14 años trabajando de botones en un banco y se prejubiló a los 55 en una categoría muy superior. Cuando hablamos de pensiones, ahora mismo el debate está en que no hay dinero suficiente para pagarlas. El mercado laboral para el que se creó el sistema de pensiones ya no existe.P. Mientras viva esta generación, ¿se puede actuar sobre el mercado de la vivienda?R. No. En España, por los boomers, la tasa de propiedad está en un 72%, aunque en los menores de 35 está por los suelos. ¿Cómo vas a actuar tú sobre el activo en el que la mayoría de los hogares tienen depositado todo su patrimonio? Y luego está el acceso al alquiler: si la mayoría del mercado del alquiler está en manos de pequeños propietarios, ¿cómo le vas a tocar eso? Aunque solo el 10% de hogares reciban rentas de alquiler, el hecho de que haya tantos propietarios hace que la gente empatice con los caseros.P. Cuenta en el libro que los viajes del Imserso se les han quedado pequeños.R. Un boomer ahora mismo es una persona que está jubilada pero no se considera viejo ni jubileta, sino sénior, activo. Y ven que el Imserso es más de viejos. Algunos se hacen grandes viajes de 3.000 o 5.000 euros.P. ¿Se está gestando un choque generacional entre boomers y los que vienen detrás?R. No creo. Pero hay cada vez más gente que empieza a ser consciente de que la desigualdad generacional existe, igual que la de género o la territorial. Los pensionistas se quejan de que a sus manifestaciones solo van pensionistas, pero ellos tampoco vienen a las manifestaciones de vivienda.P. ¿Abrir este debate puede contribuir a devaluar las pensiones?R. No. El libro habla de pensiones, pero no es lo principal. En los últimos años hemos hablado mucho de vivienda y ahora la sociedad está más familiarizada con el tema. El próximo gran debate que viene es el sistema de pensiones. Los trabajadores que estamos cotizando somos los primeros interesados en que las pensiones sigan funcionando. No se trata de devaluarlas. Pero el sistema tiene un déficit brutal y en 2050 va a ser cada vez mayor. Tenemos que entenderlo y hablar de ello, porque si no proliferan discursos como que las pensiones son una estafa piramidal. Tenemos que hablar de qué medidas se toman para paliar ese agujero.P. ¿El choque generacional tiene algo que ver con que los jóvenes se hagan de ultraderecha?R. Creo que no. La principal preocupación de los que votan a la ultraderecha es la inmigración, no la economía ni la vivienda ni las pensiones.P. ¿Qué parte de culpa tienen los boomers de que no se hable bastante de cambio climático?R. Han vivido un momento en el que esto daba igual, y gran parte del crecimiento se ha sostenido a base de cargarnos el planeta. Es una causa que en su generación no se ha luchado, aunque no tengo claro tampoco que sea algo que hacen la mayoría de los jóvenes.P. En el futuro, ¿la diferencia entre ser rico o no la marcarán las herencias que dejen los boomers?R. Ya lo está siendo, porque en vida también te pueden dar para comprar una casa, o para la entrada, o dejarte que vivas gratis en un piso, como hacen muchos mileniales. Incluso al milenial que vive con sus padres hasta que ahorra para la entrada. Los boomers son la generación más rica, tienen muchísima riqueza en forma de propiedades inmobiliarias. Y esa riqueza va a ir a repartirse entre mucha menos gente porque han tenido menos hijos. Eso marcará muchas desigualdades. Otra variable es la de la esperanza de vida, pueden vivir hasta los 90 o 95 años, y quizá parte de su patrimonio haya que utilizarlo en sus cuidados.
Okay, tonight I want to walk slowly through an idea that seems simple, but is actually the entire architecture of the modern world. It is why no one revolts anymore. It is why politics feels like theater. It is why people are exhausted but compliant. It is why nothing changes.And the idea is this: the worker is gone. Not unemployed—vanished as an identity, replaced, deleted from the heart of modern society. And in his place stands the consumer. That’s the whole secret.But let me start more gently. After the Second World War, 1945 to, let’s say, 1975, every industrial society—whether they admitted it or not—adopted Marx’s premise. They didn’t call it communism. They called it democracy, social welfare, social contract. But essentially, the worker became the organizing unit of society.Workers got pensions. Workers got free universities. Workers got public healthcare. Workers had unions that could shut down the state. Workers had class consciousness—meaning they understood themselves as a group, as a collective organism capable of forcing justice. That was a golden moment. It was short, maybe 30 years. Okay? Right?But then, in the 1980s, the elite realized something dangerous. A worker-centered society becomes too equal, too fair, too stable, too non-hierarchical. And if you are elite, the one thing you cannot tolerate is equality, because equality dissolves power.So the 80s were not just Thatcher, not just Reagan, not just neoliberalism. They were the revolt of the elite. And the task of the 80s was not to expand capitalism. No. It was to destroy the worker as a political category. Because a worker can unionize, strike, negotiate, curse the factory owner, seize the means, vote for redistribution. A consumer cannot.So the worker had to die. Let me restate that, because it is the hinge of the century. The worker had class solidarity. The consumer has envy. The worker says “we.” The consumer says “me.” Okay.So in the 1950s, 60s, 70s, the state promised: if you are a citizen, I give you housing, education, job stability, pension. In the 1980s, the state promised: “If you are a citizen, I give you choices—low prices, goods.”That shift seems gentle. It is the most violent shift in modern economics. Because the consumer does not need political consciousness. The consumer needs desire. You do not need to unionize to buy shoes. You do not need class solidarity to buy a phone. You do not need comradeship to scroll through endless pictures of people you resent. And this—quiet, cheerful, glittering—kills revolution.Now, I want you to run the thought experiment again, because Jung always returns to it. You give every student one million dollars. At first, they smile. Then they buy homes, cars, sofas. Then they post pictures. Then everyone else must buy bigger homes, bigger cars, more exotic vacations, more radiant appliances. Then the debt arrives.Debt is the chain. But unlike all chains, debt feels chosen, patient, self-inflicted. And you do not rebel against chains you choose. Okay?So in a worker society, political identity was built around class cooperation: union halls, strikes, negotiations, collective bargaining rights. In a consumer society, identity is built around prestige—who has the larger screen, richer vacation, brighter wedding, deeper mortgage, cleaner feed.The consumer becomes an influencer even before the word existed. And influence is the opposite of solidarity. To influence is to outshine, not join.Let’s go deeper into the psyche. Under worker logic, when you meet another person, you ask: “Are they decent, trustworthy, kind—someone I can stand beside?” Under consumer logic, you ask: “What do they own? How much do they earn? Can they amplify my image? Can they embarrass me by having more?”This is the perfection of slavery. Not because someone seizes your body, but because you surrender your imagination. You voluntarily cease to think about freedom at all. Slaves rebel. Consumers display. Okay. Right.So by the late 20th century, the elite realized something astonishing. If you turn every citizen into a micro-entrepreneur of identity—posting, curating, showing off, purchasing, upgrading—then revolt becomes mathematically impossible. Not morally. Mechanically.A society of consumers cannot riot, because each individual is too busy defending their little island of purchased image. And if revolt did begin, the first fear is not loss of wages, but loss of Wi-Fi.Let me make it darker. When the worker was dominant, school existed to expand consciousness. You read poetry, studied history, learned argument, grappled with Nietzsche and Marx—not because it helped your résumé, but because it helped your soul.Now school is a marketplace for prestige signals. What major gets me the job that gets me the house I can photograph to prove I am not losing? Education is no longer learning. It is sorting. If you fail, you do not feel dumb. You feel poor. And shame is far stronger than failure.This is why consumerism pacifies better than any police state could. A police state frightens you. Consumerism flatters you. And flattered people obey more willingly than frightened ones.Now inequality. In the 70s, a CEO made maybe 20 times a worker. Today, 200 or 300 times. The difference is not monetary. It is architectural. Because when inequality becomes divine, untouchable, expected, aesthetic, it ceases to provoke revolt. Instead, it provokes aspiration.Workers see billionaires not as enemies, but as templates. A worker sees injustice. A consumer sees possibility. Okay?So now you understand why the billionaire must be worshipped. Because if the billionaire becomes a villain, the consumer remembers he is a worker. And the moment he remembers he is a worker, the elite lose control.So consumerism is the continued neural sedation—the constant whisper that you are almost there, almost luxury, almost celebrity, almost wealthy enough to escape solidarity. It is a treadmill disguised as a dream.Now the philosophical endpoint. Francis Fukuyama is mocked for saying this is the end of history. But he was right—not because peace has been achieved, but because revolt has been dissolved. History, in the Marxist view, advances by material struggle. But the consumer does not struggle. He refreshes. He does not overthrow. He orders. He does not march. He scrolls.How do you create revolution when people check their battery percentage more than their wage percentage? You don’t. And that is the perfection.Okay. No—better phrased: consumerism is the system in which people willingly imprison themselves in desire. Workers rebel because they suffer. Consumers do not rebel because they hope. Hope is the cage. It is easier to starve a man than to deny him envy.So what does the next quarter century look like under this? Not uprising. Not Marxist correction. Not proletarian dawn. But a glittering quiet. People compete for symbols rather than rights. People compare wardrobes rather than wages. People vanish into self-valuation rather than class valuation.The worker was a citizen. The consumer is a customer. And a customer cannot overthrow the store.That’s the secret. That’s why the elite reversed the 20th-century bargain. They do not need to censor you if they can distract you. They do not need to chain you if you chain yourself to aspiration.When your dream is to display more than others, revolt becomes logically impossible, because revolt requires collective imagination—and consumerism destroys collective imagination at its root. You cannot unionize against your reflection.So let me close quietly. Marx was right, but not in the way the textbooks say. The worker was central—briefly—then removed. Not killed, but subtly refashioned. And the consumer—smiling, scrolling, displaying, indebted—became the perfected subject.Not coerced. Not frightened. Not obedient.Willing.And that is why nothing changes.Okay, that’s enough.